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La ciudad que deja Miguel Lifschitz

El intendente brindó su último discurso en el Concejo Municipal con la tranquilidad de saber que su etapa está concluida.

Por David Narciso.- Si el calendario electoral hubiera previsto el cierre de listas 15 días más tarde, ayer Miguel Lifschitz no hubiese podido iniciar el discurso ante el Concejo Municipal de la forma en que lo hizo. “Concurro a este recinto por última vez”. A pesar de que su convicción era no buscar un tercer mandato, hace apenas un mes sectores del Partido Socialista intentaban convencerlo de que allí estaba su futuro político.

Lifschitz llegó al Concejo con la tranquilidad del que sabe que su etapa está concluida y que su última gran misión es asegurar la continuidad del socialismo en el gobierno de la ciudad.

El intendente procuró que su octavo y último discurso ante los concejales se sostuviera tanto por el relato lineal de sus palabras como por el ineludible peso que en la política tiene lo simbólico. Esto último explica la cuidada presencia de la precandidata socialista a intendenta, Mónica Fein, a quien se le reservó para uso exclusivo uno de los dos palcos ubicados a los costados del estrado de la presidencia. El otro fue para el propio intendente y sus dos alfiles políticos, José Garibay y Fernando Asegurado.

La composición escénica del oficialismo habla mucho de los acuerdos políticos que construyó el intendente en Rosario, en particular con el sector del senador Rubén Giustiniani. Sin esos acuerdos es improbable que Miguel Zamarini hubiera habilitado semejante vidriera para la diputada nacional que, casi como salida de la galera, se convirtió en la precandidata del PS.

Con el frente interno acomodado, Miguel Lifschitz se tomó todo el tiempo del mundo para despedirse de los concejales y repasar sus ocho años de gestión: de las grandes avenidas-accesos a las cien cooperativas de familias que se ganan el sustento diario; del Instituto de la Lengua al autódromo; del aire acondicionado de los colectivos a la inserción de Rosario en los grandes foros mundiales; de la reducción de mortalidad infantil a los museos y la ciudad digital. Fue un discurso dedicado a la gestión, casi de inventario y desprovisto de todo pase de facturas o cuestionamientos, ya fuese a propios como a extraños.

Frente al intendente estaba la oposición, que en cumplimiento de los roles propios del juego político-democrático será la encargada de señalar los grises y ponerle los peros a la apabullante descripción de logros, gestiones, obras y proyectos en todos los frentes que se escucharon ayer en el recinto.

Es impensable que semejante inventario sea patrimonio exclusivo de un gobierno municipal o partido. El propio Lifschitz hizo en distintos pasajes menciones a otros actores políticos, económicos y sociales que, con responsabilidades más acotadas, interactuaron con su gestión y la anterior y por tanto son parte de esa pintura de una ciudad hacedora, en ebullición, siempre inquieta consigo misma.

En todo caso Lifschitz ayer exhibió ante el Concejo los pergaminos de haber ejercido con éxito el liderazgo político de ese proceso, como en la literatura mitológica los héroes exhiben la cabeza cortada de las bestias a las que vencen.

Para comprender el valor que tiene el final de este ciclo político, vale recordar que Miguel Lifschitz casi no es intendente en 2003, y que sólo 5 mil votos los salvaron a él y al socialismo del abismo.

Son esos pergaminos los que lo animan a intentar entronar a Mónica Fein, como en 2003 hizo Hermes Binner cuando lo eligió a él para sucederlo.

Al cierre del discurso, una escena de entre bambalinas resultó muy gráfica de lo que Rosario significa para el socialismo. Apenas el intendente terminó de enumerar su extensa lista de logros, y cuando ya saludaba uno por uno a los concejales, Mónica Fein salió del palco y se acercó a Jorge Boasso, el radical que es uno de sus competidores en la primaria del Frente Progresista, y lo hincó: “No te pensarás que voy a dejarte esta ciudad a vos, ¿no?”.

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