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Ciencia y Tecnología

Palabras conectadas: libros, tiempo, historia y ciencia

Borges, Darwin, Copérnico y Einstein pensaron y escribieron sobre un mundo que, por ellos, ya no fue el mismo que antes.


El Tiempo

El tiempo ha sido una de las preocupaciones de filósofos, literatos y poetas. Y de Borges, claro.

Es fácil imaginarlo: la voz apagada, pero audible, tiembla y vibra como si pasara por un desfiladero esculpido por los años. Alguna palabra demorada, como residuo, acude en su auxilio justo a tiempo para cerrar el suspenso y nuestro inefable asombro. Sus manos, firmes todavía, apoyadas en la cumbre curva del bastón y la sonrisa infantil, irónica. La mirada que divaga sin destino fijo. Borges gorjea con el tiempo: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy…” *.

Los griegos se colocaban de frente al pasado y de espaldas al futuro, paradojal postura en quienes tenían la pretensión de edificar su presente. Presente que se instala en el mundo. Y de regreso a Borges: “Después, reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglo de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos, innumerables hombres en el aire, en la tierra y en el mar y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”**.

Ser y tiempo; ser que esculpe la realidad***. Prigogine nos ayuda a encontrar una síntesis entre Einstein y Aristóteles, para quien “el tiempo es el número del movimiento según el antes y el después”. Por aquellos siglos, los griegos se ufanaban en mostrar un “tiempo medible”, aplicable a todo y todos. Y un kairós, con el que nombraban al tiempo de cada uno.

Tiempo y realidad****, para Prigogine, están irreductiblemente vinculados. Negar el tiempo, nos dice, puede parecer un consuelo pero es siempre una negación de la realidad. “La negación del tiempo fue una tentación para Einstein, el físico, al igual que para Borges, el poeta”, concluye el físico belga.

* Borges, Jorge, Nueva refutación del tiempo; Otras inquisiciones; Obras Completas, Emecé, 1974; página 757

** Borges, Jorge, El jardín de los senderos que se bifurcan; Ficciones; Obras Completas, Emecé, 1974; página 472

*** El nacimiento del tiempo, Prigogine, Ilya; Tusquets

**** El fin de las certidumbres, Prigogine, Ilya; Ed Andrés Bello.

Historias de la Ciencia

Copérnico

Era el año 1543, el mes de mayo expiraba como él, que luchaba por su vida. Su libro De Revolutionibus Orbium Caelestium libraba, también, su batalla contra el tiempo. Llegó a sus manos el mismo día de su muerte. Nikolaus Koppernigk, que de él se trata, había nacido en Polonia setenta años antes.

Educado por un tío clérigo, el joven Nicolás transitó los claustros de las universidades de Cracovia, Padua y Bolonia, donde estudió humanidades, astronomía, derecho canónico y medicina, que ejerció antes de dedicarse por entero a su pasión: la astronomía. Su teoría heliocéntrica alcanza estatuto público, amparada en sólidos fundamentos, en un mundo prejuicioso y pendiente de los dictados de Roma. Allí se dedica a estudiar el movimiento de los cuerpos celestes. Por entonces, se creía que el Sol, la Luna y los planetas giraban alrededor de la Tierra, de este a oeste. Pronto, los hombres de ciencia se dieron cuenta de que esta observación resultaba ilusoria: la Tierra giraba sobre sí misma y, junto a la Luna y los demás planetas (cinco reconocidos en la época), giraban alrededor del Sol.

Sus trabajos de astronomía muestran su capacidad de observación, pese a no contar con instrumentos adecuados: el telescopio sería inventado años después.

Se confesaba admirador de Ptolomeo. La teoría que sustentaba requería de complicados mecanismos para la explicación de los movimientos de los planetas, y exigía fundamentos para desactivar la hipótesis del, hasta allí aceptado, movimiento retrógrado de los mismos. Estimulado por algunos amigos, Copérnico publicó un resumen en un manuscrito. Intuyendo la controversia que traería aparejado, lo dio a conocer en una síntesis que expresaba su teoría en seis axiomas, reservando la parte matemática para el trabajo principal que se publicaría bajo el título Sobre las revoluciones de las esferas celestes.

