Ciudad

Paro municipal con ventas extraordinarias en la peatonal

Por Paola Cándido.- El centro rosarino se asemejó ayer a un gran mercado persa que se aprovechó al máximo de la ausencia de inspectores.


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Ayer, el mercado ambulante dio su rienda suelta en la peatonal Córdoba, ya que los trabajadores municipales de toda la provincia y comunas santafesinas estuvieron de paro en reclamo de una mejora salarial superior a la ofrecida por la Casa Gris. Lo cierto es que subiendo la cuesta, la peatonal se vistió de fiesta y ofreció para la cartera de la dama, el bolsillo del caballero y la mar en coche, sus liquidaciones de fin de temporada: libros, carteras, chapitas para mascotas, medias can can, bonsai, cintos, accesorios de moda, bijouterie, sombreros, pañuelos, toallas, corbatas, muñecas, útiles escolares, vestidos, billeteras, pipas, clavas, títeres, llamadores de ángeles, juguetes para niños, juegos de playa, almohadones, ropa interior para ambos sexos, calzado para niños, porta DNI y tarjetas, mochilas, el sándwich de milanga a 10 pesos. De todo: si alguien se olvidó el casco para andar en moto –o sumó a un o una acompañante en el trayecto– ahí lo podías comprar. Y si alguno quería ir más “seguro” por las calles de la Cuna de la Bandera, la multitud de ofertas incluía hasta una picana eléctrica disfrazada de celular. Pasen y vean.

Darío es un vendedor ambulante que ofrecía películas en DVD que están en cartelera en el cine a ocho pesos cada una, dos por 14 y cuatro por 25. Imperdible: desde “Django sin cadenas” hasta “Dos más Dos”, la última de Adrián Suar. Una ganga para el que supo aprovechar, caso contrario éste vendedor siempre está en la zona del centro, cerca de un shopping, al mismo precio, pero escapando de los inspectores: hace pocos días, nada más, la Guardia Urbana Municipal desmanteló por completo un “estudio” de grabación de películas truchas.

Pero ayer no pasaba nada:  “Hubo más venta a la mañana. A la tarde pasa la gente y sigue de largo. Me faltan vender unas cuantas películas, tengo pensado quedarme hasta las nueve de la noche, tengo fe y seguro que me voy a ir con pocas en la mochila”, afirmaba al promediar la tarde.

Luis Aníbal hace 23 años que se dedica a grabar chapitas para identificar a las mascotas. Vive en Buenos Aires, hace la temporada en el sur desde diciembre hasta mitad de febrero y después da la vuelta hacia Rosario y se instalaen la ciudad hasta principios de abril: la más barata a sólo 10 pesos y la más cara a 25. Sólo es cuestión de unos minutos para quedarse tranquilos por si se pierde el mejor amigo del hombre, el gato, o la mascota que se le ocurra tener a cualquier hijo de vecino.

De yapa, vende imanes para la heladera con forma de araña y con los colores del club Rosario Central. “Buenos Aires te mata y cuando fui a hacer temporada a Puerto Madryn salí empatado. En Rosario me va bien, hago diferencia, no me puedo quejar. Vivo en un hostel por un tiempo y a principios de abril vuelvo a Colegiales”, explicó en alusión al barrio porteño.

Jorge, vestido con borceguíes  negros, pantalones de camuflaje, remera y gorra en composé, ofertaba cuchillas, armas convertidas en encendedores y hasta una picana disfrazada de celular. “Siempre me gustaron estas cosas”, aduce. No da mucha charla, sólo de los objetos que vende y de un momento a otro desaparece: “Habrá tenido ganas de ir al baño”, conjeturó un colega.

La ecuatoriana Martha Cecilia se da maña para hacer objetos en madera, animalitos simpáticos a los que sólo se le mueven la cabeza y la cola. Tampoco conversa mucho, está compenetrada en el celular y contesta lo justo y necesario. “El más barato cuesta 15 pesos y el más caro 350”, abarcó.

Guillermo vende calzado de mujer y anteojos de sol: 1 par de gafas por 39 pesos, dos por 75 y tres por 99. “Vine a la tarde porque por la mañana tuve que hacer trámites. No puedo comparar cómo estuvo la venta porque no vengo todos los días, para mí es un día más de trabajo, todos tendríamos que poder trabajar. Habría que crear espacios en las plazas”, dijo.

Para tomarse una fresca cervecita, Rubén ofrecía las jarras desde 25 pesos con los cuadros de la mayoría de los clubes de fútbol. También tenía las tradicionales de chopp al mismo precio, la más cara, a 30. “Tuve una buena venta, afortunadamente. Qué más te puedo decir”, soltó.

Y de a poco había que ir bajando la cuesta, porque en la peatonal ya se terminaba todo. Pero por un día, la calle se vistió de fiesta.

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