Ciudad

“Quería regalarle uno de mis cuadros”

Por Santiago Baraldi.- Cristian Barrera era empleado de una estación de servicio. Kita es pintor y escultor. Hubo un tiempo en que los dos, que son la misma persona, convivieron: cuando en el cruce de A012 y ruta 9 trabajaba y exhibía sus cuadros. Eso le cambió la vida.


kita

Cristian Barrera es pintor y escultor, pero es conocido como Kita y así firma sus obras. Talentoso por naturaleza, sus cuadros estaban expuestos en un lugar poco habitual para el arte: una estación de servicio. La estación de servicio “La Posta”, en A012 y ruta 9, que era donde Kita trabajaba. Una mañana de 2006 una pareja que viajaba de Buenos Aires hacia Salta paró en “La Posta” a tomar un café. La mujer se encantó con una de sus pinturas y quiso conocer al autor. Kita estaba allí, se la obsequió y la mujer le puso en su mano una servilleta y se fue. La mujer era sobrina de Amalita Fortabat y le había dejado 300 dólares. Ése fue el comienzo de la relación que luego seguiría con la poderosa empresaria y filántropa, hoy fallecida, que colgó junto a Spilembergos, Bernis y Quinquelas obras de Kita. Su vida es una película, no para de hablar y de contar anécdotas. Recibió a El Ciudadano en el taller donde terminó su cuarto Ángel de la Bicicleta, escultura que recuerda a Pocho Lepratti y que el pasado fin de semana se colocó en una plaza de Hughes.

Padre de cinco hijos, el artista de Roldán pelea por difundir la obra de sus pares del interior de la provincia. Recorre el país difundiendo cultura con sus esculturas y pinturas que llegaron a las manos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: “Quería escribirle una nota y regalarle uno de mis cuadros. Era el retrato de una casa antigua de aquí, en color sepia, pintada a dedo, una técnica con la que tengo facilidad. El 20 de junio de 2010 me fui a Rosario con el cuadro: acá se me reían y no creían que pudiera llegar. Me trepé a una de las vallas y esperé que pasara la combi que llevaba a la presidenta, el acto ya había terminado y la llevaban al helipuerto. Mientras se acercaba, yo señalaba a los gritos al cuadro y a ella: «¡Es para vos, es para vos!». Milagrosamente el vehículo se detuvo, se bajó el chofer, le corrió la puerta a Cristina y vino a mi encuentro. Le dije que era un regalo para ella y que en el sobre había una nota. Al minuto nos rodearon las cámaras, los fotógrafos, yo estaba nervioso y me dijo: «Tranquilizate, el cuadro es hermoso y la carta la voy a leer». Al rato me fui caminando solo y me dije: «¡La puta madre, llegué!». A la semana me llamaron de presidencia y hoy ella tiene una docena de mis cuadros. Conseguí un subsidio, y a cambio recorro el país mostrando lo que hago y enseñando. La remo todos los días pero cuando uno tiene sueños, nada es imposible”, relata.

Champán con Reggazzoni

El año pasado festejó sus primeros 30 años con el arte, con más de 1.600 obras “desparramadas por todo el mundo” y es incondicional a la obra de Antonio Berni y Pedro Giacaglia, “maestros de lo abstracto”. No le gusta, en cambio, la “postura comercial” de Milo Lockett, que trabaja siempre con la misma línea: “Ojo, no lo critico, veo eso. En cambio, cuando voy a Buenos Aires me gusta juntarme con Carlos Regazzoni. Voy a su galpón y siempre algo aprendo, tomamos Dom Perignon a las once de la mañana, metido ahí en su galpón, me regaló una caja de habanos… Un loco lindo que vive el arte de verdad”, cuenta.

Kita agrega que no tiene un estudio fijo en Roldán donde trabajar. “Pinto en cualquier lugar, gente amiga que me presta su casa, o voy a una herrería donde encuentro de todo. Es de la familia Iturbe, que me apoya regalándome los fierros que necesito. En Roldán soy más conocido que el intendente (se ríe) que también me apoya: soy lo que soy por la gente de Roldán. Dicen que uno no es profeta en su tierra, pero yo elegí este lugar. Vengo de una familia de carniceros y de chico quería ser médico para curar a mi madre enferma, pero fue ella la que me impulsó para que siguiera con el arte”.

Cuando estaba en séptimo grado, Kita, dibujó en tinta china una muñeca negra que su profesor rechazó “por perfecta”. Fue su primer desaliento. “Cuando falleció mi madre yo estaba en una muestra en Buenos Aires, cuando volvía a buscar algunas pertenencias a su casa encontré una Biblia que ella leía, tenía como marcador aquel dibujo de la muñeca en tinta china”, relata emocionado.

Una cena con Amalita

Kita se entusiasma al recordar cuando comió en casa de Amalita Fortabat en San Isidro. “No sabía cómo comer, tenía tres tenedores de un lado, tres cucharas del otro… Y allí, junto a un Spillinbergo estaba un cuadro mío. ¿Muy loco no?”, dice y se vuelve a reir.

Kita recorre las escuelas del país y hace docencia, transmite sus conocimientos a los pibes, “porque hay un artista seguro en cada uno de ellos, hay que motivarlos”. Recuerda cuando fue a Zavalla y realizó una escultura en madera de una pareja de tango. “Allí había dos tangueros que se disputaban una rivalidad absurda, los junté a los dos, hice que se dieran la mano y los nombré padrinos de la obra. El arte tiene que servir para unir. Mirá, una vez iba a Carcarañá, se rompió el auto y mientras mi compañero se volvió a buscar el auxilio, me quedé viendo un pedazo de papel de diario que estaba tirado al costado de la ruta: ahí leía la noticia de la chica Carolina Píparo, cuando llegué a mi casa me puse a hacer la escultura de una mamá abrazando a su hijo…, relata recordando el caso de la joven que perdió a su bebé tras recibir un balazo en una salidera bancaria.

“El destino juega conmigo, puedo estar con la Fortabat, con Cristina o con grandes personalidades, pero no me mareo, siempre fui una persona sencilla, de escuchar lo que le pasa a los demás. Cuando llegó la fragata Libertad, me fui a Mar del Plata y le llevé a la presidenta un cuadro de la Fragata. La sobrina de Amalita cuando pasó por acá me pagó por un cuadro del Ángel de la Bicicleta 5.646 pesos, una fortuna para mí: le di 200 pesos a la moza y le llevé la plata a mi mujer, que no entendía nada. Ellos luego me mandaron a buscar, me llevaron a su casa de Lomas de San Isidro… Ahí vi el original de Berni, “Los Desocupados”, no lo podía creer y ahí nomás, descolgaron un cuadro de Carlos Gorriarena y colgaron el mío. Un sueño. La vida es una suma de momentos y hay que sentirlos a  pleno. Me siento rico por todo lo que hice y lo que le dejo a mis hijos, lo único que tiene valor de verdad”.

Comentarios

10