Sociedad

Crónica del Caos N° 43

Violencia en las calles y colapso ambiental: distintos modos del desamor

Las protestas tomaron las calles mostrando una violencia inusitada. No importa si se trata de Jujuy o Lyon, la bronca no distingue nacionalidades, razas, credos, sexo ni edades, y siempre es lo mismo: pobres peleando con la policía, los excluidos rebelándose contra el sistema que los excluyó


Por Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

El trabajo periodístico supone múltiples desafíos: investigar, recabar datos, informarse, discernir, elaborar textos e imágenes, agregarles sonido, música, ocuparse de la distribución del contenido, opinar… y todo ello en tiempo real. En ese proceso, también me ocupo de tamizar lo recabado con una cierta mirada misericordiosa, a fin de hacer la jornada más digerible, menos dramática a veces, casi siempre menos morbosa. Y, por supuesto, sin perder por el camino las pocas certezas conseguidas, ni tampoco pintar la realidad con el tono dulzón de los cuentos infantiles.

Claro que la mayoría de las veces, no logro mi cometido porque la elocuencia de las imágenes golpea duro desde hace varias semanas y no para de mostrarnos rostros encapuchados, disturbios, autos incendiados, humo, policías acorazados, personas escapando… No importa si se trata de Lyon o Jujuy, la violencia explota en las calles del planeta sin distinción de nacionalidades, razas, credos, sexo ni edades, y se repite hasta el hartazgo en los cuatro puntos cardinales: siempre se trata de pobres peleando con la policía, los excluidos rebelándose contra el sistema que los excluyó.

En Jujuy, la propuesta de una reforma constitucional que prohíbe expresamente los “cortes de calles y de rutas, así como toda otra perturbación al derecho a la libre circulación de las personas y la ocupación indebida de edificios públicos en la provincia”, encendió la mecha de las protestas que aún perduran, dado que varias organizaciones entienden que se trata de la limitación de un derecho adquirido.

En Francia, un caso de “gatillo fácil” desnudó la discriminación hacia los inmigrantes, algo así como un tumor agazapado en el seno de una sociedad que considera la elegancia y el “savoir faire” como sus marcas de identidad. Allí, los disturbios estallaron hace una semana tras el crimen de Nahel, un adolescente de 17 años a quien un policía disparó a quemarropa durante un control de tránsito en un suburbio de París, y -según detalló el Ministerio del Interior francés- dejó hasta el momento un saldo de 3.200 detenidos, más de 700 agentes heridos, unos 5.000 vehículos incendiados, 10.000 contenedores de basura quemados y casi 1.000 edificios dañados.

Pero más allá de los daños materiales, el asesinato de Nahel reabrió el debate sobre el racismo sistémico que se registra en sectores de la sociedad francesa, y que se expresa actualmente en un aumento de la derecha en sus distintas versiones, situación inédita para un país que hizo gala de su centrismo político durante los últimos decenios.

Un dato que expone con crudeza la medida de la “grieta” gala son las cuentas bancarias abiertas para atraer donaciones hacia los diferentes bandos. La que se habilitó en apoyo a la familia del policía lleva recaudados más de un 1.000.000 de euros, mientras que el fondo en apoyo a la familia de Nahel, la víctima, cuenta con casi 200.000 euros.

Para sumar caos al caos, patrullas de escuadrones neofascistas salieron a las calles con bates de béisbol, saludos romanos y gritos de “Francia para los franceses”, amenazando a los manifestantes, la mayoría de origen árabe.

Abonando el desconcierto, el presidente Emmanuel Macron le dijo a los alcaldes de los municipios más afectados que, para la próxima, lo que convendría hacer es “suspender” algunas de las funciones de las redes sociales, al mismo tiempo que anunciaba la posibilidad de “regular o cortar” las mismas en casos de disturbios generalizados. “Hay que reflexionar sobre el uso de estas redes entre los más jóvenes, en las familias, en la escuela, sobre las prohibiciones que debemos adoptar”, aseguró Macron, de acuerdo con la agencia de noticias francesa AFP.

La reacción de la clase política no se hizo esperar. “¿Cortar el acceso a las redes sociales? ¿Como China, Irán, Corea del Norte?”, aseguró el diputado derechista Olivier Marleix, mientras que su par izquierdista Mathilde Panot tuiteó irónicamente: “OK Kim Jong Un”.

Otra mala noticia proveniente del Norte es que -según informó la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos- esta semana el planeta batió récord de temperatura diaria global. El lunes 3 de julio fue el día más cálido a nivel mundial desde que existen las mediciones, superando por primera vez el umbral de 17ºC de promedio, mientras que el martes 4 alcanzó los 17,18 grados promedio, rompiendo por segundo día consecutivo el récord histórico.

De manera que el deterioro climático previsto para un lejano y distópico futuro, ya está entre nosotros y nos muestra, con su fáctico desparpajo, que es bastante tarde para todo. De hecho, también en estos días Volker Türk, Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, advirtió que el cambio climático amenaza con llevar a la humanidad a un futuro “verdaderamente aterrador” de hambruna y sufrimiento cuyas señales ya se ponen de manifiesto en los últimos desastres naturales.

Türk hizo esta afirmación durante una ponencia en el “Consejo de Derechos Humanos de la ONU” que se reunió esta semana para debatir sobre el derecho a la alimentación, oportunidad en la que acusó a los líderes mundiales de conformarse sólo con palabras y de proponer medidas cortoplacistas, “Nuestro medioambiente está ardiendo, se está derritiendo, está inundado, se está agotando, se está secando, se está muriendo”, dijo el comisionado, lamentándose de la escasa reacción política ante la evidencia de un mundo sobrecalentado, que impacta en cultivos, rebaños y ecosistemas.

“Más de 828 millones de personas tuvieron que enfrentar el hambre en 2021 y se espera que el cambio climático ponga a 80 millones de personas más en riesgo de inanición a mediados de este siglo”, apuntó. En la misma ocasión, expresó el deseo de que la cumbre climática COP28 prevista en Dubái para noviembre y diciembre de este año “cambie las reglas del juego”, y se decrete el fin de los “subsidios sin sentido” a la industria de los combustibles fósiles.

Ya en el año 2000, el Nobel de Literatura José Saramago afirmó durante la presentación de su novela “La Caverna” que millones de personas “viven en la pobreza y no les queda mucho más que la rebelión”. “Estamos sembrando vientos y mañana recogeremos tempestades”, aseguró por ese entonces el escritor portugués, creador de maravillosos relatos y dueño de un ojo atento que le permitía anticipar los conflictos sociales en ciernes. Los que parecen no acabar de darse cuenta son nuestros representantes políticos, que siguen coqueteando con la falta de cordura y parecen sorprenderse ante el colapso del medioambiente o la violencia en las calles. Un “yo no fui” peligroso que convoca a todas las formas del desamor.

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