Espectáculos

Humanista y renacentista

Peter Brook, el curioso e influyente creador que innovó la escena teatral contemporánea

El ensayista, director teatral y cinematográfico que encontró en el “gesto” el modo de condensar la potencialidad dramática, murió el último sábado a los 97 años. Fue un infatigable hacedor que indagó en las complejidades y riqueza de las culturas occidental y oriental con fructífera imaginación


Cualquiera que tuvo o tiene una relación con el teatro moderno –desde su escritura, la dirección, la actuación, el espectador interesado– ha abrevado en el universo de Peter Brook, ese titánico artista cuyos ensayos influyeron e influirán a vastas generaciones y que no dejó espacio teatral sin tocar con su mente inquieta. El espacio vacío, publicado en 1968, tal vez su libro ensayístico más poderoso, se convirtió en una verdadera biblia sobre sobre las posibilidades que ofrecía el teatro.

“Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Alguien camina por ese escenario vacío mientras otro lo observa, y esto es suficiente para que se inicie el acto teatral”, escribió Brook al inicio del libro y significó una verdadera revelación. Que el encuentro entre actores y espectadores en un mismo tiempo fuese la condición indispensable para que se produzca el hecho teatral fue un antes y un después que trajo luego innumerables reflexiones pero siempre desde ese punto de partida.

Clásico e innovador

Brook fue para quienes se aficionaron al teatro tempranamente (este cronista alza la mano), es decir no solo para quienes estudiaban arte dramático, alguien a quien debía leerse para contar con elementos teóricos que sirvieran y potenciaran lo que implicaba ocupar –o concebir– ese espacio mencionado. Sistemáticamente, el británico fue un innovador de la escena, algo que comenzó a mediados del siglo XX y se extendió hasta hace pocos meses. Un innovador incluso para las prodigiosas relecturas que hizo de las obras de Shakespeare, a quien consideraba el “autor teatral por excelencia porque siempre es el gesto el que hacer cabalgar al lenguaje”, según subrayó en una entrevista previa a la presentación en 1983 de La tragedia de Carmen, su adaptación de la ópera de Bizet.

Una de sus últimas apariciones públicas había sido en 2021, en Barcelona, en el espacio teatral del Mercado de las flores, durante la representación de Tempest Project, donde antes de que comience la puesta salió al escenario para hablar sobre el teatro isabelino, Shakespeare y su relación con el teatro actual. Su predilección por el autor de El rey Lear lo llevó a montar la mayoría de sus dramas y tragedias cuando como director de producciones de la prestigiosa Royal Opera House comenzó a trabajar con la Royal Shakespeare Company, teniendo como actores principales a figuras como John Gielgud, Laurence Olivier, Glenda Jackson, Vanessa Redgrave, Oliver Reed cuando todavía no brillaban en el celuloide.

Peter Brook antes de la presentación de “Tempest Project”

 

Luego de haber creado algunas puestas junto al francés Jean-Louis Barrault, ese tremendo comediante que aunaba como pocos la actuación y los recursos del mimo, Brook se mudaría a París para armar teatro Bouffes du Nord, cocina de la experimentación teatral de donde surgirían varias ilustres troupes europeas. En ese teatro, Brook adaptaría varias obras de Shakespeare pero sus puestas estuvieron al servicio de escenificar la gravedad de la existencia a partir de elementos que dialogaban con la actualidad del momento, así se tratase de adaptar a (Anton) Chéjov, (Samuel) Beckett o (Jean) Genet.

Aprovechando el frenesí que el Bouffes du Nord provocaba en cuanto a las posibilidades de pensar todo lo que podía convertirse en una puesta en escena, Brook creó piezas basadas en textos del neurólogo Oliver Sacks, en leyendas africanas orales y en escritos populares. Su capacidad indagatoria no tenía límites y abrevaba tanto en lo producido en la cultura occidental como en la oriental. Una de sus puestas más deslumbrantes fue la lectura que hizo de La conferencia de los pájaros, el poema sufí escrito en el siglo XII que ejerció una enorme influencia en el misticismo islámico. El poema persa describe la búsqueda que hacen los pájaros para hallar a quien los guie en un camino espiritual, pese a que muchos de su especie reniegan de esa senda de iluminación. Brook entendió que el primer proceso de liberación empieza siempre en uno mismo, lo que impulsaría a generar condiciones para que luego ese proceso se hiciese colectivo.

El teatro entra al cine

Como se sentía tentado a desarrollar los lenguajes asociados a la actuación y a la dirección, Brooks también ejerció la dirección cinematográfica de una manera singular y alcanza en esta faceta uno de sus puntos más altos con su osado carácter para reinterpretar otros autores; en una amalgama que lleva la dimensión ritual del teatro a la síntesis fílmica de un modo excepcional, yendo de una a otra práctica con una fluidez encomiable.

