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Para Ominami, “el modelo chileno se hizo con sangre”

Pasó por Rosario el referente progresista que desafió a la Concertación y estuvo cerca de alcanzae el balotaje.

La ciudad recibió esta semana a un personaje diferente de la política regional: Marco Enríquez-Ominami, el sorpresivo ex candidato a presidente de Chile que con sólo 36 años desafió a la Concertación de gobierno y alcanzó el 20 por ciento de los votos en las últimas elecciones, yendo como candidato de su propio partido, Nueva Mayoría para Chile. Hijo de Miguel Enríquez, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), asesinado durante  el régimen de Pinochet cuando Marco tenía meses de vida, fue expulsado de Chile junto a toda su familia. En el exilio su madre se unió al senador Carlos Ominami, apellido que Marco agregó al de su padre biológico. Casado con la periodista y animadora de televisión chilena Karen Doggenweiler, con quien tiene dos hijas, le gusta definirse como un inconformista, es licenciado en filosofía y comparte la pasión política con producciones de cine y en diferentes medios.

—Tuvo una vida muy intensa. De todo lo que hizo, ¿qué es lo que mejor lo define?

—Soy un inconformista permanente. La paso mal todo el día revisando el porqué de las cosas, intelectualmente muy atormentado. Soy licenciado en filosofía, lo que es muy fascinante, pero te obliga a un tipo de lectura muy angustiosa. Heidegger no es un buen compañero.

—Mejor una revista de deporte, ¿no?

—Claro. Recuerdo un día en una clase que nos pusimos a dudar sobre si existíamos o no. Llegó un momento en el que ya se nos habían quemado las neuronas y cuatro horas después llegué a dudar de que yo existía.

—La rebeldía parece ser otra constante en su vida. 

—Soy como Schopenhauer. Él decía que todos los políticos tenían intereses materiales o personales. Yo desconfío profundamente de los políticos, pero profundamente. Y trato de que no desconfíen de mí, trato de transparentar mis intereses. Soy hijo y nieto de políticos. Los conozco mucho. Adoro a mi familia pero desconfío mucho de los políticos.

—¿No es un discurso peligroso? 

—No, que se entienda bien. No soy enemigo de los políticos. Los políticos por supuesto son muy necesarios, pero por eso desconfío mucho de sus discursos.

—En la Argentina se citan mucho las ventajas del modelo chileno por sobre el argentino.

—Discrepo; el modelo chileno se hizo con sangre. Las privatizaciones se hicieron en dictadura, la autonomía del Banco Central también. El modelo chileno no es tal. Chile es un país muy pobre, pero tampoco soy autoflagelante. Creo que Chile ha logrado muchas cosas. Somos un país civilizado, que tiene cultura, que tiene ambición, pero a la vez es un país muy injusto. Yo no creo en el modelo chileno.

—¿Que sería lo más rescatable?

—Chile tiene instituciones que son estables. El pueblo chileno es muy exigente con sus líderes y no acepta la imprudencia. En el lenguaje, en la actitud, hay que ser muy prudente en Chile. La imprudencia puede ser un verdadero problema; hay guerras que se han iniciado por la imprudencia de un líder. Tengo simpatía por otros líderes latinoamericanos, que aunque estén en la izquierda no puedo dejar de decir que no son muy prudentes. Se puede ser rebelde y muy prudente al mismo tiempo.

—¿Como llegó a ser candidato a presidente?

—En noviembre de 2008, muy preocupados por la posible derrota de la Concertación, los presidentes de partido acordaron que las primarias de abril del 2009 podrían considerar cualquier candidato que tuviese cinco diputados y 20 concejales. En enero presenté seis diputados y treinta concejales para competir en las primarias. A los pocos días cambiaron las reglas y dijeron que las primarias se harían solamente con los candidatos inscriptos por los partidos reconocidos, con lo cual dejaban afuera nuestra candidatura. Advertimos que no era correcto, pero finalmente volvieron a cambiar las reglas y ahí definieron que las primarias se harían solamente en dos regiones de las 16, las dos donde a la Democracia Cristiana le iba mejor. Como su terror de que perdiera el candidato de la Democracia Cristiana era altísimo, hicieron un tercer cambio de regla: que si el candidato ganaba por más del 20 por ciento de distancia no se haría ninguna primaria más. Ante ese bochorno de tres cambios de reglas, nosotros durante el verano recorrimos Chile sin que nadie se diera cuenta, con un solo mensaje: que queríamos competir, aunque fuéramos derrotados, pero derrotados en torno a ideas. Y de repente en el mes de mayo una encuesta demostró que esta candidatura, a la cual nadie le daba ningún crédito, que recorría Chile con una mochila, con conferencias ante estudiantes y profesores, marcaba el 10 por ciento de adhesión. Así nace mi candidatura y ésa es mi historia política.

—¿Cómo hizo para insertarse en un escenario que apuntaba a la polarización?

—Nosotros arrancamos nuestra campaña el 18 de enero. Éramos tres. Viajaba por Chile siendo candidato presidencial y no me recibía nadie, pero igual iba a las plazas y hablaba. Yo le decía a mi secretaria: “Arriéndeme un taxi gris que parezca un auto de comitiva, y arriéndeme un segundo taxi para que cuando llegue a las reuniones crean que ando en comitiva”. Así de precaria fue mi candidatura. Eso fue en enero, febrero, marzo, cuando ni mi propia madre creía en mi candidatura.

—¿En un momento pensó que podía ganarle a Eduardo Frei?

—Nosotros en octubre llegamos al 26 por ciento de los votos. Y ahí nos estacionamos. La presidenta Michelle Bachellet fue muy dura con nuestra candidatura. Permitió intervenciones desmedidas de sus ministros durante la campaña, cuando todas las encuestas también decían que la única candidatura que le ganaba a Piñera en segunda vuelta era la nuestra. Es más, la distancia entre Piñera y Frei se agrandaba, en cambio la nuestra no sólo se estrechaba sino que le ganábamos a Piñera. Yo partí mi campaña con mi padre y mi madre en contra. En la prensa, no en la casa, en la prensa. Partí con todo en contra hasta que se rindieron unos cuantos y se fueron sumando, pero igual no alcanzó.

—¿Cuáles fueron los errores que llevaron a la Concertación a perder el poder?

—Nadie en la Concertación entendió que las elecciones se hacen sobre el futuro y no sobre diagnósticos. (Eduardo) Frei, (Michelle) Bachellet, (Ricardo) Lagos se dedicaron a defender la obra, a la cual le reconozco muchísimos méritos pero la elección no era para dirimir si se hicieron bien las cosas o no. La elección era sobre el futuro. Piñera y yo hablábamos del futuro. Para decirlo con exageración: de 1.000 palabras 900 eran sobre el futuro y en el caso de Frei era a la inversa: 900 sobre el pasado y 100 sobre el futuro.

—¿Erraron el discurso?

—Chile después de 20 años ya estaba pidiendo reflexiones más complejas. Sobre temas en los que la Concertación poco y nada quería decir. No quiso decir nada porque su candidato tenía una biografía que no lo acompañaba: había sido presidente, enemigo del divorcio, adversario de la reforma de los derechos civiles, defensor de Pinochet en Londres, un conservador de tomo y lomo, un privatizador. Por eso era muy difícil que tuviera credibilidad para pronunciarse sobre los temas

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