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La vida, cada día más precaria en Haití

Un país arruinado, fue víctima de un sismo devastador, que terminó con lo poco que quedaba. Ahora las quemaduras son el nuevo flagelo de un pueblo con pocas esperanzas.

Cada vez más haitianos se presentan con quemaduras en el hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Puerto Príncipe, provocadas por el frágil tendido eléctrico de la ciudad o las precarias condiciones de sus tiendas de campaña tras el violento terremoto de enero.

Frente al aumento de casos, MSF abrió recientemente un sector especial para quemados en un hotel de campaña en Delmas, un barrio popular de la capital haitiana, donde varios edificios se derrumbaron como naipes luego del sismo que devastó el país el 12 de enero.

El sector de quemados, el único del país, no tiene un minuto de descanso: las 19 camillas están siempre ocupadas porque las quemaduras se han vuelto moneda corriente “por el modo de vida muy precario” que sufren los cerca de 1,3 millones de haitianos que perdieron su hogar y viven en campos de refugiados, dijo a la AFP el médico Remy Zilliox.

“Hace tres meses que viven en carpas y cada vez son más proclives” a tener accidentes domésticos, explica el cirujano plástico de MSF.

La tendencia parece haberse instalado en las calles de una capital superpoblada y cuya reconstrucción no parece comenzar.
“Todas las familias viven en tiendas de campaña. Si cae una lámpara de petróleo, se provoca el incendio en una, dos o tres carpas”, narra el médico.

“Las mujeres cocinan en condiciones difíciles, con agua hirviendo, con aceite. La tetera se da vuelta y como resultado sucede esto”, añade al señalar a una mujer desfigurada, gimiendo de dolor, mientras espera por un injerto de piel.

“Con un recipiente con agua caliente para el baño, puedes provocar el accidente que tuvieron aquellos bebés allá: quemados con agua hirviendo”, agrega Zilliox, mostrando a seis bebés con la piel destrozada por las quemaduras.

“Tengo un paciente que iba en bicicleta cuando un cable eléctrico se enredó en su rueda delantera. Como la bicicleta era de metal, le dio corriente en las piernas”, cuenta el trabajador humanitario.

En otro punto del hospital, un psicólogo de MSF asiste a un hombre con los dos brazos amputados que sufrió una descarga eléctrica tras tocar un cable del tendido eléctrico caído.

“Hay cables eléctricos caídos o sueltos en toda la ciudad, no importa cómo ni dónde, los niños pueden agarrarlos y preguntar mamá, ¿esto qué es?”, advierte el cirujano.

Con los hospitales haitianos atiborrados de gente, el centro de MSF no tiene fecha de partida.

Instalado en el patio de una escuela destruida, el hospital no cesa de ampliarse. Constituido por estructuras inflables, el establecimiento de 4.500 m2 dispone de 200 camas y cuenta con todos los servicios de un hospital moderno: banco de sangre, radiografía, ortopedia, psiquiatría, etc.

“Y prevemos crear una cantina hospitalaria que provea 1.200 comidas al día”, precisa Anne Chateaulain, la coordinadora del proyecto.

Pero todo esto será temporal. “La escuela tendrá que volver a dar clases algún día”, advierte Zilliox. “Tarde o temprano los Estados deben hacerse cargo de sus propios problemas sanitarios”.

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