Ciudad

La ciudad de los mil rostros

Primero capilla, después puerto y por último Chicago: jugosas historias de la Rosario desconocida

"Historias de la Chicago Argentina. Rosario, imaginarios y sociedad 1850-1950” es una obra colectiva, publicada por UNR Editora, que reúne investigaciones de historiadores e historiadoras locales que vienen trabajando juntos hace más de 20 años


Hay una ciudad en la que nada es lo que parece. En esa ciudad de fantasía, 25 de Diciembre no tiene relación con la Navidad, y 1º de Mayo tampoco apunta al Día de las y los Trabajadores. Esa ciudad es de a ratos Chicago, pero nada tiene que ver con la “Ciudad de los Vientos” de Illinois, en el centro oeste de Estados Unidos: esta Chicago está a orillas del Paraná y originalmente fue la “Ilustre y Fiel” Villa del Rosario, allá por 1823. “Todo tiene que ver con Urquiza”, apunta el historiador Mario Gluck. Y corrige otra interpretación generalizada: el mote de Chicago argentina no es, en su primera versión, por el crimen organizado que supo caracterizar la gran urbe norteamericana, sino por una ciudad pujante e industrial, que ya no crecía alrededor de una capilla sino de su importante puerto fluvial.

Precisamente ese nombre, acaso el más famoso de los que identificaron a la ciudad, forma parte del título de un trabajo colectivo de investigación volcado en un libro: “Historias de la Chicago Argentina. Rosario, imaginarios y sociedad 1850-1950”. La obra tiene trabajos que se compilan deAlicia Megías, Agustina Prieto, Javier Chapo, Analía Dell’Aquila, María Pía Martín, María Luisa Múgica y Pablo Montini, además del propio Gluck. Se trata de la cuarta recopilación de ponencias del mismo equipo que, con miembros permanentes y otros esporádicos, lleva más de dos décadas investigando el pasado de Rosario. “Todos los trabajos tienen que ver con la historia de la ciudad”, puntualiza Gluck.

—¿Y por qué el título Chicago?

“Es una de las denominaciones que tuvo la ciudad, en referencia a otras, como la Barcelona, la segunda ciudad… Chicago fue una de las que más permaneció y tuvo distintos significados. Y vuelve a tener algún significado: no sólo hoy por la cuestión de la delincuencia que fue el más notable en algún momento, sino también por el tema de los cereales, que fue el tema permanente también. Es decir, esas dos o tres cuestiones, la primitiva, que fue el crecimiento: una ciudad del interior de un país que se parece a Estados Unidos y que creció muy de golpe. En ese sentido usamos ese término”.

Gluck repasa que hacia 1850 Rosario no para de crecer: por la producción cerealera, por el puerto, por la inmigración extranjera. “Crece”, insiste, y menciona que otra ciudad que crece en Latinoamérica del mismo modo y en el mismo tiempo es nada menos que San Pablo, en Brasil. “Lo que pasa es que el destino de San Pablo fue mucho mayor que el de Rosario”.

El increíble destino de un aviso publicitario muestra que el nombre estaba asumido socialmente.

 

Así las cosas originalmente el nombre de Chicago poco tuvo que ver con una faceta criminal de Rosario: “Fue por una ciudad que creció demográficamente, que se convirtió en una ciudad fabril y que también tenía que ver con los cereales que se estaban cultivando alrededor. Que así fue en Chicago también, tenía su Bolsa de Cereales, igual que Rosario”, explica Gluck, y sorprende: “Una colega nuestra, que escribe en el libro, Agustina Prieto, encontró un aviso publicitario del año 1937 de una empresa de fletes, de camiones, que decía: «Vamos hacia la Chicago argentina». Y lo decía en un sentido comercial, sobre todo. Una ciudad pujante a nivel comercial. En 1937, cuando ya había caído la mafia”.

A partir del aviso el historiador recorre eses período que está en las décadas finales del siglo que abarca el libro. “La mafia fue un fenómeno corto. Esa mafia de Don Chicho Grande, de Chicho Chico es una parte, un emergente, algo que tuvo más repercusiones a nivel mediático –y también a nivel político–. Pero la economía delictiva siempre existió. Y es paralela al crecimiento económico”, remarca. “Por eso Chicago tenía también su economía delictiva”, completa, aunque con ironía aclara que comparar la mafia rosarina con la de la Chicago verdadera, la de Estados Unidos, vendía a ser algo así como comparar un bote con un transatlántico.

