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La leyenda del esturión siberiano del río Paraná

Sospechan que “miles” de ejemplares fugaron de un criadero uruguayo. Llegaron hasta Granadero Baigorria.

Guillermo Correa

 

“Si usted pesca un esturión, siga por favor estas instrucciones: No lo golpee. Es importante que esté lo más entero posible. No le saque las vísceras. Son necesarias para saber el peso completo del animal, qué come, si es macho o hembra y si está maduro como para reproducirse. Consérvelo en un freezer o heladera metido en bolsa doble para evitar el mal olor y que se derrame líquido. Anote pronto fecha y hora aproximada de la captura, longitud y peso del ejemplar, el sitio en que lo pescó, el método de pesca que usó y qué otras piezas pescó en ese rato. Por favor avise rápidamente al museo por alguno de los siguientes teléfonos: (03461) 42-2230 y 43-1576 o al mail museoscasso@lycos.com”. Así dice textualmente un aviso que, desde hace ya más de una década viene circulando en páginas y foros de internet dedicados a la defensa del medio ambiente, la pesca deportiva o a información gremial para pescadores artesanales. Lo firman Jorge Liotta, Beatriz Giacosa y Mario Wagner, licenciados en Ciencias Biológicas y miembros del Museo de Ciencias Naturales “Reverendo Antonio Scasso”, de San Nicolás. ¿Y qué hacen biólogos bonaerenses buscando en el Paraná un pez asiático, originario de Siberia? La respuesta está nada más y nada menos en el medio del Uruguay: desde allí se escaparon en 1997 muchos –sospechan que hasta miles– de estos extraños bichos, que años después fueron apareciendo a más de mil kilómetros de distancia. Incluso azorados pescadores de Villa Constitución y Granadero Baigorria los tuvieron en la punta de sus anzuelos.

Todo comenzó en el río Negro, al que los originarios charrúas llamaban Hum.  Su curso divide por mitades todo el territorio oriental, desde la frontera con Brasil hasta la confluencia con el río Uruguay. A 307 kilómetros de su desembocadura, entre los departamentos de Durazno y Río Negro se alza la represa Rincón de Baygorria, una de las tres que tiene el “paísito” en su mayor río. La usina entró en servicio en 1960, y tres décadas después, a una empresa privada se le ocurrió que el embalse, de 54 metros de profundidad, era propicio para una dudosa aventura comercial: traer esturiones siberianos para producir carne y –la de máxima– huevas, que este pez siembra por millones y componen una delicatessen hoy carísima, pero que hace un milenio consumían, curiosamente, los rusos más pobres.

Este diario no pudo confirmar qué suerte tuvo el emprendimiento: está claro que un río como el Hum, de sedimentos y llanura, poco se parece a otro de Rusia o Kazajistán, donde las temperaturas invernales pueden llegar a los 45 grados bajo cero. Pese a ello, Uruguay figura actualmente en la lista de países productores de caviar.

Según la enciclopedia libre Wikipedia, no hay mucha ciencia en ello: simplemente se crían los esturiones en viveros y cuando llegan a su edad fértil se inseminan artficialmente, se extraen las huevas, se limpian, se salan y casi inmediatamente se envasan. En eso estaba, al parecer, la estación de piscicultura de Baygorria en 1997, cuando algo pasó.  Qué fue, no se sabe: “Nunca tuvimos una respuesta oficial del establecimiento de cría”, lamenta Jorge Liotta.

Liotta egresó como licenciado en Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Sur, y cursó una especialización en Ecología Acuática Continental en la Universidad Nacional del Litoral. Desde hace más dos décadas viene analizando y publicando “papers” sobre ictiofauna de ríos y arroyos bonaerenses, el papel biológico del sauce criollo, las consecuencias de los incendios en islas, y la mortandad de peces en el Paraná inferior, entre otros temas relacionados.  Y junto a sus dos colegas fue el autor del llamado ante un nuevo peligro para la ya castigada fauna local: el acipenser baerii, más conocido como esturión siberiano.

