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Esto que nos ocurrió

Aquella “guerra de las piedras”

Se cumplen 28 años del alzamiento palestino contra la ocupación israelí conocido como primera Intifada.


Todo comenzó en un campo de refugiados palestinos de Jabalya, en la Franja de Gaza, la tarde del miércoles 9 de diciembre de 1987, cuando un camión conducido por un colono judío chocó contra un ómnibus repleto de árabes que regresaban de sus trabajos en Israel provocando la muerte de cuatro obreros palestinos.

Poco después, miles de palestinos iniciaron una marcha hacia el campo del ejército israelí más próximo, convencidos de que el accidente había sido deliberado. Es que tres días antes un comerciante israelí había sido asesinado en Gaza y los palestinos creían que el chofer del camión era un pariente del comerciante dispuesto a vengar su suerte.

El ejército israelí respondió con dureza y disparó sobre los manifestantes matando a cuatro palestinos. Entonces, la Franja de Gaza, una pequeña zona de tierra en la que por entonces se apiñaban unos 650.000 habitantes, estalló en una lluvia de piedras, cócteles molotov y neumáticos incendiados contra las patrullas israelíes.

La rebelión se extendió como reguero de pólvora a los territorios de la orilla occidental del río Jordán, donde, al igual que en la Franja de Gaza, los campos de refugiados, y en particular las escuelas de la Agencia de las Naciones Unidas para la Ayuda a los Refugiados Palestinos en Medio Oriente, se convirtieron en la primera línea del alzamiento contra las fuerzas de ocupación israelíes.

Había nacido la intifada (del árabe “levantar la cabeza”, “agitación”) o “guerra de las piedras” que comenzó como una resistencia civil contra el régimen de ocupación israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza y se intensificó con atentados contra objetivos judíos. La revuelta duró más de cuatro años: se extendió a todos los territorios ocupados incluidas las ciudades de Jerusalén y Belén.

En un comienzo, la rebelión fue liderada por los denominados niños de las piedras, pero con el correr de los meses fue ganando adeptos y se fueron sumando los adultos, los refugiados y hasta los intelectuales.

Más tarde, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), los fundamentalistas islámicos y los dirigentes de izquierda se aliaron para organizar boicots y huelgas contra la ocupación israelí.

En 1990, más de 700 palestinos y 40 israelíes habían muerto, decenas de miles resultaron heridos, y miles de encarcelados sin juicio previo. Pero la intifada había ayudado a la causa palestina más que cualquier otro acontecimiento en cuatro décadas.

Aunque Israel había librado todas sus guerras por la cuestión palestina, el conflicto con los propios palestinos se había limitado hasta entonces a choques con comandos de la OLP. Los árabes que vivían en Israel disfrutaban de una igualdad oficial, y la mayoría de los palestinos de otros lugares, aunque a menudo confinados en campos de refugiados, habían dejado que otros libraran su lucha.

Ahora, cuando se defendían por sí mismos –incluso los árabes israelíes se rebelaron y se unieron a una huelga general– con armas que recordaban la batalla de David contra Goliat, se ganaron apoyos que no habían conseguido hasta entonces. Al declarar su lealtad a la OLP, rechazaron la negativa israelí a la legitimidad de la organización, pero también presionaron a sus líderes para que obtuvieran resultados.

La intifada llevó al rey Hussein de Jordania a renunciar a su reclamo de la orilla oeste (Cisjordania) y ayudó al presidente de la OLP, Yasser Arafat, a controlar a los miembros de la “línea dura” palestina. En noviembre de 1988, Arafat intentó capitalizar la intifada proclamando simbólicamente la creación de un Estado palestino independiente –cuyo gobierno en el exilio presidía–, que logró el reconocimiento de más de 60 países. Además, renunció al terrorismo y reconoció implícitamente a Israel por primera vez desde su creación en 1948.

Al mes siguiente, la Asamblea General de las Naciones Unidas se reunió en Ginebra para escuchar a Arafat. Allí, el líder palestino repitió las intenciones de moderación de la OLP y nació una nueva esperanza de paz para la región.

Bajo la presidencia del demócrata Bill Clinton, Estados Unidos impulsó la apertura de un proceso de paz en Medio Oriente que le dio a Arafat la ocasión para iniciar conversaciones secretas con los israelíes. Las mismas, transcurrieron bajo total hermetismo en la capital de Noruega y se sellaron con la firma de los Acuerdos de Oslo el 20 de agosto de 1993. La ceremonia pública se realizó en los jardines de la Casa Blanca, en Washington, el 13 de septiembre de 1993. Allí, un sonriente Clinton ofició de anfitrión para el histórico apretón de manos entre Arafat y el premier israelí Isaac Rabin.

Arafat regresó a Cisjordania como titular de un gobierno autónomo (la Autoridad Nacional Palestina) que inicialmente sólo tenía poder sobre la Franja de Gaza y Jericó –luego se iría extendiendo a otras ciudades de Cisjordania–. El pacto estipulaba cinco años de autogobierno provisional de los palestinos en los territorios ocupados y negociaciones para un arreglo permanente, programadas para 1995. Tras nueve meses, los soldados israelíes reducirían su presencia en Cisjordania y se realizarían elecciones para el Parlamento palestino. Pero los retrasos y discrepancias en el plan de retirada israelí de los territorios ocupados entorpecieron el proceso, viciado por problemas de fondo, como la falta de entendimiento sobre el futuro de Jerusalén –reclamada como capital por israelíes y palestinos– o la falta de apoyo por parte de Siria. Pese a que los esfuerzos de Arafat fueron reconocidos con la concesión, junto a Rabin y al canciller hebreo, Shimon Peres, del premio Nobel de la Paz y del premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994, el proyecto de paz enfrentó grandes dificultades debido a la oposición de los radicales de ambos bandos.

Extremistas palestinos cometieron varios atentados y el 4 de noviembre de 1995 el premier israelí Rabin fue asesinado por un ultranacionalista judío durante un acto en Tel Aviv. En ese marco, el proceso de paz resultó alterado con la victoria electoral en Israel de Benjamin Netanyahu, del derechista Likud, en mayo de 1996. El 18 de marzo de 1997 estallaron nuevos enfrentamientos entre jóvenes palestinos y tropas israelíes. El 28 de septiembre de 2000, el halcón israelí Ariel Sharon, líder del Likud, visitó la Explanada de las Mezquitas –uno de los lugares sagrados del Islam y de gran importancia simbólica también para el judaísmo–, en Jerusalén oriental.

Este hecho, que los palestinos consideraron una provocación, fue el detonante para la segunda intifada o intifada de las mezquitas, que paralizó el proceso de paz y se prolongó hasta febrero de 2005.

Si la primera intifada en 1987 tenía por objetivo reclamar una solución al problema palestino y recordar al mundo que los palestinos vivían bajo ocupación militar israelí desde hacía 33 años, la segunda intifada apareció para rechazar las “soluciones” propuestas. Es que, como bien advirtió cierta vez Arafat, “es muy fácil para cualquiera iniciar una guerra pero es muy difícil conseguir la paz”.

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