Espectáculos

Una metáfora tragicómica y feroz

El dramaturgo y director Sebastián Villar Rojas habla de “El imperio de lo frágil”, su nuevo trabajo, en el que actúan Julio Chianetta, Juliana Morán y Nicolás Valentini Lassus, y con el que ironiza sobre los alcances del arte contemporáneo. Los jueves, a las 20, en el Macro, con localidades limitadas.


“Creo que el arte, sin dudas, tiene que madurar hacia formas de crítica y deconstrucción social que no jaqueen su propia capacidad de estetizar la vida, de regalar pensamiento profundo más allá de moralidades endurecidas de derecha o izquierda”, sostiene el dramaturgo y director teatral local Sebastián Villar Rojas, quien el jueves último estrenó en el Macro (Oroño y el río, donde seguirá en cartel los jueves a las 20) su nuevo y esperado trabajo, heredero del imborrable El exterminador de caballos. Se trata de El imperio de lo frágil, obra ganadora del premio Contar 2, “una metáfora tragicómica, violentamente sincera, del deseo demasiado humano de consagración artística”, espectáculo con ribetes preformativos en el que actúan Julio Chianetta, Juliana Morán y Nicolás Valentini Lassus, cuyo tránsito ocupa los siete pisos habilitados y las respectivas salas del Macro, en lo que se revela como un verdadero desafío tanto de orden estético como dramático. El recorrido que hace el público cuenta con el acompañamiento de la actriz Cecilia Patalano a modo de guía, y de cara a un gran equipo de trabajo, la asistencia de dirección recayó en Vanesa Gómez, y la compleja producción ejecutiva, en Cindi Beltramone y Romina Pirani.
En la obra hay tres personajes. Laila Gilman, una estudiante de Bellas Artes con poco talento pero con un deseo incontenible de triunfar, está en pareja con Ricardo Pérez Condarte, un reconocido arquitecto en el apogeo de su carrera que, treinta años mayor que ella y devoto de la obra de Oscar Niemeyer, coordina desde Rosario el proyecto Puerto de la Música. Tanto Laila como Ricardo están en la búsqueda de la obra de sus vidas: el arquitecto, la de su definitiva realización humana y profesional; la estudiante, dispuesta a todo, la de su debut (algo tardío) en un mundo lleno de egos y recelos. En el medio de ambos irrumpe Doriss, un joven artista oscuro, tanático y cruel, cuyo arte basado en la provocación ha conquistado a críticos y galeristas de todo el mundo. Laila planea con Doriss una obra escandalosa justo que éste está de paso por Rosario para donar al Macro su primera obra: “Amigos del arte”, un cuadro que lo muestra abrazado a Hitler, otro a Pinochet y un tercero a Jorge Rafael Videla.
“El tema general de la obra es el arte contemporáneo tomado desde un lado un poco paródico o humorístico; ironizamos acerca de ciertas cosas que, en general, forman parte del sentido común: esta idea de que, en la mayoría de los casos, el arte contemporáneo está alejado de la gente o del gusto de las mayorías y con el tiempo se ha convertido en una especie de «cofre secreto» que es guardado en la isla de una elite muy pequeña y que sólo esa elite entiende y disfruta. Es por eso que tomamos como disparador esta tensión entre el gusto de las mayorías frente a esta cosa críptica; es en esa tensión en la que puse a girar un poco el tema de la obra”, explicó Villar Rojas, un dramaturgo y director que, como no pasa (o pasa poco) con los de su generación, impregna su obra de una densidad dramática plagada de información y de sugerentes atajos que, sin embargo, funciona maravillosamente con el público por su particularísima inclinación hacia una poética que coquetea con la comedia negra con toques de absurdo y sutil disparate.
“Doriss, que en cierta forma es el detonante dentro de esta pareja, es una especie de parodia de un artista que se ha cambiado el nombre, precisamente, porque su identidad es «ser artista» y por lo tanto no necesita un nombre y un apellido como todos, es un artista conceptual que no posee obra física; de alguna manera tomé las características más radicales del arte contemporáneo a lo que sumé un elemento de provocación: se trata de un artista que trabaja con la ambigüedad y apuntada con su obra, sobre todo, al progresismo bienpensante; le interesa más limar el sentido común de ese progresismo que muchas veces termina haciéndole el juego a los sectores de poder, que buscar confrontar con la derecha o la ultraderecha. Es, claramente, un sujeto posmoderno”, explicó Villar Rojas acerca del personaje, y agregó: “Doriss es una especie de «Charb argentino», (por Stéphane Charbonnier) el director de la