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Sobrevivientes de la oscuridad

El libro de Pablo Bohoslavsky rescata vivencias de la cárcel donde estuvo preso por la dictadura militar de 1976. Hacia el pasado agradece no tener odio, pero sí un fervor: deseo de justicia y esclarecimiento.

En el libro Cierta fortuna el matemático Pablo Bohoslavsky hilvana con ironía su experiencia en una cárcel de máxima seguridad durante la última dictadura militar.

A lo largo de dieciocho relatos, presos y carceleros –tal como lo define el microcosmos carcelario– escapan a los lugares comunes y muestran su perfil más humano.

El humor negro para salvaguardarse de la debacle, el pesimismo dogmático de algún militante enfrentado al optimismo desesperado de otro, sádicos de manual pero con contradicciones, un oficial que encuentra la manera de salvar a un condenado y otro que se deja guiar por un interno son algunas de las situaciones y personajes que pueblan estas páginas.

Lo paradójico es una constante, el otro protagonista de estas historias brevísimas donde Bohoslavsky se permite ficcionalizar algunos hechos “sin morbo ni golpes bajos”, como señala Juan Sasturain en el prólogo.

“Soy un hombre con cierta fortuna, despojado de odios y con mucho deseo de justicia y esclarecimiento”, asegura el autor a la agencia de noticias Télam, en referencia al título que eligió para el volumen recién editado por El Zorzal.

Escribir “tiene algo de liberador –concede–, los cuentos no tienen carácter de testimonio, muestran un punto de vista sobre personas de carne y hueso, sus debilidades y fortalezas, actitudes que los pintan con plena humanidad”.

Bohoslavsky fue secuestrado en octubre de 1976. Docente de matemáticas, militaba en el peronismo de base de Bahía Blanca y por esa cierta fortuna pasó de ser un desaparecido a uno de los miles de detenidos a cargo del Poder Ejecutivo de la Nación (PEN) y, en su caso, cumplió condena por más de cuatro años en el penal de Rawson.

Convivir cotidianamente durante cinco años con un grupo de 30 personas “convierte la experiencia en un auténtico laboratorio y las características de cada uno comienza a verse como con una lupa, se vuelven como caricaturas”.

Así explica el tono que tiñe cada relato, desencuadrado de lo exclusivamente testimonial, porque le pareció que “valía la pena explorar eso de darle un toque de ficción a cada historia”.

El nombre y los apellidos de los personajes –estos últimos indicados con la inicial– son reales y hay varias razones para eso: se está hablando de historias con una fuerte carga de subjetividad y, además, no todas son experiencias de orden personal, algunas fueron vividas por terceros.

“Los presos aparecen como eran, humanos. No éramos personas degradadas ni perdidas y tampoco éramos héroes, al igual que los carceleros”, afirma, aunque en sus mismos cuentos algunos perdieron la fuerza y están mudos o un poco idos.

Entre los presos políticos se da el mismo vínculo que entre los que compartieron el servicio militar obligatorio, señala: “Lo que tienen en común es haber atravesado situaciones límite, es posible que no compartan principios, ideologías, ni valores pero sí experiencias que los han marcado como un hierro candente”. 

Es el código de humanidad más básico lo que mantuvieron intacto y los que no lo hacían eran aislados; “la cárcel es un lugar de alta exposición, al menos el régimen de máxima seguridad de la de Rawson”, dice en diálogo telefónico desde la ciudad rionegrina de Cipolletti, donde reside ahora.

Y aquí aparece la misma paradoja que se cuela en sus anécdotas: “Tuvimos una ventaja incomparable frente a regímenes carcelarios más benignos que permitían radio y tevé casi sin censura; en el penal de Rawson abrían las puertas de la celda desde la mañana temprano y estábamos la mayor parte del día juntos”.

Por supuesto que en esa cierta fortuna se ve incluido con ironía: “Siempre digo que la mejor edad para estar preso fue la mía, entro los 25 y los 30, porque entrás entendiendo de qué se trata y salís en condiciones de trabajar todavía”.

La experiencia fue recogida en Facebook y en la página web www.ciertafortuna.com.ar, donde se puede leer el prólogo, uno de los cuentos y hacer comentarios.

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