Ciudad

“No hay que extender ciudades, ni con villas ni con countries”

Por Claudio De Moya.- Jorge Jáureguy advierte que en la Argentina se construyen viviendas, pero no se planifica cómo revertir la fragmentación.


“En la Argentina, y yo todavía no lo entiendo, no hay un programa que no sea sólo hacer viviendas, y que aborde todo lo que implica la vida social en un lugar”. La provocación no es de un improvisado o un quejoso, sino de Jorge Mario Jáureguy, arquitecto y urbanista rosarino que luego de emigrar a Brasil a fines de los 70 -¿hace falta explicar por qué?- comenzó a trabajar en Río de Janeiro en proyectos de inclusión social y territorial de las favelas, interviniendo en 20 de ellas con innovaciones y resultados que recogieron elogios internacionales.

Lo que marca como déficit de las acciones sobre las problemáticas periferias de las metrópolis locales es la ausencia de diálogo con los habitantes y la geografía de esos lugares, el abordaje apenas constructivo de múltiples carencias, la falta de coordinación entre los diferentes niveles del Estado y soluciones desvinculadas de una idea y modelo de ciudad, que él propone inclusiva, capaz de albergar con bajo conflicto la diversidad cultural y económica de todos sus habitantes. Señala que no hay que extender irracionalmente las plantas urbanas, ni con barrios para pobres ni con countries de ricos, sino densificar e integrar sus periferias. “No hay que construir casas sino ciudad”, sintetiza. E insiste en que son los poderes públicos los únicos que pueden asumir la tarea desde el abanico de aspectos que obliga a tener en cuenta -técnicos, culturales, sociológicos, ecológicos, jurídicos-, y que el urbanista tiene mucho que aportar para que no se continúe operando “a ciegas”.

Jáureguy regresa periódicamente a la ciudad donde nació y en la que se recibió de arquitecto a principios de los 70. El viernes último habló desde una de las mesas del centro cultural Mano a Mano. Fue instantes antes de participar del debate “Estrategias de articulación espacial para una ciudad y una sociedad dividida”, que organizó el colectivo Giros. La convocatoria prendió, y la sala de Ovidio Lagos al 700 se colmó de un público en el que los jóvenes fueron mayoría.

Déficit habitacional y asentamientos irregulares son términos que frecuentan los discursos, las estadísticas censales y las teorizaciones. Los abordajes no faltan. Hoy se pueden nombrar los planes Procrear, Mi tierra mi casa, Hábitat, el fallido Sueños compartidos, los antiguos Fonavi y una extensa lista de ejecución de viviendas sociales impulsadas por diferentes niveles del Estado, e incluso por asociaciones civiles. Más o menos felices, orientados a distintas franjas socioeconómicas, marcados por las coyunturas de gestión y limitados por una débil visión estratégica, los proyectos apuntan centralmente al “techo” y compiten siempre en desventaja con -o ceden ante- los avances del negocio inmobiliario privado. Las anteriores experiencias públicas -se verá con las actuales- no consiguieron atenuar siquiera la fragmentación social, económica y cultural de las grandes urbes.

A Jáureguy lo convoca esto último. Trabaja en Brasil, reconoce las diferencias pero se sorprende de que en la Argentina, donde el fenómeno de los territorios habitados en los márgenes del ordenamiento urbano es de una magnitud inferior, no se actúe de otra forma.

“Una diferencia importante es la dimensión de los problemas, acá todavía son manejables, en una escala pequeña, en Rosario hay entre 150 y 200 mil habitantes viviendo en áreas informales, en Río de Janeiro son un millón y medio de sus 6.400.000. Al tamaño del problema también correspondan soluciones diferentes. Allá hubo que diseñar programas para enfrentar la situación, que ya tienen 20 años de experiencia. El primero fue el Favela Barrio, creado por la Municipalidad, que juntó las experiencias dispersas de intervención y les dio una estructura que permitió pensar el problema de manera integrada, en la parte y el todo: la ciudad y su conexión con cada uno de los lugares donde estaban las villas”, describe el rosarino. “Eso para mí es una cuestión fundamental -destaca- y una de las diferencias con la Argentina. Aquí, y yo todavía no lo entiendo, no hay un programa que no sea sólo hacer viviendas, que contemple todo lo que implica la vida social en un lugar, los espacios públicos, la escuela profesionalizante, los equipamientos deportivos, culturales, los centros de generación de trabajo y renta. Todo eso es fundamental, la vivienda sola no resuelve el problema, es una gota de agua en el mar. En América latina todavía se es muy viviendista”.

