Ciudad

Fin de una historia

Se apaga la pantalla de un emblemático cine rosarino

La sala Madre Cabrini exhibirá sus últimos títulos este fin de semana. Su gestor y proyectorista, Jorge Debiazzi menciona algunos de los motivos de la decisión y rescata los hitos de varios títulos y la relación tejida con los espectadores.


Debiazzi, una vida dedicada a la proyección y al culto al buen cine de todos los tiempos, se tomará un descanso. Archivo: Fernando Forcaia

En tiempos económicos y sociales sísmicos, algunas batallas son exageradamente desiguales. Las de las salas de cine y el público no es una batalla nueva precisamente –por motivos ampliamente conocidos como el acceso a las nuevas tecnologías, que permiten ver cine en el hogar; como las múltiples ofertas de las plataformas dedicadas al tema y como la monopolización ejercida por los complejos que arrasaron con las salas más artísticas–, pero actualmente, si por fuera de esos embates quedaba todavía algún espacio que cumpliera con el ritual de proyectar cine de calidad, nada podría salvarlo de la hecatombe que significan los desmesurados aumentos de tarifas, imposibles de trasladar al precio de una entrada, justamente en un ámbito donde se cuidara también la relación con el espectador.

El a esta altura el tradicional Cine Madre Cabrini, la sala, que supo albergar espectadores inquietos durante 35 años se cerrará luego de las proyecciones de este último fin de semana, sumándose así a la lista de lugares que se adueñaron de una porción de tiempo en el trajín de la ciudad y contribuyeron a forjar y a entretener espectadores curiosos y amantes del cine.

El proyectorista, productor y conductor televisivo Jorge Debiazzi fue el factótum de la sala. Durante tres décadas y media se encargó de generar una atractiva oferta cinematográfica que incluyó estrenos y clásicos de todos los géneros –en una primera y gran división– al mismo tiempo que musicales como conciertos en vivo y óperas con grandes obras de la escena internacional. Debiazzi dice que la imposibilidad de aumentar la entrada no es un motivo central en la decisión que tomó y que obedece más a discrepancias con los dueños de la sala que a otros motivos. El hecho de que el año anterior hubieran pintado la sala de color claro, junto a otras desavenencias, terminó por colmar el vaso de un hombre que dedicó una innumerable cantidad de horas a exhibir buen cine, o al menos un cine que llamaba a mucha gente.

“Quería que el cierre fuese lo más calladito posible pero hoy lo tiró una radio y ya desde allí tuve a los medios persiguiéndome”, dice Debiazzi mientras toma un descanso de la proyección, una de las últimas que llevará a cabo en esa suerte de segundo hogar. Evidentemente, la sala tenía una impronta y un reconocimiento implícito en buena parte de los rosarinos, ya que el hecho fue mencionado y comentado aun por quienes nunca fueron pero conocían a gente que sí. La noticia movió el avispero de modo tal que ya hay en marcha un proyecto para declarar el espacio de interés municipal. “Quién no pasó por acá, creo que buena parte de los rosarinos”, dice Debiazzi para graficar la dimensión del Madre Cabrini. Y agrega: “Allí mostré mucho material que la gente quería volver a ver en pantalla grande. Proyecté clásicos como Los cañones de Navarone, Ben Hur, Casablanca, Gigante, Doctor Zhivago, ¿quién se lo iba a querer perder?, rememora Debiazzi.