 

La huella de Don Justo José

 

Gluck evita crear falsas expectativas: el libro no habla de la mafia rosarina, aunque en algún trabajo aparezca tangencialmente una mención: es un retrato de época, en esa riqueza histórica que tiene Rosario, y que el equipo de historiadores, como muchos otros trabajos individuales o colectivos, continúa sacando a la luz. “Nosotros nos inclinamos más por esta cuestión de la ciudad que fue creciendo, que se fue transformando, y que fue construyendo, a partir de ese crecimiento, una identidad. O muchas identidades. Por eso son «historias» de la ciudad de Rosario, y no «una» historia”, resalta el historiador.

“Nos hemos focalizado en instituciones, o en aspectos culturales. Uno de los artículos es sobre la pornografía en la década del 20 y del 30. Otro artículo habla de cómo se fue perfilando la criminalidad en la década de 1870, y cómo la veían los medios. Y hay otro artículo que toma los periódicos que había en Rosario y las discusiones entre los periodistas”, repasa Gluck. Y puntualiza –acaso lo desconocido entre lo más sabido– el “emprendimiento fundamental que fue La Capital”, que tuvo “dos de los grandes intelectuales de la ciudad”, que sin ser rosarinos, formaron y moldearon las ideas en la ciudad: Ovidio Lagos y Gabriel Carrasco.

“Fueron los dos fundadores de La Capital. Después se pelearon”, remonta. Lo demás es sabido: “Las columnas de La Capital pertenecen al pueblo”, reza el manifiesto original del diario decano de la prensa argentina. La máxima, que entraría en revelada discusión con el documental –también de realizadores locales y recientemente estrenado– “¿Dónde está Nora Lagos?”, que recorre la vida y la obra de la primera, única y última directora periodística del matutino, contribuye a ese debate creciente debate. Gluck va por otra vía: recuerda que tanto Gabriel, periodista de origen, como su hijo Eudoro Carrasco fueron intendentes de la ciudad. Pero tiempos antes, cuando migró desde Buenos Aires, “antes que Ovidio Lagos”, juntos hicieron el diario La Capital, “con el apoyo de Urquiza”.

Y vuelve a sorprender: “Rosario es Rosario, y es ciudad, gracias a Justo José de Urquiza”.

El triunfo de las tropas de Urquiza en la Batalla de Caseros remoldeó a todo el país, pero principalmente a Rosario.

 

La impronta del caudillo entrerriano estuvo –y está– vigente en toda la ciudad. Hasta bordear el surrealismo: Gluck desasna –es precisamente su tema– que la calle 25 de Diciembre, que se renombró a Juan Manuel de Rosas, y volvió a ser 25 de Diciembre después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 –en lo que parece un error garrafal de los asesores de la última dictadura– no se refiere a la Navidad cristiana. “Remite al momento en el cual unas tropas rosarinas apoyaron a Urquiza, precisamente el 25 de diciembre de 1851”, refiere. “Y otra calle que está detrás, 1º de Mayo, remite a la Constitución y al levantamiento de Urquiza”, asombra el historiador.

Así, quienes leen en el nombre que permaneció hasta hoy sin cambios un homenaje a las y los trabajadores, está cometiendo un error conceptual. Y puede costar encontrar a algún o alguna vecina domiciliado en esa calle, una de las primeras de la ciudad, que lo sepa. Aunque Gluck recuerde que el nombre de la calle “es muy anterior” al Día del Trabajador: menos de un año después de su sublevación, el ejército al mando de Justo José de Urquiza vencería en Caseros a las tropas de la Confederación Argentina encabezada por Juan Manuel de Rosas. Pero faltarían más tres décadas para que, en Estados Unidos, se iniciara la gran huelga por las ocho horas de trabajo, el 1º de mayo de 1886, que devendría en los fusilamientos de los Mártires de Chicago.

“Eso configura una forma de identidad. Las elites, las burguesías locales, se consideran deudoras de Urquiza”, cierra Gluck, recordando que hasta el identitario puerto que terminó de gestar la gran urbe que es hoy Rosario, fue financiado por el propio caudillo nacido en el Talar del Arroyo Largo en 1801.

Un muestrario de todas estas “historias” a las que se remite Gluck es la esencia del libro, parte de un caleidoscopio inalcanzable, que se presenta este viernes, con Lisy Smiles y Pablo Suárez como moderadores. Está publicado por UNR Editora, la editorial de la Universidad Nacional de Rosario y, en principio, su precio en librerías estaría en el orden de los 3.000 pesos.

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