Día del periodista

Editorial

Periodistas: un engranaje indispensable del funcionamiento democrático


Este 7 de junio tal vez sea uno de los que más vaya a recordarse en la historia del periodismo nacional por la singular situación que vive el país –nada ajena a la que vive el mundo, claro– ante la declaración de la pandemia por el contagio virulento del coronavirus.

Hay una labor excluyente de la que los periodistas que estiman que la salud de la población es el único bien a defender en este crucial momento –se trate de medios independientes y no tanto– no pueden –ni deben– apartarse.

Es la de batallar en todas las trincheras posibles –físicas y virtuales– para contrarrestar la ofensiva de los medios hegemónicos y sus oficiales mediáticos que con un poder de fuego nada disminuido continúan volcando falsa o aviesa información, fakes news de todos los colores, para mellar la legitimidad de las acciones instrumentadas por el gobierno nacional en pos de contener el avance del covid-19, que en estos días, aunque localizado, se vuelve vertiginoso.

El postulado economía versus salud es inexistente, de nada sirve un bienestar de bolsillo si no hay posibilidad de vida útil. Se sabe que un solo descuido, un caso asintomático que se mueva por fuera de su jurisdicción, puede causar un desastre en otros sitios donde el virus aparece más controlado.

Esa es la tarea urgente y más loable de estos tiempos, estar atentos incluso a las fakes de las redes y a su peligrosa viralización que motorizan reclamos insustanciales y absurdos.

Y, nada menor en estos tiempos, el empeño de lxs compañerxs periodistas que visibilizan las violencias de género y femicidios, agudizados a partir del aislamiento obligatorio o producto de la exacerbación racista y fóbica a cualquier diversidad.

Es impostergable visibilizar esta otra pandemia y la información de los hechos que dan los compañerxs es fundamental.

Arte El Ciudadano

No debe perderse de vista tampoco que la producción periodística es una de las que contribuye a conformar lo que puede leerse como la Historia del país; porque va marcando hechos y sucesos a través de escrituras diversas que intentan comprender la realidad, con noticias e información y líneas editoriales que se enfrentan con la ética y la independencia para desde allí decidir un camino, un perfil que jugará de un lado o de otro en el campo de las ideas pero que moverá la rueda de la construcción histórica.

Podría decirse que esto es así desde la fundación de la Gazeta de Buenos Aires; un encomiable lugar desde donde partir con los escritos de combate de Moreno, a los que seguirían los de Alberdi, Hernández, Walsh en ese eterno balanceo entre las llamadas operaciones periodísticas y el espíritu de denuncia de las iniquidades del poder de turno.

Buena parte de la ética social, la práctica democrática profunda, y aun los virajes lingüísticos que constituyen la lengua nacional en toda su dimensión están cifrados en la historia del periodismo, trágica por las luchas que la componen pero capaz de marcar hitos como la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, de Rodolfo Walsh.

En este momento tan cáustico donde la vida ordinaria está bastante desbaratada, la práctica periodística aumenta su rol esencial y, una vez tomada la posición desde donde ejercerla, debe agudizar su exigencia al poder político para que tenga más en cuenta que nunca el sostenimiento y la defensa del pluralismo y la diversidad de voces, muy resistido por los emporios mediáticos, organizadores de un sector social sellado en las ideologías de derecha y neoliberales.

El periodista debe hacerlo desde la propia tribuna y junto a la representación gremial y/o central sindical, instrumentos colectivos idóneos para disputar con los medios dominantes del sistema comunicacional, quienes absorben lectores a través de su multiplicidad de plataformas construyendo información dirigida y configurando su propia lógica de la realidad.

Los objetivos suelen ser  la desestabilización de los procesos populares valiéndose de juicios infamantes, con culpables elegidos de antemano y con definiciones sobre la corrupción salida de manuales de la incongruencia.

Para ello no vacilan en cargarse todo lo que se oponga; el avasallamiento de la Ley de Medios –un claro objetivo del gobierno de Cambiemos–, con su potencialidad para democratizar la información, fue una de sus últimas victorias.

Pero además, en estos tiempos extraordinarios, otras variables se han puesto en juego; son las que tienen que ver con el teletrabajo, modalidad lábil sin regulación alguna que puede desembocar –o desemboca– en una infinita cantidad de horas de trabajo en casa y que no sería hasta el momento reconocida por las empresas, tornándose en una nueva clase de explotación laboral.

Del mismo modo que las plataformas digitales multinacionales abusan con las publicaciones de materiales de los trabajadores de la comunicación sin contraprestación alguna.

Al igual que otros espacios de trabajo desatendidos durante esta descomunal crisis sanitaria, los medios cooperativos y comunitarios se encuentran poco menos que desesperados ante la ausencia de políticas –pautas públicas, subsidios– que permitan sortear esta hora aciaga y asegurar, además de las prácticas antimonopólicas y la diversidad de voces –como corresponde a las gestiones de gobierno que se precien de democráticas–, la existencia misma del oficio, fundamental y de extrema necesidad porque el derecho a la información es un derecho humano.

Si el periodismo pos pandemia será diferente seguramente tendrá que ver con lo que se entienda por “nueva normalidad”.

Una normalidad otra que tienda a acabar justamente con las injusticias y desequilibrios sería deseable; no se sabe si será posible, pero es probable que allí estén los periodistas blandiendo sus narrativas desde el género policial hasta la crónica deportiva; desde la descripción de los avances científicos hasta el drama político; desde el parte de conflictos armados hasta el último streaming de un mensajero de canciones.

Desde lo oscuro y funesto hasta lo más glorioso, vulnerando mallas ideológicas en la persistencia de “sus” miradas, indignándose por las atrocidades, haciendo valer su poder entre los poderes.

Haciendo uso de una imaginación pródiga para describir una verdad como alguna vez hizo Walsh titulando: “Testimonio exclusivo del sobreviviente del basural: habla el fusilado”.

 

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