Por: Laura Hintze
Celina no tiene más de cincuenta años. A lo mejor ni llega a los cuarenta. Vive en la parte de “el Triángulo”, en Villa Banana, donde se dedica a coser y a enseñar a coser. Ella estuvo en el primer costurero organizado por las Organizaciones Sociales del Oeste (Oso) y fue en parte por su paciencia y ganas de trabajar que los costureros de la villa pasaron a ser ocho, con entre dos y cinco personas trabajando en cada uno. Además de enseñar a sus vecinas el oficio, cuentan en el barrio con mucho orgullo, Celina es una de las pocas que sabe cortar –una destreza reservada sólo para expertos–, por lo que hace cada uno de los moldes para que todas puedan trabajar. Ella, además, es el mejor ejemplo que se desprende de la afirmación de un militante barrial, Chacha: “Las organizaciones del oeste se van fortaleciendo juntas en función de las experiencias de cada uno”.
Pero, ¿qué son estas organizaciones? ¿Qué buscan? ¿Qué tiene que ver el costurero de Celina con todo esto?
El Oso está formado por 18 grupos, la mayoría organizaciones sociales que nacen después de la crisis de 2001 en reclamo de asistencia alimentaria. Precisamente, de esos 18, son doce organizaciones las que se encargan de los alimentos para la zona. Y si bien cada trabajo empezó por su lado, el grado de organización aumentó hasta tal punto que se logró conformar las Organizaciones Sociales del Oeste, o lo que ellos mejor denominan: el Oso.
Del Oso se desprenden diversos proyectos que buscan una alternativa a la realidad que les tocó vivir y que ninguna autoridad, salvo en casos extremos, busca mejorar: los costureros, claro, pero también comedores, rotiserías, cooperativas, taller de herrería, murgas. “Un montón de emprendimientos relacionados al trabajo, cuya finalidad es superar el asistencialismo. Si bien la gente necesita asistencia social directa, es el trabajo lo que le va a dar salida en forma definitiva”, explica Alberto Argüello, de la vecinal 13 de Marzo, una de las organizaciones.
“Con estos trabajos no podemos vivir, no son una solución, sino una ayuda. Tratamos de tener laburo en lugar de buscar un plato de comida; que salga trabajo, que los chicos coman en la casa o que vayan a la escuela y vuelvan a su casa sin tener que buscar platitos de comida de todos lados. Todos queremos salir del asistencialismo”, repite Argüello.
Las cooperativas de trabajo son dos, están relacionadas con la construcción y se conformaron cuando se construyó el Centro Integrado Comunitario (CIC). Está también el taller de herrería que tiene Luisito, del centro Catu 1, donde se enseña a los chicos a soldar para que tengan un oficio. Y en el mismo centro funciona una comparsa, de la que participan 120 chicos.
A pocas casas de Catu 1 está el comedor de Beatriz, “Los chicos del barrio”, que funciona martes y jueves desde hace más de diez años. Por día se distribuyen 300 porciones (de pollo o carne con arroz, papas o fideos, lo que se consiga) destinadas, en primer lugar para los chicos, pero también para los padres que no tienen trabajo.
Y en ese mismo lugar está el costurero de Celina. Son cinco máquinas que tienen ahí, para cortar, para bordar, para diferentes cosas que sólo ella, que explica cada una de las funciones de las máquinas, comprende. Celina cuenta que consiguieron las herramientas de trabajo por medio de la mesa de gestión del Oso, de algunas organizaciones, de subsidios nacionales pero, ante todo, y lo dice con firmeza: “Porque tenemos ganas de trabajar”.
Los costureros no son más que otra forma de crear trabajo. Hace un año que trabajan de manera más organizada y ya han realizado grandes pedidos. Según cuenta Argüello, “hace poco se hicieron sábanas y toallas para una subsede de Cerrito, provincia de Entre Ríos, donde está el Mundial de Fútbol de Amputados. Hicimos 140 juegos de sábana y 90 de toallas, y todo eso se vendió. A cada grupo de costureros le quedó más o menos 400 pesos para las chicas que trabajaron. También hicieron conjuntos para un equipo de hockey de Villa Banana, Las Lobas, un equipito que salió como proyecto de algunas chicas del barrio hace unos años. A ellas se les hizo el equipo”.
La última hazaña de los costureros del oeste fue para la secundaria Nuestra Señora de Itatí, del barrio Las Flores, única en la zona y de la que este año se gradúa su primera promoción. “Ellos habían pedido a la provincia algún tipo de ayuda, ya que tienen muy pocos recursos. Entonces se decidió dar un subsidio a los costureros para que le puedan hacer los buzos. Y de paso, Luchi, un serigrafista de San Francisquito del Oeste, que está en la mesa del Oso, los estampó en su casa-taller. El miércoles entregamos los buzos y quedaron bárbaros, los chicos estaban recontentos”, contó Argüello. Hay algo que no se debe olvidar, y es que tantas pilas y proyectos surgieron por “la falta de oportunidades”, como dice Chacha, de la organización del oeste Causa y Efecto. Según él, “los pibes llegan a una situación extrema porque no tienen contención, trabajo o forma de capacitarse. Esos son los grandes problemas a resolver, no hay otra respuesta más que seguridad social, darle trabajo a la gente, que los pibes tengan oportunidades y se inserten en un lugar, estén contenidos”.
Luisito, el que enseña herrería en Catu 1, destaca que, justamente, la finalidad de estas actividades es “darle un empujón a los compañeros, mostrarles que existe la posibilidad de capacitarse, tener emprendimientos; darles más contención y oportunidades de trabajo, la oportunidad de hacer y producir lo que les guste”.
El Oso tiene como eje de reclamo el trabajo o planes que lo involucren, como el Argentina Trabaja, orientado a cooperativas, o los pedidos por vivienda. “La vivienda es generadora de trabajo genuino, dinamiza un montón de sectores y genera mucho trabajo. Es un tema que se puede tratar desde la autoconstrucción o a partir de cooperativas de trabajo, que generaría mucho más trabajo porque toda la plata va a la gente, no la mitad y el resto a los empresarios”, propone Argüello.
“En esta zona hay mucha carencia de vivienda, por eso la gente termina hacinándose en asentamientos u ocupando viviendas. Y a esta demanda se le suma la falta de políticas en la materia”, agrega.
Además, Argüello destaca un dato no menor: “En otros años, la mayoría de la gente de los asentamientos venía de Chaco o Corrientes; hoy es gente de acá. La mayoría de la gente que vive en los asentamientos es rosarina, entonces la construcción de viviendas en la ciudad no llega a cubrir mínimamente las necesidades del crecimiento poblacional. Se necesitan casas, que son, además, grandes generadoras de empleo”.
Desde que el Oso se conformó las cosas mucho no cambiaron. Lo que sí sucedió, indudablemente, fue el crecimiento del sentimiento de contención. “Aunque lo material no cambie, nosotros tenemos la fuerza para seguir adelante, porque si aflojamos ¿quién nos va a venir ayudar? Somos nosotros los referentes que tenemos que estar al frente, y por eso mismo se tiene que poner el Estado con nosotros, porque la responsabilidad es de ellos”, reflexiona Beatriz.