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Los patos de la boda

Por: Carlos Duclos

¿Qué es la Argentina de nuestros días? La indulgencia llama a silencio, la realidad invita a una respuesta patética. Este suelo inmensamente rico, convertido en nación por la presencia de una sociedad alguna vez más o menos organizada, es hoy una desgracia aceptada. ¿Es demasiado? No lo parece.

Ayer, como todos los días de todos los últimos tiempos, el país asistió a un hecho político tan ridículo como lamentable: la reunión de la comisión del Senado de la Nación para tratar el pliego de la presidenta del Banco Central de la República Argentina, licenciada Mercedes Marcó del Pont. Con fundamentos válidos o no, por peso de la oposición, el pliego fue rechazado. De uno y otro lado se escucharon fundamentos airados en contra y a favor de esta mujer que, según todas las sensaciones, fue el pato de la boda; es decir pagó no por sus méritos o talento poseídos o no, sino por ser la nominada para el cargo por la presidente Cristina Fernández de Kirchner. Tuvo razón el senador Gioja cuando dijo que aquello que trataban los “opositores”, era rayar la pintura de la presidenta de la Nación. Y tampoco se equivocó el presidente de la comisión, Marcelo Guinle al sostener que la funcionaria no había tenido derecho a una legítima defensa en el marco de un debido proceso.

Ello no obsta para decir que el Poder Ejecutivo, absolutista y orgulloso, hace las cosas a su antojo prescindiendo de los demás poderes, como si estos fueran no más que lacayos al servicio de un monarca. En fin, lo cierto el que, muy desgraciadamente, el país vive un enfrentamientos entre dos bandos que son verdaderas asociaciones ilícitas (desde un punto de vista filosófico y moral y no penal, claro) que se la pasan defendiendo sus intereses trampeando al ciudadano común, humillándolo de una y mil formas, sin que este tenga capacidad de reacción porque la voluntad esta desfalleciente o anestesiada.

Por eso, y nada menos que por eso, la Argentina es una desgracia aceptada. El ser humano argentino de nuestros días, de nuestro tiempo, por lo general aunque no siempre, es un ser que fue moldeado para aceptar todos y cada uno de los desaguisados en el que incurren factores de poder que no son sólo políticos. En efecto, detrás de muchos dirigentes oficialistas u opositores hay sectores de poder económicos que son sus poderosos representados. Hay también detrás de ciertos personajes de la oposición medios de prensa hegemónicos que los utilizan como miserables marionetas para sus propios fines que, por supuesto, no son los fines ni el propósito de la sociedad argentina.

Y si el oficialismo tiene poco medio de comunicación en que respaldarse, salvo el disparatado canal oficialista, algunos de cuyos programas de tan chupamedias provocan nauseas, es porque tuvo la idea de sacar una ley de radiodifusión que afectó intereses de ciertos empresarios. Y allí, estimado lector, se acabó el hermoso romance que Néstor alguna vez tuvo con ciertos multimedios que, dicho sea de paso, siempre hicieron lo que les vino en ganas.

Esta es la patética realidad argentina a la que acostumbró a la Nación esta pléyade de dirigentes de uno y otro signo. Es, como se dijo alguna vez en otros espacios, el juego del antón pirulero, cada cual atiende su juego. Claro que el vecino común no puede atender demasiado, a veces nada, porque nada es lo que le ofrece el contexto de falsos líderes argentinos embarcados en una batalla política indignante mientras la sociedad padece más de una pena.

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