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Pobreza y progreso

Por: Alicia Caballero Galindo

La pobreza y la riqueza, el poder y la impunidad, el deber ser y el querer hacer, el sentarse a soñar ¡o a llorar! y esperar pasivos “lo que venga”, o ir al encuentro del futuro y nuestros sueños y luchar por alcanzarlos, el conformismo y la mediocridad y el caminar con los pies en la tierra y el intelecto más allá de las estrellas; vislumbrando el mañana… Estas premisas hicieron la diferencia a lo largo del tiempo en el desarrollo de los seres humanos y las diversas culturas del planeta. Recordemos a la antigua China que se amuralló para no compartir su grandeza y al romper el aislamiento se dio cuenta que se había quedado muy atrás. En contraste, veamos a Roma; asimiló la cultura griega, combinándola con la propia y respetó el acervo cultural de los pueblos dominados. La gran falla que determinó su decadencia y su caída, fue la inclusión de mercenarios en sus ejércitos para mantenerse en el poder, pero los soldados “a sueldo” se vendían al mejor postor y corrompieron la filosofía y orgullo de sus legiones.

En ambos casos, la falta de visión, la soberbia y la ambición, fueron los detonantes que provocaron la debacle de estos importantes imperios. Cuando se pierde el equilibrio en las decisiones, los resultados siempre serán desastrosos.

En la Edad Media, el sistema feudal se desmoronó ante el fracaso de Las Cruzadas, que también acarrearon el debilitamiento militar y económico de los grandes señores feudales, dando lugar a su ocaso y muerte. Sin embargo, este desastre, dio origen a la recuperación de los reinados, la delimitación de los países y el surgimiento de un nuevo sistema económico; el nacimiento del capitalismo y la burguesía; la riqueza y el poder estaría en manos de quienes atesoraran dinero y no posesión de tierras, dando lugar al inicio del Renacimiento. A fines del siglo XV y principios del XVI, nuevamente el mundo europeo se convulsiona en lo económico, político y cultural, para dar paso al racionalismo y el surgimiento de una nueva era. Podemos mencionar también los grandes cambios que acarrearon las guerras napoleónicas, cuyo fracaso se debió también a la ambición de Napoleón; al intentar conquistar Rusia, sus fuerzas armadas no pudieron contra las inclemencias del clima: de nuevo el fantasma de la ambición debilitó el imperio.

Las Guerras Mundiales, que convulsionaron al mundo apenas el siglo pasado, comparten el mismo denominador; ambición y poder. El surgimiento de las doctrinas comunistas como una panacea para abatir la pobreza de los pueblos, al final de cuentas, los países que abrazaron este sistema, se convirtieron en súper capitalismos; pues sólo la elite en el poder posee privilegios, hundiendo a sus habitantes en la uniformidad, el anonimato y la mediocridad. Cada uno de estos cambios sociales, vinieron a revolucionar al planeta en muchos aspectos vitales y dejaron enseñanzas. Ciertamente la civilización, a lo largo de sus luchas, ha procurado encontrar una fórmula para abatir o al menos suavizar ese duro contraste entre la elite de poder y las clases menos favorecidas; sin embargo, no ha surgido una fórmula mágica que logre este propósito; la sed de poder a todos los niveles, es un fantasma que asedia al planeta y se agazapa en todos los confines, entorpeciendo la solidaridad humana.

Vivimos tiempos difíciles; si queremos salir adelante como individuos y como nación, es necesario planear, cultivar, estudiar, apoyarnos como grupo, y trabajar sin descanso por el “hoy” que al final de cuentas se reflejará en un mañana mejor.

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