“La primera liberación fue masiva, se hablaba de miles de ejemplares”, recordó a El Ciudadano el biólogo. Sin embargo, al mismo tiempo advirtió que, ante la falta de respuestas concretas por parte de los responsables, tuvieron que reconstruir qué ocurrió en base a “comentarios”. Así el equipo del museo de San Nicolás llegó a determinar, más o menos fehacientemente, que en el embalse de Baygorria utilizaban una “tecnología de jaulas flotantes” para albergar a los esturiones, pero hace 14 años “fuertes vientos dieron vuelta las jaulas”. Ante la oportunidad, los exóticos peces hicieron lo que haría cualquier otra criatura de agua, aire o tierra: rajar.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo fue el derrotero que siguieron los esturiones después. Pero está claro que algunos no sólo sobrevivieron a la aventura, sino que recorrieron 300 kilómetros hasta salir al río Uruguay, y que allí, vaya a saberse por qué, unos eligieron “subir” y otros “bajar”. También se sabe que estos últimos recorrieron otros centenares de kilómetros más y llegaron al Río de la Plata, y que aun después de esa travesía un número no determinado empezó a escalar el Paraná.

“En 1999 y 2000 empezaron a aparecer los primeros ejemplares. El primero en Villa Constitución, y el segundo en San Nicolás. Y también había reportes de diferentes puntos. Finalmente nos pusimos a averiguar”, recuerda Liotta. El científico cuenta que, por la extraña morfología del pez, cada hallazgo encontraba cierta repercusión. Y por ello más o menos se pudieron determinar hasta dónde habían llegado. “En agosto y setiembre de 1999 muy cerca de San Nicolás. Después en Pueblo Esther y Granadero Baigorria se pescaron otros ejemplares, más o menos en la misma fecha”, documenta Liotta.

Los biólogos del Museo Scasso tuvieron en sus manos dos ejemplares de esturiones, un macho y una hembra de 75 y 86 centímetros y de aproximadamente un kilo y medio de peso. De inmediato intentaron determinar qué habían comido: para su sorpresa, no tenían nada. “Estaban subalimentados y débiles. No lograron reproducirse naturalmente, ya que ninguno estaba sexualmente maduro. Y tampoco encontramos parásitos que los hubieran afectado”, cuenta Liotta.

Así las cosas, la suposición de los biólogos es que los esturiones habían sobrevivido fuera de cautiverio, pero a duras penas. Lejos de su hábitat natural cercano al Océano Glacial Ártico, no parecían representar una amenaza al ecosistema de la Mesopotamia. Y con el paso del tiempo, los avistamientos se fueron haciendo cada vez más espaciados. .

“Hacia 2002 todavía seguían  saliendo. Los registros confirmados más al norte que tenemos son de Villa Urquiza, al norte de Paraná, en la costa entrerriana. Y supimos por noticias periodísticas que se pescaron ejemplares en Corrientes, pero no pudimos confirmar que se tratara de acipenser baerii”, agrega Liotta.

Hoy la convocatoria de los biólogos, parte de “un programa de monitoreo de las poblaciones de esta nueva especie exótica introducida de manera accidental”,  sigue en pie. Incluso se fue amplificando en los últimos años con la expansión de internet y el auge de los blogs y los foros de discusión sobre pesca deportiva, muchos de los cuales reprodujeron el pedido. Pero lo cierto es que desde hace unos cinco años no hay avistamiento alguno.

En rigor, pudo haber sido mucho peor: “Cuando se libera una especie en un lugar nuevo y logra sobrevivir, como en este caso, existe la posibilidad de que se produzca un crecimiento importante de sus poblaciones. Esto se debe a que en su nuevo hábitat no están los parásitos y las enfermedades que las limitaban en su ambiente de origen. Su proliferación puede interferir con las especies nativas propias del lugar ya que, por ejemplo, pueden competir por el alimento, o alimentarse de otras especies o de sus huevos o crías”, explican Liotta, Giacosa y Wagner en su convocatoria. Y dan como ejemplo la introducción de la carpa “con la consecuente declinación del pejerrey”, o el caso de la tilapia, que provocó la extinción de muchas especies endémicas en lagos africanos”.

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