Hacer sólo casas suele desembocar en guetos de ladrillo en lugar de los de chapa, en los que permanece la marginalidad y la desconexión con el resto de la ciudad. Soluciones implantadas y parciales que no son apropiadas -y por lo tanto cuidadas- por sus habitantes. El camino es más complejo. Requiere, detalla Jáureguy, una “estructura del diálogo con el lugar, con la gente, el cruzamiento con las diferentes disciplinas y saberes, técnico-ingenieril, sociológico, jurídico, infraestructural, para poder dar cuenta de un fenómeno que tiene múltiples dimensiones. Porque lo socio-espacial es algo múltiplemente articulado, o desarticulado hasta que se articula”. Son conocidos además, en este punto, los cortocircuitos entre gestiones a la hora de la intervención. “Una cuestión fundamental es articular las acciones dispersas. Los diferentes niveles del Estado –federal, provincial y municipal– tienen muchas acciones, pero no están coordinadas, y no tienen una visión de conjunto, que yo defiendo como esencial para poder actuar en la parte. Entonces, debe haber una idea de ciudad, de cuál y hacia dónde construirla, hacia dónde vamos a dirigir el devenir urbano. A partir de ahí se puede empezar a pensar en intervenir, de lo contrario se lo hace a ciegas, sin saber cuál es el ADN urbano que importa cada una de las unidades habitacionales”.

Densidad, integración y contención

Qué construir, para qué y cómo, y de qué manera continuar, son preguntas muchas veces mal respondidas en las acciones estatales. “Creo que hay que dejar de hacer unidades habitacionales aisladas, y hacer viviendas compactas, planta baja más tres pisos, para los sectores populares, para que haya una densidad capaz de garantizar riqueza de interacción social”, propone Jáureguy y ejemplifica: “La favela en Río es un lugar de carencia física, de calidad en las redes infraestructurales o en equipamiento público, pero tiene una intensa vida social, que es lo que falta en la Argentina. Salvo lugares como Villa 31, en Buenos Aires, las villas acá son más dispersas, más tristes. Mientras que en Río a pesar de la pobreza se puede ser alegre, acá en la pobreza no. Uno lo ve en el rostro de las personas”. Y apunta al crecimiento descontrolado de las trazas urbanas, un fenómeno huérfano de horizontes físicos y políticos: “Creo que densificar y restringir el avance de la periferia es una cuestión central para que la ciudad no se siga expandiendo, tanto del lado de los ricos con los condominios y los countries, como del lado de los pobres con las villas, que son las dos formas de extenderla irracionalmente”.

 Ciudad mezclada

Además de la integración de la periferia al entramado urbano, Jáureguy propone desandar la fragmentación del trazado hoy ya regulado de las metrópolis, y menciona las diferencias de la zona “entre bulevares” y el resto de la ciudad. “Tratar una vivienda junto con todo lo que la acompaña, y los medios de comunicación, más la infraestructura, pero sobre todo la ciudad mezclada, donde los diferentes sectores sociales convivan, donde los pobres, los ricos y la clase media puedan compartir sectores de la manzana, puedan ser parte de lo urbano. Tener alternativas para la clase media y para soluciones de interés social, pero de alta calidad de diseño, que puedan convivir perfectamente con la arquitectura de orden comercial. También aquí hay una cuestión de diseño, de cómo se piensan las manzanas, de manera que no sean de un único sector social sino que tengan la capacidad de responder a la heterogeneidad social, y para que dimensionando esos espacios de convivencia de la diversidad se pueda, desde el urbanismo, crear las condiciones para que lo diferente pueda ser parte y no quede excluido, en las afueras”.

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