Ciudad

Un mundo de colores y sortijas

La familia rosarina Sequalino construyó durante gran parte del siglo XX más de mil juegos que llegaron a distintos rincones de Argentina, Bolivia y Paraguay. La Fundación Eva Perón fue su gran cliente


El sortijero, la música chillona, el recorrido circular a bordo de un caballo, auto o algún personaje de historietas y los insistentes pedidos de una vuelta más son elementos infaltables en la experiencia de la mayoría de los chicos y de los adultos, que en su mayoría, fueron niños alguna vez, y montaron una calesita o carrusel. Forjadores del tradicional divertimento originario de Europa, la familia Sequalino, de Rosario, construyó durante la segunda mitad del siglo XX más de mil juegos que llegaron a distintos rincones de Argentina, Bolivia y Paraguay. A partir de un documental en curso sobre la situación de las calesitas en la ciudad, El Ciudadano entrevistó a una de las representantes de lo que fue la firma rosarina.

Hermandad

Con pasado como herreros de obra –denominada como “herrería artística”– sin conocimientos sobre ingeniería, cuatro de los ocho hermanos Sequalino perfeccionaron su arte y convirtieron en ese tiempo a Rosario en uno de los polos productivos del rubro de juegos para parques y galerías más importantes de Sudamérica. Con gran demanda de parques de diversiones y la Fundación Eva Perón los hermanos diversificaron sus productos hasta construir el Tren Fantasma –aún en funcionamiento en el Internacional Park del Parque de la Independencia–y las sillas voladoras, entre otras atracciones infantiles.

La primera vuelta

“Antes del año 40, cuando se dejó de usar la herrería artística, empezaron a pensar qué otra cosa. Llegó al taller de mi abuelo una calesita que era tirada a caballo desde adentro de la estructura para que le pusieran un motor a explosión (luego llegaría el motor eléctrico)”, comenzó el relato Helciria, hija de Juan, uno de los fundadores de la exitosa firma.

Los Sequalino eran 8 hijos, 7 varones y una sola mujer. Sin embargo, sólo cuatro de ellos –Juan, Andrés, Norberto y Adolfo– dieron forma al emprendimiento que llegó a distintas localidades de Argentina, Bolivia y Paraguay, y manufacturó calesitas y carruseles. La diferencia es que las primeras tienen a sus figuras estáticas, mientras que las segundas poseen un movimiento ascendente y descendente.

Abc

Sequalino Hermanos SRL estaba en Alvear 1031, donde funcionaba la administración, y en Alvear 1045, donde estaba el taller. “Cuando se terminaba de armar una calesita o carrusel los chicos del barrio siempre venían a probarlos. Se divertían mucho”, recordó Helciria. Ella trabajó en la administración y también daba una mano para la confección del juego para niños.

De acuerdo con la mujer, el proceso comenzaba con el montaje de las vigas para la base. Luego se ponían las barras en las fraguas y se les daba la forma redonda. Después empezaba la parte de carpintería y plástico. “Pintura a los biombos, estructura en general y fileteado de las figuras. Era muy manual el trabajo. No se hacía nada en serie. Se trabajaba con mucha alegría”, resumió.

Propio

Los Sequalino también tuvieron su pequeño parque con juegos que llevaban a distintos puntos de la ciudad. A la par siguieron perfeccionando el diseño y producción de las calesitas hasta ser reconocidos a nivel nacional e internacional. “Había momentos en que una persona, o ciudad o parque, tenía que esperar tres años para recibir su juego. Había mucho trabajo. Sobre todo, con la Fundación Eva Perón. Donde había un hogar o comedor, había una calesita de Sequalino”, aseguró Helciria mientras sostenía una postal de una de las estructuras recreativas premiadas en La Rural. El papel era usado para anotar los pedidos. Figuraban los apartados a completar: “Diámetro, Caballos, Chanchos, Pisos, Autos, Biombo, Cielorraso” y debajo la aclaración de que el carrusel no incluía música, traslado ni cerco.

Según Helciria, un ritual recurrente a la hora de la entrega del juego al flamante propietario era compartir un asado entre productores y el nuevo dueño. “Un carrusel promedio, de 8 metros y las figuras clásicas –caballos en su mayoría– costaba como un auto 0 kilómetro de aquella época”, contó la mujer frente a la mesa de repleta de fotografías y catálogos de calesitas extranjeras.

Figuras

Caballitos, chanchos, autos y otros personajes infantiles de turno fueron incluidos en las más de mil calesitas y carruseles de la firma rosarina en casi tres décadas de trabajo. “Ruso (trabajador de Sequalino Hermanos) era uno de los tallistas que hacían íntegramente los caballitos de una forma artesanal. Como se rompían mucho –en las patas y las orejas sobre todo–, empezaron a hacerlos de aluminio y después de plástico reforzado”, narró Helciria, quien se reconoció fanática de los caballitos. “Había uno que tenía el diseño del caballo de San Jorge. En casa tengo uno chiquito de madera que me quedó de recuerdo. También tengo uno de plástico que estaba en la parte superior de estructura de nuestro carrusel del Parque Independencia”, contó la mujer con una sonrisa en el rostro.

Según la representante de la firma Sequalino, hicieron calesitas y carruseles de todos los tamaños, desde 2 metros –que se pedían mucho para las galerías comerciales– hasta 8 metros, que eran los que más se vendían. Solamente hicieron una de 10 metros, pero no resultó porque no había muchos lugares para ponerla.

Export

Además de trabajar para la Fundación Eva Perón, el nombre y calidad de los juegos Sequalino trascendió fronteras hasta Paraguay. “En una oportunidad vino el cónsul de Paraguay porque había un acontecimiento relacionado con el cumpleaños del militar Alfredo Stroessner. Nos había encargado una calesita chica, de dos metros, fija para sus nietos. Nos dieron poco tiempo y justo era una época de lluvia terrible, que impedía que seque la pintura. Terminamos justos de tiempo apantallando de a turnos”, recordó Helciria.

La última

“La última calesita que hicimos fue a Salta. La habíamos planeado hacer para nosotros con mi tío Adolfo. En ese tiempo había un trabajador muy fiel de apellido Blanco. Queríamos que fuera parte de la sociedad para que la trabaje en un parque. Esa salió con una innovación: los biombos estaban pegados a la plataforma. Desgraciadamente el trabajador falleció antes de que la terminemos”, recordó con dolor Helciria. Según ella, decidieron vender la última calesita porque ya manejaban la que funcionaba en el Parque Independencia y no podían gestionar dos negocios a la vez.

Hacia finales de la década del 80 la fábrica cerró y parte de la familia gestionó por más de tres décadas el carrusel. Hasta 2001 estaba en la entrada del “Jardín de los Niños”– una de las patas del Tríptico de la Infancia– en el Parque de la Independencia.

“La magia que tenía la calesita era única. La alegría de los chicos en la calesita no tenía nombre. Era tan lindo”, concluyó la mujer.

Comentarios