Hitos de 36 semanas

¿Un hito en materia de proyecciones?, sí, sin duda, como no fue de otra manera la exhibición en 35 milímetros a mediados de la década del ochenta de Lo que el viento se llevó, funciones a las que asistían hasta las modistas para ver los vestidos de Scarlett O’ Hara, el personaje de Vivien Leight. “Fue increíble lo de esa película, no paraba de venir gente”, cuenta Debiazzi. Claro que no fue el único, hubo por lo menos dos situaciones que compitieron de igual a igual con aquel film icónico. “Hubo un material de un violinista holandés que comencé pasando como introducción a la película principal pero que luego pasé aparte en una función con nuevos conciertos y tuvo una repercusión impresionante, y se trataba de alguien a quien la gente no conocía, ninguna película logró la cantidad de espectadores que ese material con sus conciertos, ese hombre literalmente se quedó a vivir acá, lo exhibí durante 14 años”, cuenta  entusiasmado el proyectorista. Después, el material audiovisual musical formaría parte de la oferta de la sala junto a otros con ballets, óperas o conciertos como los de Il Divo, Roberto Carlos, Ray Conniff, entre muchos otros. Debiazzi es un tipo con oficio. Comenzó allá lejanamente en la sala Arteón en la legendaria época en la que exhibía el mejor cine artístico, un tiempo donde la censura ya comenzaba a hacer de las suyas. Allí Debiazzi ya se mostraba como un demiurgo suturando fragmentos de films en la moviola. Allí debe haber comenzado su afición por el cine de calidad que no lo abandonaría. ¿Otro hito?, claro, la exhibición de una película que cambiaría, en palabras de Debiazzi, “la fisonomía de la sala”. “Exhibí Jurasicc Park durante 36 semanas seguidas, luego me pregunté si me iba a dar la vuelta al mundo o agiornaba la sala, finalmente hice esto último y cambié butacas, mejoré la pantalla y conseguí más material”, confía Debiazzi.

Tortas y oporto

Sin duda, tres décadas y media es un montón de tiempo para la vida de una sala. Durante su transcurso, amén de la oferta cinematográfica, ocurrieron otras cosas. Debiazzi las refiere así: “Había un hombre que interactuaba las películas. Se sentaba en la última fila y gritaba a los personajes de la pantalla avisando de tal o cual situación, les decía que se quede quieto o que mirara atrás, o después salía y comentaba algo del final de la película mientras la gente que esperaba en la cola lo miraba con ganas de asesinarlo”. Parte de esa misma gente es la que rápidamente lo llamó al enterarse del cierre de la sala y le ofreció buscar otro espacio. Es la misma también que le llevaba tortas o botellas de oporto en agradecimiento a la labor encomiable que llevaba a cabo en el cine. “Se creó una relación muy especial con mucha gente, una camaradería formada por el cine, por un público muy fiel a la sala, eso, claro, me impidió aumentar la entrada, que era de 30 pesos, pero a mí no me importó, nunca gané mucho con el cine, gané más proyectando los materiales y conociendo gente”, señala Debiazzi con orgullo. “Estoy tranquilo, es una decisión tomada con calma, y tiene de  bueno que ahora cuando un amigo me llame por teléfono para tomar un café a las ocho de la noche, podré decirle que sí”, y suena creíble.

“Queremos buscarle la vuelta para salvar al cine”

La concejala María Eugenia Schmuck del Frente Progresista Cívico y Social llevará hoy a la sesión del Concejo Municipal una propuesta para salvar al cine Madre Cabrini. En diálogo con El Ciudadano, explicó que a partir de la noticia que se conoció ayer buscará que todos los bloques se unan detrás de un proyecto en común para recuperar el espacio. Recordó que una iniciativa similar surgió años atrás con el cierre del cine El Cairo, reconvertido en un cine público.

“Queremos buscar la vuelta para salvar un cine que es emblemático en nuestra ciudad. Creemos que es posible una experiencia similar a la que se generó en su momento con el cine El Cairo y que sea recuperado a partir de una gestión pública o una experiencia nueva de gestión mixta”, dijo a este diario la concejala.

La recuperación del cine El Cairo fue fruto de la movida que iniciaron los integrantes de la Asociación Amigos de El Cairo. La sala de Santa Fe al 1100 cerró en 2007 y funcionaba desde 1913. El gobierno de Santa Fe adquirió el inmueble y lo recuperó. La restauración mantuvo el estilo art decó original en diálogo con las nuevas tecnologías. Tras dos años de obras, la sala abrió en 2009. El año pasado estuvo cerrado por nuevas reformas, que ahora lo convierten en uno de los cines mejor acondicionados de la ciudad.