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Sociedad

“Yo no tengo la culpa”

La frase resuena en la calle, en los hogares, en las relaciones, y comienza desde la infancia con el clásico: “Yo no fui”. Detrás del uso cotidiano del término existe también el concepto psicoanalítico del sentimiento inconsciente de culpa.


“Yo no tengo la culpa”, frase que debo confesar de manera reiterada, suena y resuena en mi hogar varias veces a la semana. Ante un reclamo, pedido, reto y demás.

Los niños suelen repetir a menudo “Yo no tengo la culpa”,  “Yo no fui”, o en su defecto “Fue sin querer”.

Es común y visible ver en ellos situaciones en las que realizan una acción con cierta maldad, podría decirse. Por ejemplo, cuando el niño propicia y colabora en que su hermano se golpee, para luego de manera repetida responder que fue sin querer.

El adulto ya no puede en demasía hacer uso de dicha frase, ni tampoco aceptar aquellas situaciones en las que actúa de manera consciente o inconsciente para herir a otros.

Dicen que es más fácil en la vida desentenderse que hacerse cargo. Razón por la cual solemos encontrarnos con los culposos, aquellas personas que cualquier situación, por insignificante que sea, le da culpa. Y los culpables, a los cuales les encanta estar cerca de los culposos, para así evitar quedar ellos en descubierto, ya que su mayor característica es no experimentar la  responsabilidad de sus actos en grados muy elevados, y que en ocasiones se los suele confundir con aquellos a los cuales llamo inimputables, personas para las cuales  las palabras y hechos no adquieren un cierto grado de validez y no se hacen cargo de lo que dicen y hacen (o muestran).

La palabra culpa se utiliza para referir a la responsabilidad de alguien ante un hecho determinado; detrás de este uso cotidiano existe también el concepto psicoanalítico del sentimiento inconsciente de culpa, el cual se caracteriza y evidencia bajo la forma de autorreproches absurdos, remordimiento e ideas obsesivas.

Se trata de aquellas situaciones en las que el sujeto expresa: “Me da culpa”. Obviamente, no dirá: “Me atrapa un sentimiento inconsciente de culpa en forma de autorreproches”. (Esto no suele suceder, y qué bueno que así sea). Sí es común escuchar: “Siento culpa”. Culpa que no logra esclarecerse o significarse porque en general el hecho no amerita semejante sentimiento.

Culpa que suele ponerse más en evidencia en la relación con los hijos siendo padres, y en la relación con los padres siendo hijos.

¿Qué es lo que entra en juego en estas situaciones culposas? Desde el psicoanálisis el sentimiento inconsciente de culpa proviene de deseos inconscientes agresivos, ignorados por el sujeto.

Pero a nosotros adultos no nos resulta posible aceptar que disponemos de deseos agresivos. Así como tampoco se acepta la idea de que los niños son crueles.

Sucede que entre culpas y culpables, muchas veces quedan sólo al descubierto los culposos.

Dejando a un lado las culpas (no las mías), están los niveles persecutorios en los que el sujeto se siente observado, llegando incluso a detallar innumerables hipótesis de supuestos pensamientos de otros, los cuales para dicha persona son un hecho.

Es aconsejable no olvidar las culpas, sino identificarlas de a poco. Y entonces repensarlas y evitar así caer en llevarse lo que no es propio, hecho que sucede a menudo, y del cual doy fe, sin poder revelar fecha, ni lugar.

¿Hacernos cargo? ¿De qué? De nuestras propias miserias, llámase inseguridades, vanidades, defectos, complejos.

Difícil tarea la de responsabilizarse y la de responsabilizar a los otros. Un buen ejemplo es con los hijos. Hasta en la escuela los docentes suelen pedirles a gritos a los padres que los niños puedan responsabilizarse de sus cosas, ya sea tareas, útiles, consignas. El docente sugiere que el niño pueda resolver sus cosas solo, con un acompañamiento que le permita obtener seguridad, pero sin realizar las tareas por ellos.

Pero se presentan obstáculos  en estos tiempos colmados de grupos de WhatsApp, donde ante el olvido del niño, siempre hay una mamá que recuerda aquello que según el docente no debía recordar. ¿Cómo tener un grupo de “wazap” de mamás y no auto-eliminarse? Un breve ejemplo:

Mamá A: “¿Es verdad que mañana tienen que llevar pelotitas de telgopor de tres tamaños?”.

Mamá B: “Ay, a mí no me dijo nada. Lo voy a matar”.

Mamá C: “Acá T…me dice que no recuerda lo de los tres tamaños…”.

Siguen los diálogos en los cuales nadie escucha a nadie. Que eran tres, que no era para mañana, que en el cuaderno no dice nada. Distintas versiones y supuestos de lo desconocido, y las mamás repreguntan a sus hijos, pero sin escuchar la respuesta, porque siguen chateando con el grupo, murmurando comentarios en voz alta que nadie comprende. Y a su lado el niño que no sabe si tiene que llevar las pelotitas o no. Porque su opinión no es tenida en cuenta.

Luego de semejante barullo, complejizando aquello que parecía tan simple, comienza el turno de críticas hacia la docente. Están las mamás que salen en su defensa y las no conformes. Entonces estas mamás tan aplicadas desean resolver el trabajo de la docente y aparecen propuestas como estas:

Mamá A: “Hay que hablar, y trasmitirles que escriban la consigna porque así los chicos entienden cualquier cosa”.

Mamá B: “Yo a la entrada puedo y hablamos”.

Mamá C: “Me anoto!!!”. (Dedito de ok).

Y siguen más deditos y deditos y deditos.

Mamá X (es aquella que no participó y sólo lee los últimos mensajes sin entender nada): “Gracias por ocuparse!!!!”.

Mamá Z: se ha ido del grupo.

Mamá A (por el grupo paralelo): comienza el debate sobre quien se fue del grupo.

¿Que logran estas dinámicas? Que los hijos no se responsabilicen. Evitan que si se olvidan puedan enfrentar la situación y hacerse cargo, para así experimentar el hecho. Al haber mamás que resuelven todo por sus hijos, no les permiten crecer y ser autónomos e independientes.

Al mismo tiempo, está dinámica invasiva de las madres de interferir de manera intempestiva dentro del espacio escolar del niño es algo que lo perjudica, puesto que la escuela es el espacio del niño y no del adulto. El adulto está para acompañar y guiar, no para obturar el libre acceso del niño al conocimiento de sí mismo y de aquello que lo rodea.

Dicen que la luna.

No siempre puede morder los sueños,

de aquellos que descansan.

Dicen que para morir.

Es necesario antes,

descubrir las propias alas.

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