Su debut fue en 1953 con la adaptación de La ópera del mendigo, de John Gay, con el protagónico de Laurence Olivier, que en esa época estaba en su mejor momento. Un montaje clásico presta el relieve preciso al relato que aprovecha a pleno la gestualidad de Olivier; dos años después, en 1955, filmaría la maravillosa Moderato Cantabile, sobre el libro de Marguerite Duras, donde logra captar los elementos esenciales que definen el universo de la autora francesa a partir de una eficaz dirección de actores –tuvo a Jeanne Moreau y Jean-Paul Belmondo– para que a través de ciertos planos y gestos se instrumenten la sugestión, la nostalgia, la ternura. El trabajo de iluminación, con matices poéticos donde descuellan los grises otoñales, tiñe casi físicamente las escenas.

En 1963, Brook filmó El señor de las moscas, adaptación de la poderosa novela de William Golding, en la que aprovecha a conciencia las posibilidades del cine para expandir el universo  que el escritor inglés desarrolla en su paradigmática novela. Unos niños náufragos de clase alta o acomodada se verán ante la disyuntiva de mantener en pie sus rasgos civilizatorios o abandonarse a los nuevos códigos que surgen de la situación. Brook hace un uso metafórico fascinante de los recursos que el agua –los jóvenes están en una isla desierta del Pacífico– le brinda para dimensionar los grados de violencia que se irán provocando irremediablemente. La cualidad teatral de la confrontación cuerpo a cuerpo –otra vez los gestos– se expresa así con elementos puramente cinematográficos.

Poco después filmaría Marat/Sade, una adaptación de la obra del dramaturgo y escritor Peter Weiss sobre la Revolución Francesa que sería vista como otro exponente del teatro de la crueldad que conceptualizaría Antonin Artaud. Tal vez esta sea la película más teatral de Brook, sobre todo por la instrumentación de las reglas de la tragedia griega conque da contexto a la acción: hay coro, corifeo que dirige y parlamentos escanciados con interludios musicales, todo en una dinámica puesta deudora de una obra del Marqués de Sade donde cuenta su experiencia como interno en el manicomio de Charenton, del que jamás salió. El director del manicomio le permitía a Sade montar obras teatrales para los internos, ya que confiaba en que resultaría un método eficaz para disciplinarlos. En sus puestas, Sade utilizaba actores reales junto a los internos, algo que Brook también hace con suficiencia y pericia.

Una de las escenas de la fascinante “Marat-Sade”

 

Influenciado en distintas etapas de su trayectoria por Artaud, Brecht, Grotowski, Meyerhold, Brook trabajó un teatro que podría denominarse esencial, en el que el gesto adquiría una potencialidad mágica. En 1979 hizo su versión fílmica de Encuentros con hombres notables, la autoficción del del ruso místico George Gurdjieff, para la que contó con Terence Stamp en el rol principal. No conforme solo con la realización fue guionista que de Volker Schlöndorff en Un amor de Swann, la traslación que hizo el alemán de un fragmento de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Tras varios ejercicios de teatro filmado, Brook estrenó en 1990 la serie The Mahabharata, basada en su propia versión teatral de ¡nueve horas! del poema épico hindú con la que había girado por el mundo durante cuatro años y duraba 9 horas. Para la serie televisiva, la obra fue condensada en seis horas y Brook trabajó junto al prolífico guionista francés  Jean-Claude Carriére, el magnífico hacedor de buena parte de los guiones de Luis Buñuel.

 

La magnífica puesta de “Mahabahrata”

 

Brook describió así el espíritu de esa obra monumental: “Contiene las más profundas expresiones del pensamiento hindú, y sin embargo, a lo largo de más de dos mil años, ha ido penetrando tan íntimamente en la vida cotidiana de la India que para muchos millones de personas sus personajes estarán vivos eternamente, como si fueran verdaderos integrantes de su propia familia, con quienes comparten disputas y todo tipo de cuestiones. Con Jean-Claude (Carriére) Teníamos que hallar una manera de traer ese material a nuestro mundo para poder compartir esas maravillosas historias con el público occidental”.

Brook fue un verdadero artista cosmopolita que a través de sus viajes compiló y revalorizó material de otras culturas y luego animó en sus variadas e imaginativas puestas teatrales y films. Un trabajador incansable que bregó por un teatro cada vez más conceptual, reduciendo el espíritu de lo dado –de la puesta– a la grandiosidad del gesto, tal como concibió el acto teatral desde su amor a Shakespeare, en su carácter fuertemente humanista y en su hacer productivo renacentista. El imparable Peter Brook, quien dijo “si alguna vez me siento orgulloso de algo, quítenme el peso de la arrogancia”, murió el último sábado, a los 97 años, en su casa parisina.

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