Antes de morir, en julio de 2006, el compositor, guitarrista y cantante Syd Barrett vivía en una suerte de ascetismo permanente en su ciudad natal, Cambridge. Andaba en bicicleta por todo el orbe y llevaba una especie de cesta donde cargaba desde verduras de granjas comunitarias hasta una buena cantidad de objetos que recogía por la calle.
Parecía rememorar parte de lo que describía en su tema “Bike”, allá al inicio de una de las grandes bandas de la historia del rock mundial, Pink Floyd.
Barret había sido el fundador de la formación que llevó el rock psicodélico a alturas impensadas. Fanático de los dadaístas y surrealistas europeos, en un alarde de inventiva de ese cuño, el músico se apropió de nombre y apellido de dos músicos de blues casi desconocidos para nombrar la banda: los de Pink Anderson y Floyd Council.
Guitarras voladoras en el escenario
La historia de la “locura” de Barret es conocida: el consumo de LSD en cantidades nada aconsejables para preservar la lucidez había trastornado en alto grado su capacidad creativa y su concurrencia a los ensayos.
La situación se tornó ingobernable y luego de acaloradas discusiones –siempre se dijo que no era nada fácil el intercambio de opiniones porque no había modo de engancharlo “fresco”– se le pidió a Barret que abandonara el grupo.
Incluso su permanente modo zombie había hecho que algunos recitales tuvieran que levantarse antes de comenzar puesto que no movía un dedo sobre su viola, o que terminaran antes, luego de que repentinamente lanzara la guitarra como una granada provocando algún herido y destrozos.
En una gira por Inglaterra junto a Jimi Hendrix y Kevin Ayers (cuando éste todavía no era el líder de Soft Machine), la banda sufrió varios contratiempos porque Barret no se “privaba” de nada.
Para bajar o salir del ácido, Syd tomaba barbitúricos o anfetaminas y había momentos en que quedaba en estado catatónico sin siquiera poder mover los labios.
Syd había sido un poco el creador de ese sonido tan particular, ya patentado desde la época de “Arnold Layne”, “See Emily Play” (elegida como la mejor canción psicodélica de toda la historia) e “Interstellar Overdrive”, temas de su factura que lo situaban como un magnífico compositor.
Esa ruptura fue a principios de 1968, ya grabados el que fue el mejor disco de la era Barret The Piper at the Gates of Dawn, una pieza insuperable y vanguardista por donde se la mire, aunque en su momento fue casi incomprendida y tuvo escasa venta, y A Saucerful of Secrets, otra maravilla.
Luego de perder los estribos, Mason, Wright y Waters cayeron en la cuenta de que se quedaban sin compositor y sin líder. La misma compañía EMI, que los había contratado, sintió que eso podía ser una tragedia para el suceso que la banda estaba teniendo e incluso el ingeniero y productor de The Beatles y ahora de la ascendente Pink Floyd, Norman Smith, pensó que lo que había resultado un boom musical podía desaparecer en cualquier momento y a él le interesaba ser parte de lo que prometía un futuro radiante.
Hubo entonces una solución momentánea y consistió en que Barret no saliera de gira ni tocara en ningún show televisivo, sólo asistiría a las grabaciones en estudio.
Brilla tú diamante loco
La caída de Barret no tuvo red y a un diagnóstico de esquizofrenia se agregó el pánico ante cualquier situación, es decir un gran desorden bipolar que fue forjando un espectro de autismo, según consignaron los médicos que lo atendieron.
A mediados de 1975, ya con David Gilmour en reemplazo de Barret, Pink Floyd entró a los estudios Abbey Road para grabar Whish You Were Here, en el intento de seguir en la cresta de la ola que había alcanzado con The Dark Side of the Moon.
Gilmour había invitado a su amigo Barret a la boda que había tenido lugar esa misma mañana en un juzgado civil y luego de unos brindis partieron juntos hacia los estudios.
Cuando los tres miembros restantes de la banda vieron entrar a un tipo gordo, casi calvo y con una sonrisa llena de agujeros junto a Gilmour, no podían creer que se tratara de Syd, quien no mucho antes había hecho que muchas chicas se hubieran vuelto locas por él.
Barret saludó con sus manos al aire y se sentó al fondo junto a la consola. Se quedaría callado durante la grabación de cuatro temas y cuando tomaron un descanso, Roger Waters se acercó, le dio un abrazo y le preguntó que le parecía la canción “Shine on You Crazy Diamond”, y le contó que la había escrito en gratitud a todo lo que él había legado a la banda.
