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La Shoá y la dignidad

Profesor: Oscar Destouet

Mucho se ha escrito sobre la Shoá y mucho se seguirá escribiendo en el futuro, no sólo lo vaticinamos sino que lo queremos. Más de una vez nos hemos preguntado por qué. La memoria es una saludable actividad humana, nos ayuda, fundamentalmente, a aprender. A tomar ejemplos y a definir en qué mundo queremos vivir.

En enero de 2009 tuve la oportunidad de participar en un curso sobre Shoá en Yad Vashem, Israel. Fueron 15 días compartiendo, aprendiendo y debatiendo junto a un excelente grupo humano de latinoamericanos. Cada uno de nosotros cargaba con su mochila de conocimientos y afectos. Cada uno situado en su contexto de país, familiar y cultural determinado. Nuestras preocupaciones no eran exactamente iguales pero nuestra búsqueda sí. ¿Por qué los seres humanos pudieron llegar a esos límites del horror? ¿Cómo de la adversidad somos capaces de construir vida y solidaridad? ¿Cómo tender puentes entre presente y pasado? ¿La Shoá fue/ es un drama de “judíos”? ¿O nos involucra a todos los humanos?

Lo que la historiografía tradicional denomina Holocausto, y que hoy llamamos Shoá, refiere a la persecución, muerte e intento de exterminio al pueblo judío por el hecho de serlo, ocurrido en Europa dominada por el régimen alemán nazi. Una persecución y muerte que incluyó también al pueblo gitano, personas alemanas (de origen “ario” según los nazis) con alguna discapacidad, y a minorías políticas (comunistas y socialistas principalmente), sexuales (homosexuales) y demás opositores al régimen. La ideología propuesta por Adolfo Hitler y su partido Nacional Socialista (Nazi) definió como enemigo principal a una entidad que catalogó como racial: el judío. Sobre él se concentraba todos los males que luego este irradiaba sobre la buena sociedad alemana. Por lo tanto había que exterminarlos. Eran inferiores pero fundamentalmente eran “malos”. Decía Hitler en un ensayo de 1922: “Nunca un peligro producido por una maldad intencional, será vencido por el mero reconocimiento de su naturaleza maléfica o de su fuerza provocadora, sino por una confrontación deliberada con otra fuerza”. En el mismo ensayo escribió: “La raíz principal de toda ésta desgracia, el germen básico de esta enfermedad de la raza, es el judío”.

La década del 30 fue propicia para el desarrollo de un sistema de ideas que configuró el nuevo estado alemán. En el año 1935 tuvo, en las llamadas Leyes de Nüremberg, su más clara y nefasta manifestación normativa. Fueron promulgadas la Ley de Ciudadanía del Reich y la Ley para la Defensa de la Sangre y el Honor Alemán. Por la primera se estableció que “Un ciudadano del Reich es un súbdito del Estado, de sangre alemana o de afinidad consanguínea”. Por la segunda se “prohibían los casamientos entre judíos y súbditos del Estado de sangre alemana o de afinidad consanguínea”. Además se agregaba que “los judíos no podrán emplear en sus casas a mujeres súbditas del Estado de sangre alemana o parentesco, menores de 45 años”.

Por reglamento dictado el 14 de noviembre de 1935 se estableció que “Un judío es una persona que desciende, por lo menos, de tres abuelos plenamente judíos de raza”.

Paralelamente a las medidas legales y económicas, escribe Israel Gutman en Holocausto y memoria, tuvo lugar un proceso constante de exclusión cultural y segregación social. Se prohibió a los judíos, entre otras cosas, sentarse en bancos de las plazas y parque públicos; ser miembros en agrupaciones deportivas; tener animales domésticos, etc. Los miembros de agrupaciones estudiantiles se paraban en las puertas de los auditorios y prevenían a los asistentes que no entraran a clases dictadas por profesores judíos. En el transcurso de los años 1937 y 1938 los reglamentos que despojaban a los judíos de su lugar en la sociedad y en la economía fueron en aumento. La culminación de este proceso se expresó en el traspaso de las industrias de propiedad judía a manos arias (arianizacion). En 1938 se impuso la obligación de anteponer los nombres judíos Israel y Sara para identificar todos los nombres personales de judíos. Luego del pogrom llamado Noche de los Cristales, en el que se destruyeron 1.000 sinagogas, 800 comercios fueron incendiados y saqueados y cientos de viviendas dañadas fueron asesinados 91 judíos y 30.000 arrestados y enviados a campos de concentración. A partir de este hecho el gobierno dictó varias leyes para terminar de excluir a los judíos de la sociedad, como por ejemplo, les fue vetado el ingreso a las escuelas públicas y se prohibieron las organizaciones judías; se les prohibió la entrada a lugares públicos y poseer libreta de conducir.

