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Impotencia

La muerte impune duele más

“La Justicia no existe para nosotros”, dijeron los padres de Leonardo Brocardo, un pibe que tenía 17 años cuando fue asesinado en 2010 en barrio 7 de Septiembre. La investigación penal, tras un lustro, terminó sin condenas.


La muerte de un hijo no deja nunca de doler. Pero cuando es violenta, y queda impune, el dolor parece carcomer más. Sara y Raúl llevan 30 años de casados. Hace cinco, uno de sus siete hijos fue asesinado de un disparo en el pecho al quedar en la línea de fuego de una pelea de la que nada tenía que ver. No sólo porque era ajeno a la riña que le quitó la vida, a los 17 años, sino porque era un pibe que nunca salía de noche. “Los chicos de su edad se burlaban de él porque era un mamengo”, recuerda su mamá mientras repasa la noche del 15 de agosto de 2010, cuando un vecino le insistió tanto a Leandro para salir, que aceptó, y nunca más lo vio vivo.

Al principio, su familia y gran parte del barrio 7 de Septiembre realizaron recurrentes marchas en reclamo de Justicia. Pero con el tiempo, la esperanza de que se encuentre al menos a un responsable del crimen quedó como cuenta pendiente sólo para sus afectos más cercanos, que este año perdieron toda expectativa.

“¿Entonces quedó impune? ¿Y a mi hijo quién lo mató, el aire?”, preguntó la voz de Sara al teléfono días después de brindar una nota a El Ciudadano en su casa del Fonavi de Tarragona y Schweitzer. Esa entrevista la había pedido con la intención de acelerar la causa penal luego de cruzarse en el barrio con la única persona detenida por el crimen de Leandro Brocardo. Pero la muerte tiene dos idiomas. El de la pieza ausente con la ropa aún intacta, de las fechas festivas sin nada que celebrar, de las escasas fotos que permite la pobreza. Y otro, igual de frío e inexplicable. Donde un hijo amado es solo un número de expediente. Las palabras son raras o difíciles y lo que todos repiten en el barrio, son endebles indicios que nunca llegan a convertirse en prueba.

“No hay detenidos”

Carlos O., el hombre que había sido imputado del homicidio de Brocardo, quedó absuelto del crimen pero fue condenado a tres años de prisión por portación de arma de fuego. Tras purgar la pena volvió al barrio. Su familia vive justo debajo de la casa de Sara y Raúl, una situación que les remueve la angustia a diario.

“Su mujer vive abajo y ya hicimos varias denuncias porque nos provoca. Pero hace unos días, cuando volvía del psicólogo, me lo crucé a él. Se me rió en la cara y me dio una impotencia terrible. Veo a mi hijo en él porque todos los vecinos dicen que mató a Leandro. Yo estoy exigiendo seguridad para mis hijas. Porque ya no puedo vivir así, estoy intranquila. Nos sentimos amenazados porque cada vez que nos ve, se ríe y nos provoca”.

Sara trabajó 22 años como ayudante de cocina en la escuela del barrio, tarea que interrumpió con un parte psiquiátrico tras la muerte de Leandro. Raúl quedó desocupado luego de un accidente de trabajo y desde entonces se las rebusca como remisero.

“Cuando hay plata hay Justicia. Y nosotros somos pobres. Hace cinco años que estamos atrás de esto. Ya no sabemos qué más hacer. Se nos terminó todo. La Justicia no existe para nosotros. Esa persona nos arruinó la vida totalmente. Y ahora tenemos que convivir con sus burlas”, dijeron.

Los abogados defensores de Carlos O., Adrián Ruiz y José Ferrara, explicaron que la testigo que apuntó a su cliente “contó un relato que no sirvió para inculparlo” y aunque fue procesado luego resultó absuelto porque el arma por la que fue condenado no era la misma de la que salió el disparo mortal.

Sara recordó los dichos de esa testigo: “Me contó que el que disparó fue Carlos O. Le quiso tirar a un tal Nicolás Burgos, a quien desgraciadamente mataron tiempo después (el 12 de abril de 2014). Pero esa bala era para él, no para Leandro. Entre Carlos O. y mi hijo no había bronca, eran amigos. Fue sin querer, no lo hizo a propósito. Pero esa testigo declaró en tribunales, dijo que Carlos se bajó de la moto, tiró y se fue. Y estuvo una semana fugado. Había muchos más testigos pero la gente no se quiso meter. Después la esposa de Carlos dijo que era prima de mi hijo. Mintió para apañar al marido y acusó a Nicolás Burgos, que era menor de edad. El chico estuvo siete meses preso. Y mirá vos, también está muerto. Mataron al perro y ya está el chancho suelto”, ironizó Sara.

“Leandro era un pibe excelente. Un buen chico. No tenía maldad para nada. Acá en el barrio lo querían mucho porque era un nene respetuoso. Tenía 17 años, iba a la escuela, estudiaba, trabajaba con el padre colocando parabrisas de autos y el resto del día estaba todo el tiempo conmigo. A mí me quitaron mi hijo y me quitaron todo. Quién me paga su muerte. Nadie me lo devuelve. Y mientras más tiempo pasa es peor. En los cumpleaños, los aniversarios. Leandro ya tendría 22 años mi hijo, sería todo un hombre. Que un bastardo le quite la vida, aunque sin querer, es terrible. Nos arruinó la vida a todos y por el homicidio no hay detenidos”, concluyó la mujer.

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