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Bergoglio quiere poner en claro el “estilo nuevo”, la Constitución de su papado (Por Ignacio Zuleta / Enviado Especial)

Hoy Francisco tiene el día libre. Los organizadores explican que tiene que descansar después del extenuante viaje de ayer.

Hoy Francisco tiene el día libre. Los organizadores explican que tiene que descansar después del extenuante viaje de ayer. Es el día, sin embargo, en el que recibirá a amigos y religiosos de toda la región con quienes quiere hablar. La mayoría son obispos con peso en el Celam, a quienes Bergoglio quiere presentarles lo que llaman aquí “la constitución de su papado”. Algo así como ponerles en claro, en palabras, lo que hasta ahora son gestos y demostraciones de un estilo nuevo.

Para quienes pertenecen al episcopado continental esto no es una novedad, porque esa constitución ya está adelantada en los documentos de Aparecida, hoy un “best-seller” porque lo piden para leerlo políticos, presidentes, legisladores, etcétera. Esos documentos fueron inspirados por el actual papa cuando coordinó la redacción de los documentos de esa histórica conferencia, y articulan el pensamiento de esta nueva era de la Iglesia del continente, que es el que más católicos tiene.

Los observadores ponen desde afuera el acento en minucias proselitistas, como el crecimiento de las iglesias evangélicas (que en este país tienen mucho poder, por ejemplo en el Congreso, donde manejan un bloque de 70 legisladores), como si se tratase de una cuestión de mercado. La constitución del papado de Bergoglio, según esos documentos, va por encima de esas especulaciones marketineras, como también de las presunciones de cambios de costumbres en torno al matrimonio, el aborto y la sexualidad, cuestiones que abordan periodistas y mirones desde afuera.

La misión que se ha propuesto Bergoglio es acompañar los cambios de costumbres –sirve el ejemplo de cómo consintió las uniones civiles en la Capital Federal cuando era obispo, o la posición moderada ante la línea ultra de monseñor Aguer en la puja por el matrimonio igualitario– sin quebrar los principios que defiende la Iglesia en materia sacramental. También está por encima del marketing de fieles y la aspiración a que la Iglesia católica sume a las confesiones evangélicas, en un proceso de mayor identificación con el principio de la piedad popular.

La doctrina bergoglista está inspirada en el conflicto de la modernidad entre la piedad popular, católica o de otros signos, que anima a las mayorías del continente, con el relativismo moral de los dirigentes que, como si estuvieran iluminados, quieren imponer consignas que la contradicen y, a la par, buscan aprovecharse del inmenso capital de esa demografía. Quien no entiende esto no entiende a Bergoglio y se distraerá en esperar a ver si la Iglesia –un disparate– abre las puertas al control de la natalidad, el aborto, los matrimonios mezclados y otras instituciones que contradicen la doctrina de Roma.

La novedad de este papa es esa mezcla de cura villero con intelectual jesuita, conservador, inflexible. A Bergoglio es imposible correrlo por izquierda porque es más basista que el más furioso izquierdista. Pero eso va de la mano de una rigidez –solidez, diría él– en cuanto a doctrina, que lo ubica en una posición conservadora aunque no tradicionalista como la de los obispos del ultrismo, que nunca lo quisieron, le arrebataron en los últimos años el control del Episcopado y frustraron su elección como papa en el turno anterior, pero no pudieron impedirlo esta vez.

En esa reunión, el Papa comprometerá a los obispos, a quienes anoche saludó frente a Dilma Roussef “como mis hermanos del Episcopado”, y les expondrá cuáles son los textos sobre los que basa su estrategia. Uno, como se sabe, es el volumen del Celam de los documentos de Aparecida. Otro es uno de los libros de cabecera de Bergoglio, cuya lectura aconseja a cada visitante. Es el legendario manual de estrategia del militar británico Basil Liddell Hart, “The Strategy of Indirect Approach”. “Búsquenlo, no lo van a encontrar en las librerías, pero está en internet, y a veces aparece en Mercado Libre”, suele aconsejar. En ese libro, Liddell Hart describe cómo ganar batallas, nunca planeando un ataque frontal, siempre haciendo movimientos de aproximación, sin hostigar al centro de poder del adversario ni obligarlo a defenderse, y tratando de destruir al líder enemigo. Destruir al líder enemigo es condición para dispersar a la tropa. Quien lea ese libro va a entender paso a paso los primeros gestos del nuevo papa. Entenderá por qué recibió primero a Cristina de Kirchner y a Estela de Carloto, o por qué es amigo de Raúl Zaffaroni. Seguro que este papa va a poner de moda de nuevo a aquél, que es uno de los principales estrategas del siglo XX.

Hay otras lecturas que recomienda el papa Bergoglio. “Lean algo de Cervantes, mucho, pero mucho Martín Fierro, y por supuesto, Las Sandalias del Pescador, de Morris West”, dice.

Ahora bien, se sabe que la referencia más inmediata de la doctrina bergoglista es la obra del sacerdote jesuita español salvadoreño Ignacio Ellacuria, una leyenda del pensamiento hispánico contemporáneo, asesinado en 1989 por militares y paramilitares en la Universidad Centroamericana de El Salvador, junto a otros jesuitas. Su muerte espera aún justicia, mientras España ha reclamado, infructuosamente, la extradición de más de veinte acusados de esa atrocidad. Probablemente con Bergoglio se acelerará ese trámite.

Cuando Bergoglio expone sus ideas haciendo hincapié en la dialéctica entre la piedad del pueblo y el relativismo ético de las élites intelectuales, sigue la línea que expone Ellacuria en sus libros. En el principal, póstumo, “Filosofía de la realidad histórica”, éste habla del imperativo ético que obliga a los hombres a cargar con la realidad y a hacerse cargo de ella, y se refiere a la historia como tradición “tradente”, desplegando el pensamiento de su maestro, el español Xavier Zubiri, quien es, por su parte, vicario del pensamiento de José Ortega y Gasset y de Miguel de Unamuno.

Quien haya leído a estos pensadores entenderá las palabras de Bergoglio, lector, no sólo de Morris West y José Hernández, sino también de Unamuno, quien escribió “San Manuel Bueno, Mártir”, una de las grandes novelas sobre la fe. Esos escritores exponen la visión romántica, que distingue entre la historia (que encierra el relativismo moral de las modas pasajeras) y la intrahistoria, una especie de inconsciente colectivo donde vive, según Bergoglio, la piedad del pueblo, que nadie puede traicionar sin costo. Un repaso, aunque fuera de los ficheros, de esta bibliografía, ayudará a todos a entender qué les toca vivir de ahora en adelante con este papa.

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