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“Soy madre, mujer y veo el dolor”

Por Laura Hintze.- María Eugenia es la “mamá del corazón” de Nico López, muerto a balazos a los 18 años. Desde entonces, comenzó a buscar a quienes habían perdido hijos de la misma forma. Se reúnen una vez por semana en Tiro Suizo.


El narcotráfico, la violencia y la cantidad de jóvenes muertos es un tema que conmueve a la ciudad. El jueves pasado la intendenta Mónica Fein lo puso en números: en 2013, el 40 por ciento de los muertos por armas de fuego fueron chicos de entre 15 y 24 años. Detrás de estas cifras siempre está la vida, la que se perdió y la que se mantiene en pie. En conmemoración por el Día Internacional de la Mujer, María Eugenia habla en nombre de aquellas mujeres que pelean para que la vida no sea sólo un número, pero también  para que ese número –inevitable– no se ensanche cada vez más.

Un grupo de madres se reúne una vez por semana en el barrio Tiro Suizo de Rosario. Mate de por medio, se encuentran con un mismo objetivo: ayudarse, hablar y calmar el dolor. A veces aprovechan y comen juntas. A veces hasta se ríen. Pero no es fácil cuando la razón por la que se encontraron es que a cada una de ellas le mataron a un hijo. Está Betina, la mamá de Nicolás; Cristina, la mamá de Laura y abuela de Mía; Claudia, la mamá de Nahuel; Carmen, la mamá de Iván; María Luisa, la abuela de Melani; Noemí, la mamá de Lucas; Susana, la mamá de Gustavo. Y está María Eugenia, la mamá del corazón de Nico López, que juntó cada número de teléfono, golpeó casa por casa y todos los días organiza una agenda llena de marchas y reuniones que reclaman seguridad y justicia. Ella explica su labor: “Dicen que hay que dar amor y yo trato de darle todo el amor a todas. Lucho para no bajar los brazos, porque estas madres se caen. El dolor es más fuerte que todo. Quiero que encuentre a los asesinos de sus hijos, que sus hijos descansen en paz cuando ellas tengan paz. Hoy no la tienen”.

María Eugenia tiene el pelo rubio y ojos celestes intensos, que resaltan aún más con el delineado negro y el maquillaje sencillo y prolijo que recubre su cara. Un piercing negro sobre el labio delata lo que se nota a lo lejos: su juventud. María Eugenia tiene apenas 32 años y tiene una hija de 15, también rubia. Está vestida con un jean, unos zapatos altos llenos de tachas y una musculosa rosa. Entre las telas, relucen algunos tatuajes. El del antebrazo llama la atención. “Algún día esta vida será hermosa”, dice prolijamente. María Eugenia se lo hizo cuando lo mataron a Nico, el hijo de su marido y su hijo del corazón. En la espalda, bajo el corpiño negro, se distingue un tatuaje por la mitad. Son alas. Las de un ángel.

“Soy madre, mujer y veo el dolor de quienes han perdido a sus hijos. Las veo tan desamparadas que yo trato de abrazarlas, besarlas, decirles que las quiero en cada mensaje. Trato de darles el consuelo que sé que no van a tener nunca. Yo no lo siento porque gracias a Dios no me tocó a mí, pero creo que se me terminaría la vida si me pasara algo así. Las veo tan frágiles que las quiero ayudar”, explica.

María Eugenia no sabe ni cuestiona si una fuerza divina las juntó, pero sí tiene la certeza de que de a poco, entre las desgracias y los reclamos, estas mujeres fueron encontrándose. Se pasaron números de teléfono, las buscó casa por casa. Hoy, dice, algunas ya son como una familia. Dejaron la incertidumbre y la soledad para encontrarse y aconsejarse, hablar de temas judiciales, cómo avanza cada caso, organizar nuevas marchas. “¡Tengo unas leonas! No sé si nuestros ángeles nos mandan esa fuerza o qué para seguir adelante. Pero con nuestro dolor nos ayudamos entre nosotras y a las que vienen nuevas. Porque siempre se suman”.

En esto no hay cuestión de género, aunque Eugenia, riéndose y escondiendo la cara entre sus manos, confiesa que para ella las mujeres son mucho más fuertes que los hombres. “Tenemos un don especial. Somos madres y con eso viene toda nuestra fortaleza. Nos ocupamos de todo, inevitablemente, tenemos tiempo siempre. No quiero ponerme en feminista, pero al hombre le cuesta más”. Y vuelve a reírse. Es evidente, y María Eugenia lo sabe y no duda de eso, que en esto no hay género que valga. En la calle y en el dolor están todos, aunque la mayoría en cada reunión sean las mujeres.

Héctor López, el marido de Eugenia, está siempre. “Me ayuda mucho, como yo lo ayudo a él, porque él perdió a Nicolás en febrero de 2013 y estuvo muy mal. Juntos salimos adelante. Es un león”, dice.

Nicolás tenía 18 años cuando lo mataron a balazos desde una moto. Jugaba en las inferiores de Rosario Central y siempre estaba contento. María Eugenia lo conoció a los 16 años y afirma que sólo una vez lo vio enojado. “No sé qué le pasaba ese día, estaba enojado en el sillón mandando un mensaje”. Siempre se llevaron bien. Tomaban mates juntos y escuchaban música, cumbia preferentemente. Cuando lo mataron, ella se hizo cargo de todo y lo adoptó como su hijo. Desde ese momento se presenta como la mamá del corazón de Nico López. “Tengo a mi hija de 15 y todo esto que hago es por ella, por Nico, por los otros chicos que mataron y los que están”.

Hasta hace unos pocos meses, María Eugenia trabajaba en una agencia de quiniela. Después de una marcha, la felicitaron y apoyaron en lo que hacían, le dijeron lo necesario que es gente como ella en la ciudad. También le dijeron que iban a empezar a llamarla menos para trabajar. Ella lo cuenta con dignidad y orgullo. “Me vino bien porque puedo seguir participando, haciendo otras cosas. De hambre no me voy a morir”. María Eugenia nunca pensó estar en este lugar. “Esta lucha es muy difícil. El tiempo pasa y los asesinos siguen sueltos, siguen matando ¡Pero quién iba a pensar esto! Yo soy una luchadora. Tuve sola a mi hija y ahora me haré cargo de esto”. Por primera vez en la entrevista María Eugenia para de hablar. “Me emociono. Tengo el nudo en la garganta”.

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