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¡Vuelva a bordo, carajo!

Por Carlos Duclos.

Un hombre común, frente a un suceso especial y dramático, puso un sello que representa el clamor de una humanidad ávida por acciones responsables, frente a la corrupción, el delito y el no compromiso con acciones honorables. Lo hizo con vulgaridad, pero con esa espontaneidad inmaculada, repleta de indignación, ante la falta de responsabilidad de un líder, en este caso del capitán del crucero Costa Concordia, Francesco Schettino, un corrupto que abandonó la nave y a los miles de pasajeros que en ellas viajaban, dejándoles a la buena de Dios. Ese “¡vuelva a bordo, carajo!”, del capitán de la Guardia Costera de Livorno, Gregorio De Falco, se ha convertido en una frase célebre que dio la vuelta al mundo en apenas horas.

Desde luego, el furor, el epicentro de semejante clamor, se ha producido en Italia, un país harto de las irresponsabilidades de tantos Schettino, que han postrado, en muchos aspectos, a una Nación otrora pujante. Pero el eco de esas palabras se siente en toda Europa y en muchos otros países, en donde los capitanes inescrupulosos, insensatos, cuando no corruptos, han abandonado la nave de los principios éticos y morales básicos, dejando a millones de ciudadanos abandonados a su suerte.

Sin pensarlo, De Falco, presa de enojo, indignación y dolor, ha dicho lo que muchos seres humanos en casi todos los países gritan, o quisieran gritar, a sus líderes. En todas partes del mundo hay representados por estas palabras, porque hay indignación por las actitudes de ciertos dirigentes muy parecidas a la de este Schettino que primero hizo colisionar a la nave y luego huyó sin que le importara el destinos de sus pasajeros.

El célebre psiquiatra y psicólogo, creador de la escuela psicológica de la logoterapia, Viktor Frankl, durante su permanencia en los campos de exterminio nazis, hizo observaciones cotidianas del comportamiento de las personas que vivían en esas prisiones, tanto de cautivos como de verdugos.

Esas vivencias fueron plasmadas en un célebre libro que se llamó primeramente “Un psicólogo en el campo de concentración”, y que después pasó a ser, representando mejor su contenido y enseñanza, “El hombre en busca de sentido”. En esa obra hay un párrafo que Frankl plasma y que es el resultado de su observación en el campo de concentración y en la vida: “…hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone sólo de hombres decentes o de indecentes, así sin más ni más. En este sentido ningún grupo es de raza pura y, por ello, a veces se podía encontrar entre los guardias a alguna persona decente…”.

Siguiendo este hilo de pensamiento y observando esa suerte de campo de exterminio abstracto, pero que se hace sentir (¡y cómo!) en muchos países del mundo, incluyendo esta argentina sometida y derrengada en tantos aspectos, es posible decir, parafraseando a Frankl: en el mundo hay sólo dos razas de hombres, los De Falco y los Schettino.

Sin embargo, en las últimas décadas y por imperio de una cultura que desparrama el sistema artera y hábilmente, en ciertos grupos sociales pertenecientes a la raza de los decentes se advierte un comportamiento peligroso: esa indiferencia, ese silencio, que no pocas veces es efecto de la resignación, ante actos que son no ya cuestionables, sino repudiables.

En épocas pasadas por sucesos menos graves que los que hoy se cometen en todas partes, un funcionario hubiera debido renunciar o hubiera sido echado sin más. En la actualidad, sin embargo, un juez muestra con absoluta impunidad un anillo valuado en miles de dólares, sin que nadie de los responsables atine a someterlo a una investigación (una remota denuncia de un particular se hizo en Tucumán); una mujer asesina a su esposo, nada menos que gobernador de una provincia, y no se dicta la prisión preventiva; un ebrio, asesino al volante, acaba con la vida de un inocente y goza de libertad. Y esto es apenas el botón de una muestra mucho más amplia, en la que se podrían incluir innumerables injusticias sociales. Pero después de todo, y para ir más allá de las fronteras, el corrupto de Silvio Berlusconi resistió más de lo imaginable y razonable; los líderes de varios países poderosos mintieron para invadir a otra nación y hacerse del petróleo, y nada sucedió. Un capitán de un barco, como Francesco Schettino, es responsable de muertos y heridos, de la angustia de miles de personas, y sólo es confinado a detención domiciliaria. Ejemplos de la misma naturaleza se encuentran en todas partes y de diversa importancia. No es extraño, ante este escenario, que haya prendido en muchos corazones el grito de… ¡Vuelva a bordo, carajo!

 

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