El antisemitismo no era algo novedoso para la Europa de aquellos años, pero sí su formulación como política de un estado y la creación de una copiosa legislación que fue regulando la expulsión y segregación. Desde las últimas décadas del siglo XIX hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial pueden identificarse dos líneas básicas en el antisemitismo europeo. En Europa Oriental, el antijudaísmo  se inspiraba, aunque no de modo exclusivo, en fuentes religiosas. En contraposición, en Europa Occidental y principalmente en Alemania, el antisemitismo basaba sus premisas en ideologías políticas contemporáneas y en concepciones de mundo racistas. Los judíos eran presentados, según Gutman, como un cuerpo que amenazaba la estabilidad social.

En un discurso de 1920, citado por Gutman, Hitler exclamó: “No imaginéis que se puede luchar contra la enfermedad (el espíritu judío) sin matar a su causante, sin exterminar el microbio y no penséis que lograréis luchar contra la tuberculosis de la raza sino garantizando que el pueblo esté limpio del microbio portador de esa enfermedad. Las influencias del judaísmo nunca acabarán y la contaminación del pueblo alemán no se detendrá en tanto no sea extirpado el causante de la enfermedad judía de nuestro cuerpo”.

Lentamente, los hechos del pasado por sí van respondiendo la pregunta del comienzo. Cada una de estas prácticas políticas fueron construcciones humanas que lograron apoyos muy fuertes en la sociedad alemana y también indiferencia o apoyos pasivos de otros tantos. Como ocurrirá décadas más tarde con la política sudafricana del Apartheid –la segregación racial a la población negra de Sudáfrica– o con otras fragrantes violaciones a los derechos humanos.

Si esto fue posible en el seno de uno de los países más culto de la culta Europa de los años 30, nada indica su posible no repetición (nos referimos a su construcción ideológica y el intento de llevarla a la práctica). Su olvido sólo provocará un no aprendizaje e impedirá generar antídotos.

Pero el horror no terminó ahí, lo anterior fue sólo el comienzo. Luego vendrá la política concentracionaria y finalmente el intento de exterminio. La persecución en los años 30 a los judíos en Europa y los horrores sufridos durante la década del 40 por millones de seres humanos, como recientemente durante las dictaduras militares en los 70 y principios de los 80, nos interpelan a todos, porque fueron creaciones humanas contra lo humano. Descubrimos de estas experiencias, que lo inhumano es también parte integrante de lo humano. La cuestión será cómo desterrar esa faceta del accionar de hombres y mujeres. Y lo mejor, para comenzar, será no olvidar y ejercer justicia.

En el apéndice agregado en 1976 a Si esto es un hombre (Muchnik ed., 1987), Primo Levi sostiene: “Quizás no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar. Me explico: «comprender» una proposición o un comportamiento humano significa (incluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar, identificarse con él. Pero ningún hombre normal podrá jamás identificarse con Hitler, Himmler, Goebbels, Eichmann e infinitos otros. Esto nos desorienta y a la vez nos consuela; porque quizás sea deseable que sus palabras (y también, por desgracia, sus obras) no lleguen nunca a resultados comprensibles. Son palabras y actos no humanos, o peor: contrahumanos, sin precedentes históricos, difícilmente comparables con los hechos más crueles de la lucha biológica por la existencia. A esta lucha podemos asimilar la guerra: pero Auschwitz nada tiene que ver con la guerra, no es un episodio, no es una forma extremada. La guerra es un hecho terrible desde siempre: podemos execrarlo pero está en nosotros, tiene su racionalidad, lo «comprendemos». Pero en el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está fuera del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo, pero está fuera y más allá de su propio fascismo. No podemos comprenderlo; pero podemos y debemos comprender dónde nace, y estar en guardia. Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también”. Hoy nos enfrentamos a un reverdecer de las políticas negacionistas que van de la mano de gobiernos muy poco democráticos unidos a políticos tradicionales de derecha. El ocultamiento de la verdad es propio de regímenes autoritarios y antidemocráticos. Sólo la verdad nos hará libre, reza un viejo precepto religioso. Sólo con el reconocimiento y un efectivo cumplimiento de los derechos humanos de todos y todas habremos desterrado el flagelo de la discriminación y las prácticas dictatoriales antidemocráticas.

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