Syd lo miró y seguidamente le dijo que le parecía “un tanto antigua”. El bajista de Floyd, que de a poco iría demostrando sus dotes de compositor, se había inspirado en ciertos episodios de la etapa Barret para escribir “Brian Damage” y “Eclipse”, dos temazos del inoxidable The Dark Side of the Moon, y se lo hizo saber en su momento pero al parecer Syd no se dio por enterado.
Amigo íntimo de Barret desde la secundaria en Cambridge, Kevin Ayers lo idolatraba y si bien ambos fueron dos máximos exponentes de la psicodelia de la época, siempre opinó que el fundador de Floyd la tenía más clara.
Al mismo tiempo sentía cierta desconfianza por Waters, de quien creía que competía por liderar la banda y en una oportunidad hasta lo acusó de aprovecharse de la locura de Syd.
“Al mismo tiempo que le abrió la mente para explorar musicalmente otras dimensiones, el LSD se la partió en dos. Hubo un momento en que Syd se hacía cuatro «viajes» diarios y ya no tuvo retorno”, señaló Ayers durante una de las internaciones de Barret.
Grabaciones infructuosas y pinturas abstractas
Aun así, Barret tuvo caídas intermitentes y hasta grabó un par de álbumes en solitario. El segundo disco, llamado simplemente Barret, pudo hacerlo gracias a Gilmour, que nunca dejó de preocuparse por Syd.
Muchos dirían que el nuevo guitarrista de Pink Floyd no dominaba cierta culpa por haber tomado el lugar de su amigo en la banda y que varias veces se había desvelado por saber sobre su salud y hasta ofrecía pagar los costos de internación.
Barret tuvo momentos en los que volvió a componer, y en una ocasión llegó a maquetar once canciones, algunas muy prometedoras, que componía mientras se hospedaba en distintos hoteles y vendía algunas guitarras (las coleccionaba y llegó a tener 25) y su propia ropa para sobrevivir.
Gilmour insistió para que las canciones se convirtieran en un disco y lo llevó nuevamente a Abbey Road para que las grabara. Él se haría cargo de las sesiones y también había tentado a Norman Smith para que produjera el álbum.
Pero luego de un intento de tres días seguidos, las sesiones se volvieron infructuosas porque Barret decidía comenzar otra canción cuando no se había terminado de grabar la que sonaba y se hizo imposible continuar.
Fueron los últimos intentos con la música; poco después Barret compró telas y pinceles y comenzó a pintar una serie de cuadros abstractos. Una galería se interesó por ellos puesto que contaban con una inquietante potencia pero el día de la inauguración Syd brilló por su ausencia.
Una mañana Barret despuntó con que quería estudiar medicina y decidió regresar a Cambridge, donde vivían su madre y su hermana, sus únicos familiares directos. Se instaló en la casa materna y, claro, en sintonía con sus arrebatos, nunca pasó cerca de alguna escuela de medicina.
Allí se quedaría definitivamente porque tuvo constantes altibajos con su salud. Rara vez salía de su morada pero en 1982 viajó a Londres aunque nunca se supo qué hizo allí. Cuando volvió a Cambridge hubo que internarlo porque había hecho caminando los 80 kilómetros que separan la capital inglesa de su ciudad.
David Gilmour, el amigo fiel
Cuando murió, su hermana Rosemary se encontró con que en la cuenta de Syd había algo más de dos millones de euros. Una cuenta que durante años fue creciendo por el dinero que entraba por derechos de autor y venta de discos de Pink Floyd cuando él lideraba la banda.
Gilmour fue quien siempre se preocupó de que le ingresaran el dinero, ya que el resto de los músicos y el sello editor lo habían desvinculado de lo que la banda produciría en materia económica en los años siguientes a su partida.
Según se supo por su hermana, los dos años anteriores a su muerte intentaba trabajar en un libro que reflejara su experiencia musical y de vida pero sólo se encontraron algunos manuscritos describiendo vivencias, todos muy inconexos entre sí. Ante cierto interés de algunos editores en ese material, Rosemary dijo que era imposible hilvanar una historia porque Syd tenía permanentes recaídas y había veces que ni siquiera sabía que era músico y que había sido el alma mater de uno de los grupos señeros de la historia grande del rock. Hace un par de días se cumplieron 75 años de su llegada al mundo.
Comentarios