Ciudad

“Soy un centinela de Rosario”

“Melena” Barrionuevo trabaja como florista desde que tenía 11 años. Desde su puesto de Italia y Rioja, donde es casi parte del paisaje, vio pasar –y sintió– tiempos de crisis y de bonanzas. Y los recuerda.

Por: Santiago Baraldi

Jorge Barrionuevo está hace 30 años en la esquina de Rioja e Italia con su puesto de flores. Desde los 11 años que su lugar es la calle: “Soy un centinela de la ciudad, yo veo todo, los conozco a todos”, asegura el popular “Melena”, como lo conocen clientes y amigos por su pelo hasta los hombros. “La gente ya no regala flores, no se las lleva a sus muertos, ni se le regala a una novia”, y por eso la venta se marchita. “Son costumbres que se van perdiendo”, lamenta, y no sólo desde el bolsillo.

Melena hizo la primaria en la escuela Carrasco, en el barrio de Alberdi, y fue allí donde un amiguito le propuso vender flores para que se hicieran unos pesos. Tenía entonces 11 años, y desde esa edad no se apartó nunca de su canasto. Es su herramienta de trabajo: con él sale a vender jazmines, margaritas, claveles, lirios o cualquier flor de estación.

Hoy, a los 57 años, Melena, se queja: “La venta cayó terriblemente porque la gente va directamente a comprar a las florerías de calle Callao. Antes era obligatorio tener un carné para entrar al Mercado de Flores y así te vendían, pero eso se perdió”.

Rodeados de baldes con flores y agua, Melena, se transformó en custodio indirecto del flamante bar que funciona en su parada de Italia y Rioja. “Esta gente es buenísima, yo tengo la llave para abrirle a los proveedores, me tienen confianza”, dice. Pero igual recuerda con cariño a quien viviera en la antigua casona, nada menos que Rosita Ziperovich: “Ya no hay maestras como ella, era una persona de bien, a mí me ayudó mucho”, rememora.

Cada mañana, además de estar en la esquina, Melena tiene su territorio y visita a sus clientes en la zona que abarca Dorrego, Urquiza, Presidente Roca –cuyos carteles dicen ahora Pocho Lepratti– y Mendoza. “Hay que caminar mucho, antes ponía los baldes y en dos horas vendía todo. Pero ahora las flores están muy caras y la venta se hace dura”, agrega.

Melena recuerda al compañero de la infancia con el que vendía en la zona de Arroyito, y que también siguió: “Ahora está en la Plaza López”, dice. Cuando se independizaron, él se trasladó a Pichincha. “Cuando era pibe, ataba paquetitos en Callao y San Luis, después agarraba Rodríguez me iba por los conventillos en la zona de la estación Rosario Norte y terminaba en un bodegón que había en Catamarca y España”, relata con nostalgia.

Melena fue testigo de hechos trascendentes en la historia local: en el Rosariazo, en mayo del 1969, estaba con su canasto acompañando la movida de obreros y estudiantes. “Yo vi cuando mataron al pibe frente a LT8, la Policía tiraba de Dorrego para Italia y el chico cayó y lo llevaron al sanatorio que estaba por Italia”, cuenta. El “pibe” era Luis Norberto Blanco, un empleado metalúrgico de 15 años que cayó abatido por un balazo en la espalda cuando intentaba huir corriendo de la represión policial durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, que por el horror que vino después no son pocos los que hoy la recuerdan como “dictablanda”.

La mañana del 10 de abril de 1972, Melena fue sorprendido con sus tachos en la esquina de Rioja y Alvear, y fue testigo directo del asesinato del general Juan Carlos Sánchez, responsable del II Cuerpo de Ejército. El florista hace un relato cinematográfico: “Eran las ocho menos cuarto, se ve que le tenían tomado el punto, cuando salió el Falcón con el milico por Alvear apareció un Peugeot 504, con un tipo asomado por el techo y le tiró con la ametralladora. Iban cuatro: uno rubio que después me enteré que apareció muerto en Las Flores, colgado de un alambre. Doblaron por Córdoba, el auto dio contra un quiosco de diarios que estaba en la esquina de Alvear y Córdoba: yo llegué primero y vi al tipo muerto, enseguida llegaron los médicos del Sanatorio de Niños, fue un revuelo bárbaro”, recuerda.

En el atentado murió también Elcira Cucco de Araya, que atendía un quiosco de diarios y revistas en esa esquina.

Melena vuelve al presente: “Así es, soy un testigo de la ciudad, un personaje que se lleva bien con los vecinos, todos me saludan y me tratan bien”, dice con orgullo mientras acomoda las últimas flores del balde. Y vuelve a lamentar: “La venta se cayó porque se pierden las costumbres, a los pibes de ahora les da vergüenza regalarle flores a su novia. Los otros días vino uno, me compró una rosa y se la metía adentro del saco… Casi lo mato”.

Melena tiene sus discípulos, muchachos a los que les enseñó el oficio de la venta en la calle, los recursos y las mañanas para ofrecer las mejores flores. Así en las paradas de Laprida y Rioja, Buenos Aires y 9 de Julio o en la plaza López están sus discípulos.

Asegura que la flor preferida de los rosarinos es el jazmín, pero también margaritas, claveles y rosas están entre las elegidas. “Están caras porque las traen de Buenos Aires, las encarece el flete. Los jazmines vienen de Tucumán: antes había muchos viveros en la zona de Pérez, pero se ve que la soja arrasa con todo. Estamos vendiendo la cuarta parte de lo que se vendía el año pasado”, agrega resignado. Antes de despedirse, hace un pedido: que el intendente Miguel Lifschitz “se ocupe de la cantidad de perros sueltos que hay por el centro”.

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