publicación francesa Charlie Hebdo que terminó asesinado por sus bromas sobre el Islam. Los de Charlie Hebdo podían definirse como anarcoliberales de izquierda, de la izquierda europea, con un pensamiento muy libre, pero sin dudas de matriz liberal; la libertad de expresión como valor absoluto”. Y completó: “En última instancia, el derecho a la libertad absoluta de expresión es un dogma de fe; un dogma occidental liberal republicano, derivado de las banderas de la Revolución Francesa. Por eso, Doriss prefiere este dogma al de la fe musulmana, pero jamás se tiraría contra los musulmanes, porque su blanco es la solemnidad con la que ciertos temas se hacen inabordables de cualquier otro ángulo que no sea la solemnidad, hasta tocar casi lo tópico o el cliché. Por ejemplo: en el caso de Argentina, temas como el de la última dictadura cívico-militar corren serio riesgo de caer en una suerte de mantra, de ruido blanco que ya nadie verdaderamente escucha; como rezar un rosario para un adolescente que sólo piensa en rebelarse contra la fe cristiana. Creo que Doriss tiene un poco de eso, su irreverencia lo lleva a desafiar zonas de la opinión pública que sería mucho más fácil dejar tal cual están. «En el arte no se trata de decir lo que se piensa sino lo que no se piensa», es una de sus frases preferidas, y es por eso que el jaquea las zonas de la historia y de la realidad que han caído en la telaraña de un consenso progresista de autoafirmación de las propias convicciones”.
Doriss, personaje que en la obra interpreta Nicolás Valentini Lassus, confronta fuertemente con Ricardo Pérez Condarte, el arquitecto que encarna Julio Chianetta, quien se debate en un mar de contradicciones frente al pedido de la excéntrica (y algo tilinga) Laila, dispuesta a todo con tal de triunfar en el campo del arte. “El choque entre estos hombres, más allá del Laila (el objeto de deseo de ambos, aunque con intereses distintos) se produce precisamente por las ideas progresistas del arquitecto centradas en la materialidad; Richard es un gran admirador de la obra de Niemeyer y, obviamente, rechaza el mundo y las ideas de Doriss. De alguna manera, Richard encarna ese progresismo bienpensante al que hago referencia; en la obra decimos que en los 90 «leía Página 12, veía novelas brasileñas y cine europeo»; tomo algunos elementos que, incluso, parecen de otra época pero es lo que genera el choque, el contraste con Doriss que va directamente al hueso de ese progresismo planteado ambigüedades que a la luz de una perspectiva tradicional de la izquierda se ven como actitudes fascistas, algo que en la obra produce un debate interesante a lo que sumamos el humor y la parodia, incluso la comedia de situación”.
Finalmente, en el medio de estos dos personajes antagónicos está Laila, “que es la que, frente al arquitecto plantea la cuestión generacional, y la que, junto a Doriss, buscará legitimarse como artista con una obra provocadora que se le ocurrió que, de algún modo, es un poco tonta pero que da pie para generar más situaciones escénicas y dramáticas, que es hacer el amor en los museos de todo el mundo (algo así como el posporno); una especie de performance que intentará hacer con Doriss frente al rechazo de Ricardo”.
Como pasaba con El exterminador de caballos donde con cierto desencanto revisaba los vínculos de personas de su generación, atravesado, entre otras cosas, por la lógica de la “modernidad líquida”, según la definió el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, Villar Rojas habló de la modernidad frente a la postmodernidad: “Creo que de alguna manera se extrañan algunas cuestiones de la modernidad donde todo parecía mucho más claro. De todos modos rescato y celebro, y en la obra lo hago a través de Doriss, la posibilidad que tiene la contemporaneidad de generar mezclas, de hibridar, de alcanzar lenguajes quizás más ambiguos; eso es algo muy bueno y quizás en la Argentina no lo vemos demasiado, pero tenemos una apertura para incorporar diferentes lenguajes y estéticas y poder lograr que todo eso conviva de manera democrática. Creo que es una virtud nuestra, un elemento del territorio de los contemporáneos que es positivo, que en el caso del arte permite generar lenguajes sumamente interesantes. Y por otro lado, creo que como sociedad estamos combatiendo ciertos aspectos de la modernidad líquida, como el individualismo extremo, con los que no estamos de acuerdo porque forman parte de las cosas que no nos hacen bien como sociedad”.

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