La teoría heliocéntrica comenzó a expandirse tanto como sus detractores: los teólogos protestantes aducirían causas bíblicas. Su fiel discípulo, George Rheticus, se vio obligado a abandonar la ciudad. En 1616, la Iglesia católica colocó el trabajo de Copérnico en su lista de libros prohibidos.

A pesar de eso, la obra de Copérnico sirvió de base para que Galileo, Brahe y Kepler pusieran los cimientos de la astronomía moderna.

El escritor Isaac Asimov sostiene que Copérnico hizo más que inventar una teoría: modificó la relación del hombre con el universo. La Tierra pasó de ser el centro del universo a ser un cuerpo celeste más, abriéndose ante los hombres el concepto de infinito. El tiempo, siempre esquivo a las apetencias del conocimiento humano, adquirió la dimensión de inmensidad universal.

A fines de mayo de 1543, Nicolás Copérnico pudo acariciar su libro sin poder leerlo: murió el mismo día de su gran triunfo.

El libro

Ciertos libros son los encargados de abrir una nueva etapa, una nueva manera de pensar. El mundo, a partir de ellos, se ve con nuevos ojos.

Uno de esos libros se editó el 24 de noviembre de 1859 con una tirada de 1.250 ejemplares que desaparecieron de los estantes de las librerías al día siguiente de comenzar su venta. Y la segunda edición, de 3.000 ejemplares, se agotó en una semana. Su nombre: Sobre el origen de las especies a través de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Lo conocemos como El origen de las especies. Se ha dicho que es un libro polémico, que revolucionó la forma de entender lo que diferencia a este planeta del resto: la biología, que no podría estudiarse sino con la comprensión de la evolución.

“Pese a ser un libro anticuado, jamás perdió popularidad”.

El texto es la explicación científica de lo que Darwin observó en su viaje alrededor del mundo –en especial a las islas Galápagos– a bordo del bergantín Beagle y que volcó inicialmente en un diario de viaje realizado entre 1832 y 1836.

La ciencia

“La ciencia avanza a los saltos”, se le ha escuchado a más de un científico. Cada tanto, hacen su aparición pensadores creativos y originales a los que accedemos a través de sus obras. A todos se los puede ubicar en el contexto donde actuaron. Y unos pocos “engendran el tiempo que los ha engendrado a ellos”: son los encargados de hacer saltar líneas de pensamiento, de descubrir nuevos horizontes, de mostrar cómo se puede mirar con nuevos ojos al mundo interrogándolo y pensándolo. Son únicos. Darwin fue uno de ellos.

Charles Robert Darwin trabajaba en su libro y, al mismo tiempo, Alfred Russell Wallace, que había hecho un viaje a tierras consideradas exóticas, elaboraba el suyo sobre observaciones del comportamiento de la fauna autóctona.

El joven Wallace llega a la misma conclusión que Darwin sin haberse puesto de acuerdo: las especies cambian con el tiempo, y esos cambios ocurren por selección natural. En 1858, Wallace publica su trabajo y se lo hace llegar a Darwin, quien queda sorprendido y decide comenzar a trabajar junto a su joven colega, con quien publica en una revista científica y, al año siguiente, da a conocer El origen de las especies.

Darwin y Wallace aportan la teoría de la selección natural para explicar los cambios en las especies. Dejaron una laguna: “Cómo los padres transmitían sus caracteres a la descendencia y por qué los descendientes diferían entre sí”. Esa respuesta la dio Gregor Johann Mendel, quien en 1865 llega a elaborar las leyes de la herencia que se publican pocos años después de la muerte de Darwin, que no llegó a conocerlas.

El abuelo de Darwin había ya preanunciado la teoría a la que a su modo se había acercado Jean Baptiste de Lamarck.

En El origen de las especies, Darwin explica de forma magistral cómo los organismos vivos se adaptan a las condiciones cambiantes del medio ambiente y cómo existe una selección natural que a veces introduce variantes en las especies para fortalecer la supervivencia. Sólo los organismos más aptos acababan por sobrevivir. Y todo esto no es una hipótesis, sino que lo va ilustrando –como Galileo con su teoría heliocéntrica– con datos concretos sobre especímenes que él había ido recogiendo por el mundo. Su teoría de la evolución produjo cambios drásticos en la historia de la humanidad.

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