Sociedad

Aniversario

A 45 años de aquel Match del Siglo

El viernes 1° de septiembre de 1972, en plena Guerra Fría, el estadounidense Bobby Fischer se convirtió en héroe nacional al quitarle el título de campeón mundial de ajedrez al soviético Boris Spassky.


FILE - In this Aug. 31,1972 file photo, Bobby Fischer, right, and Boris Spassky play the last game of their rhistoric 1972 "Match of the Century," in Reykjavik, Iceland. The chess board, used in games 7 through 21 of the championship is slated to be auctioned in New York City on Nov. 18 by Heritage Auctions, which has set an opening bid of $75,000. (AP Photo/J. Walter Green, File)

El viernes 1º de septiembre de 1972, en plena Guerra Fría, el estadounidense Robert “Bobby” Fischer se convirtió en un héroe nacional al quebrar la hegemonía soviética en el ajedrez y arrebatarle el título al campeón del mundo, Boris Spassky, en un match memorable que se desarrolló en Reykjavik, la capital de Islandia.

“El ajedrez es como una guerra sobre un tablero”, señaló Fischer, al desafiar a la elite de maestros soviéticos que por aquellos años monopolizaban el “juego ciencia”, despreciándolos públicamente, al punto de tratarlos como “peones políticos” y no como adversarios, sin por eso quedar pegado al anticomunismo recalcitrante esgrimido desde Washington.

Tres años después, volvió a sorprender al mundo al renunciar al título y afirmar que jamás volvería a jugar. Entonces desapareció misteriosamente de la vida pública y sus fugaces reapariciones estuvieron cargadas de polémica.

Señalado como excéntrico, rebelde, paranoico, obsesivo y ermitaño, Fischer combinó un coeficiente de inteligencia “anormalmente alto” (184) y una capacidad de memoria extraordinaria para pergeñar mágicas partidas.

Considerado por muchos expertos como el mejor ajedrecista de todos los tiempos, unió un talento natural al que todo parecía caerle del cielo con el conocimiento enciclopédico más vasto de la historia del ajedrez, y revolucionó así un juego estancado en el siglo XIX.

Según el escritor estadounidense George Steiner, verlo caminar hacia su silla antes de una partida era como “ver entrar en escena al mismísimo Hamlet”.

Vivir frente a un tablero

Robert James Fischer nació en Chicago, Illinois, el martes 9 de marzo de 1943. Sus padres, Hans Gerhard Fischer –un biofísico alemán que lo habría adoptado al nacer– y Regina Wender, se separaron cuando Bobby tenía dos años.

En 1949, Regina se trasladó con Bobby y su hermana mayor, Joan, al distrito neoyorquino de Brooklyn, cuna de grandes ajedrecistas. Allí, para entretenerse, los hermanos comenzaron a jugar al ajedrez, que Bobby, de seis años, había aprendido solo, leyendo las instrucciones que traía la caja de un tablero.

Poco a poco, ese juego comenzó a fascinarlo y su madre decidió anotarlo en el Club de Ajedrez de Brooklyn. El tiempo libre que le dejaba el club lo pasaba cuidando a su tío abuelo, con quien jugaba horas y horas sobre la cama, y poco a poco se fue atreviendo a buscar rivales entre los adultos que jugaban por dinero en Washington Square y el Central Park.

El último empujón se lo dio una maestra que, en plena clase, le gritó: “¡Fischer!, no puedo obligarlo a que me escuche ni evitar que juegue al ajedrez. Pero al menos no traiga el tablero a clase”.

A los 13 años, Bobby se convirtió en el campeón junior de ajedrez más joven de su país. En 1958 abandonó sus estudios y desde ese año ganó todos los campeonatos de ajedrez de Estados Unidos a los que se presentó, hasta que se retiró de los circuitos.

En 1971, en el Teatro San Martín de Buenos Aires, arrasó con el ex campeón mundial soviético Tigran Petrossian, en la eliminatoria para determinar quién enfrentaría a Spassky. Y un año después se convirtió en el primer campeón mundial estadounidense al derrotar a Spassky en Reykjavik tras 21 partidas: Fischer ganó 7, perdió 3 y hubo 11 tablas.

La genialidad de Fischer se puede resumir recordando que en ese match, su oponente tenía 35 grandes maestros como asesores y un equipo de médicos, sicólogos y hasta parasicólogos. Bobby sólo aceptaba la compañía de un amigo ajedrecista.

Cuando ganó el campeonato, no sólo logró 250 mil dólares y contratos de TV, radio y cine. El recibimiento en Estados Unidos fue apoteótico: el alcalde de Nueva York, John Lindsey, le otorgó las llaves de la ciudad y lo nombró héroe nacional. Sin embargo, en 1975 se negó a defender su título contra el soviético Anatoli Karpov y la Fide le quitó la corona.

En la década de 1980 Fischer se recluyó y no volvió a competir hasta 1992, cuando aceptó enfrentarse de nuevo con Spassky, quien para entonces había adoptado la ciudadanía francesa.

En ese nuevo duelo Fischer-Spassky, había sólo un problema: el escenario del encuentro debía ser el lujoso balneario de Sveti Stefan, en Montenegro. Pero en aquella época, la ex Yugoslavia estaba arrasada por la guerra y sujeta a sanciones económicas por la ONU. El gobierno estadounidense recomendó a su ciudadano Fischer que no aceptara el enfrentamiento, bajo amenazas de sanciones económicas e incluso penales. La respuesta del ajedrecista ante las cámaras de televisión fue escupir públicamente sobre el documento enviado por la Casa Blanca, en el que le prohibía el duelo. Bobby le ganó otra vez a Spassky, por 10 partidas a 5, cobró una bolsa de 3,35 millones de dólares y volvió a retirarse.

Pese a todo, durante el mandato de Bill Clinton, su pasaporte fue renovado en 1997 por otros 10 años. Pero Fischer realizó declaraciones antiestadounidenses tras los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono del 11 de setiembre de 2001, lo que le valió la pérdida de su pasaporte, declarado “no válido”. Estados Unidos dictó una orden de captura contra él y en julio de 2004, Fischer fue detenido en el aeropuerto de Narita, en Tokio, por intentar salir de Japón utilizando ese pasaporte no válido; fue liberado ocho meses después y autorizado a viajar a Islandia, país que acababa de concederle la nacionalidad islandesa a pesar del malestar que ello generó en el gobierno de George Walker Bush.

Bobby Fischer murió a causa de una enfermedad renal a los 64 años, el 17 de enero de 2008, en Reykjavik, la misma ciudad que lo vio protagonizar su mayor hazaña, esa de la que se cumplen 45 años.