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San Martín, corazón guaraní

Por Carlos Bukovac.- La única prueba en la que se basan aquellos que abonan la tesis de que San Martín era hijo de una india es el relato producido por una persona declarada demente, Joaquina Alvear de Arrotea, un siglo después de producidos los hechos.


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“Rosa Guarú fue una indiecita que tuvo un niño al cual la familia San Martín adoptó, pero ella siguió en la casa cuidándolo, criándolo, hasta que se fueron a Buenos Aires. El niño tenía entonces unos 3 años y le prometieron que iban a venir a llevarla a ella, pero no aparecieron más. Rosa Guarú se quedó esperando, y los esperó toda la vida. Cuando en 1817, los portugueses atacaron y quemaron Yapeyú, Rosita se fue a Brasil, estuvo mucho tiempo allá pero volvió. Levantó un ranchito en Aguapé y mantenía la esperanza de que volvieran por ella. Aunque tuvo otros hijos, nunca se casó. Le tenía un gran apego a aquella criatura. Supo que llegó a ser capitán y siempre preguntaba por él. José Fransisco, cuando era jefe de los granaderos, le regaló un retrato o medalla que ella conservó siempre, y al morir, ya muy viejita, la enterraron con ese recuerdo del que era inseparable”.

Palabras más, palabras menos, las líneas que el lector acaba de leer sintetizan el cuento que desde hace algunos años gran parte de los argentinos comenzaron a creer: que el general San Martín era hijo de una india guaraní y del general Diego de Alvear. A ello se agrega el pedido de exhumación de los restos del Gran Capitán para realizar un examen de ADN y corroborar la teoría.

Ante un nuevo aniversario de su natalicio, el último martes, vale plantearse algunas preguntas, a saber: ¿cómo es que se produjo semejante descubrimiento?; ¿acaso apareció alguna partida de nacimiento extraviada? En absoluto. ¿Acaso fue encontrado algún documento del mismo San Martín en donde se reconocía esa situación? Para nada. Y entonces, ¿de dónde surge esta historia? Ni más ni menos que de la repetición, por parte de algunos historiadores, del contenido de un papel privado que fue escrito sin ninguna precisión por una hija del general don Carlos de Alvear, un siglo después del episodio a que aludía esa referencia, el 22 de enero de 1877. Según la señora Joaquina Alvear de Arrotea –sin ningún respaldo que la avalara– San Martín habría sido “hijo natural de mi abuelo el señor don Diego de Alvear Ponce de León, habido de una indígena correntina”. Nada más: no agregó dato alguno para sostener tamaña imputación, incluida tangencialmente en un apunte encabezado como “Cronología de mis antepasados”.

Ahora bien, ¿es eso suficiente para desvirtuar el contenido de la partida de nacimiento de San Martín (conocida pero dos veces destruida, una en Yapeyú, en 1817, y otra en Buenos Aires, en 1955) y los otros cinco documentos en los cuales se hace referencia a su condición de hijo del capitán Juan de San Martín? Al parecer, para los Chumbita, García Hamilton y compañía, y para ciertos argentinos que ven más romántico un San Martín indígena, lo es.

No obstante, por más bonito y pintoresco que ello hubiera sido, lo cierto es que el general Diego de Alvear permaneció en Buenos Aires hasta principios de 1784, fecha en que se embarcó comandando un buque destinado a vigilar las costas de Brasil. O sea que seis años después del nacimiento de José Francisco, cuando el mismo se hallaba junto a su familia en España, el supuesto progenitor llegaba al territorio de las Misiones para entablar un romance con Doña Rosa y concebir al niño. Extraño… O se trata de un gran engaño, o Don Diego tenía la capacidad de concebir por control remoto…

De todos modos, para quienes aún intentan creer en la tesis novelesca, hay un último argumento para impugnarla definitivamente. En 2000, el doctor Víctor Hugo Nardiello, miembro y ex presidente de la Junta de Historia de Rosario, encontró el expediente “Don Agustín Arrotea s/ Nombramiento de Tutor de su esposa” Nº 84 del año 1877, tramitado ante el Juzgado Civil de Rosario, y en el que se declara a doña Joaquina de Alvear “incapaz para administrar sus bienes y demás actos de la vida civil”, en virtud de encontrarse “en estado de demencia calificada por de erotomanía habitual”.

¿Y de qué se trataba esa erotomanía? Consultando el informe médico que obra en autos, podemos leer que “hay en ella una afición desmedida a la literatura; cada día ofrece algún nuevo trabajo que con el nombre de cuadros vivos dedica a personas que le están ligadas por el parentesco, pero más especialmente a las que ocupan una posición expectable, como el Papa, Thiers, etcétera. En todos estos escritos se puede notar que hay una exaltación de la imaginación que llega hasta constituir un estado morboso”.

Concluyente, definitivo. La única prueba en la que se basan los que abonan la tesis de San Martín indio es el relato producido por una demente un siglo después de producidos los hechos.

De todos modos, por si acaso muchos se quedaron con las ganas de ver a un San Martín guaraní, a no entristecer. Si bien es cierto que no tenía una gota de sangre aborigen, podría afirmarse –metafóricamente– que, fruto del entrañable amor por el terruño en que había nacido, tenía un corazón guaraní.

En efecto, fue él mismo quien solicitó que le enviaran al flamante regimiento de Granaderos a Caballo, desde las Misiones en las que él se había criado, “un número proporcionado de sus connaturales”. Así fue como arribaría en octubre de 1812 Juan Bautista Cabral junto a otros 49 guaraníes. Sí, el heroico Cabral, tan gravitante en el bautismo de fuego en San Lorenzo, era un coterráneo de San Martín…

Asimismo, en enero de 1813 se sumarían otros 261 reclutas guaraníes al mando del capitán don Antonio Morales, algunos de los cuales participarían de toda la campaña libertadora, incluyendo la batalla final de Ayacucho. Dentro ellos cabe mencionar a uno célebre por su coraje y entrega, el trompeta Miguel Chepoyá, quien completó toda la campaña libertadora y regresó, en 1826, junto al coronel Bogado y los restos del glorioso regimiento.

Finalmente, y para rubricar ese corazón que hermanaba al gran capitán con los naturales de las Misiones, observemos la carta que ellos mismos le envían, llenos de orgullo y alegría, suplicándole que los admitiera en el regimiento: “La felicidad que por todos caminos gloriosamente reina en esta capital y sus Provincias Unidas nos ha proporcionado la suerte de haber venido a ella con los reclutas de nuestro país que ha conducido don Antonio Morales; teniendo el honor de conocer a V.S. y saber que es nuestro paisano, (…) le rogamos sea nuestro apoyo para que prosperemos y disfrutemos de las delicias de nuestra libertad, y conozca nuestro Supremo Gobierno que no somos del carácter que nos supone y sí del de verdaderos americanos. Así pues señor reiteramos los infrainscriptos oficiales nuestra súplica esperando tener el feliz resultado de ser admitidos de su bondad”.

En suma, está claro que no había necesidad de falsear la historia. El general San Martín, Padre de la Patria, de sangre española, supo amar a esta tierra y a sus naturales como ninguno. Lo demás queda para las novelas…

Docente adscripto de Historia Constitucional Argentina en la Facultad de Derecho de la UNR; miembro de la Asociación Cultural Sanmartiniana Cuna de la Bandera

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