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Rosario también vive en la latita

Por Graciana Petrone. Un reconocido condimento para preparar arroz amarillo que persiste con el paso de los años nació en realidad de “la legalización de un fraude”. Así lo reconocieron sus propios fabricantes, que reemplazaron azafrán español por cúrcuma


latitas-dentro“¿Dónde vivís, en una latita de Sabor 15?”, reza una popular frase que en un momento llegó a ser la más usada para referirse a quien estaba desconectado de la realidad cotidiana. Algunos aseguran que el dicho surgió hace años de una broma entre dos conductores de un programa de radio local. Pero lo cierto es  que el dicho recorrió el país, aunque el producto al que hace alusión es tan antiguo como rosarino: la fábrica de la minúscula cápsula roja y amarilla que contiene el tradicional condimento para arroz, sigue funcionando en barrio Echesortu, en el mismo lugar en que fue fundada en 1954 por los hermanos Bernardo y Amado Arrabal Moya.

Sobre calle Valparaíso, a metros de Córdoba, está el local en el que se producen unas 70 mil cápsulas al mes, que son distribuidas en la ciudad y también en las provincias de Córdoba y Buenos Aires. En la fachada de la fábrica se ve un letrero sobre el portón de ingreso con los apellidos de sus fundadores; pero no hay indicios de que de ahí salgan directamente a las góndolas de supermercados y granjas las famosas latitas de Sabor 15.

Una historia legal, de 60 años

Desde que eran adolescentes Raúl y Eduardo, hoy de 63 y 69 años, respectivamente, continúan el trabajo que inició su papá Bernardo junto a su tío Amado. Los dos cuentan que el producto es una mezcla de cúrcuma y extracto de algas que se usa desde la mitad del siglo pasado en las mesas rosarinas para preparar arroz amarillo y darle, justamente, su sabor y color característicos, aunque Raúl aseguró que la latita es mucho más que eso. “El Sabor 15 surgió de un fraude”, sorprende.

Así, cuenta que en la época en que su papá y su tío empezaron con la producción del condimento, en Rosario se consumía el azafrán español, una especia de origen oriental que se utiliza desde hace al menos tres mil años. Pero como tradicionalmente es recolectada a mano de una flor, su precio era –lo sigue siendo hoy– cada vez más prohibitivo. Entonces, salió un producto mucho más barato al mercado que se promocionaba con el rótulo de “azafrán”, cuando en realidad no lo era: en lugar de ser una parte de la flor de una planta, era una ralladura de la raíz de otra.

“Se vendía muchísimo porque había gran diferencia de precio con el verdadero azafrán, y entonces a mi padre y a mi tío se les ocurrió legalizar el fraude. Es decir, vender ese producto con el fin que siempre tuvo: darle sabor y color al  arroz, pero que la gente supiera que no estaba comprando azafrán español sino un producto más económico que  podía reemplazarlo”.

Aunque lo cuentan como una ecuación matemática que a simple vista parece fácil de resolver, los hermanos confiesan que fue una batalla muy dura, sobre todo en los primeros tiempos. “Cuando acompañé a mi padre y a mi  tío a presentar los papeles para la habilitación del producto, los empleados de Bromatología se rieron y preguntaron si estaban seguros de que «eso» (por la latita de Sabor 15) iba a reemplazar al azafrán”, recuerda Eduardo. Y también que, convencido de su idea, don Amado les contestó que “el condimento era otra cosa y que apuntaba a otro mercado”.

“La historia fue esa, que se legalizó un fraude a través del que muchos consumidores en aquella época compraban un producto creyendo que era otra cosa”, resume Raúl.

Los Arrabal Moya dicen que con el paso de los años y las crisis económicas ocurridas en el país desde los inicios de la fábrica, como también la aparición del condimento para arroz en un envase más grande y a precios accesibles, no impactaron negativamente en la venta de la latita. Por el contrario, los dos coinciden en que “los nuevos productos agrandaron el mercado, ya que incentivan a la gente a consumir más arroz amarillo”.

El plan: instalar el producto

En 1954, cuando Bernardo y Amado legalizaron el fraude, la familia empezó una intensa campaña de difusión y venta para instalar en el mercado la cápsula. “En ese tiempo salíamos a vender por la ciudad y en los barrios periféricos eran los lugares en donde más aceptación teníamos”, relata Eduardo, que además era quien estaba detrás del trabajo de los vendedores en la calle.

Los tiempos eran otros y también las estrategias de marketing eran diferentes. “Entrábamos al almacén –continúa– y le ofrecíamos el Sabor 15. Si decían que sí, le dejábamos la cantidad que pedían. Pero si nos decían que no también se las dejábamos, porque les regalábamos el exhibidor con 3 cápsulas y si había gente en el local les obsequiábamos el producto”. Así, el hombre asegura que fue una labor cuadra por cuadra y casa por casa: “Tres veces dimos vuelta la ciudad, fue un trabajo de hormiga”, rememora.

Hoy, en la fábrica de Valparaíso y Córdoba se producen 3.500 latitas por día, aunque en invierno la cifra suele ser mayor. Uno de los hermanos cuenta que dos operarias sacan las cápsulas en tandas de 100 unidades por partida y que el trabajo es totalmente manual, porque no hay máquinas mecánicas para manipular las diminutas tapas que llevan los envases.

Son muchas las anécdotas que los Arrabal Moya juntaron en casi seis décadas pero Raúl destaca a una que protagonizó uno de sus vendedores: “Era un hombre mayor, elegante y muy respetuoso. Siempre decíamos que era un «embajador», no un vendedor. Fue un orgullo tenerlo en la empresa”, dice. Así, cuenta que en esa época las granjas generalmente eran atendidas por un matrimonio y que un día, ante la resistencia del almacenero a comprar la cápsula, el vendedor le dijo a la mujer: “Usted hágale a su esposo un arrocito con Sabor 15 y a la noche va a notar la diferencia”.

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