Ciudad

Recorrida por la memoria

Comenzaron las visitas guiadas al ex Servicio de Informaciones. A partir de ahora, los 24 de cada mes, público en general podrá recorrer el ex centro clandestino de detención durante los años de plomo.

Por: Diego Montilla

La iniciativa surgió de la demanda de organismos de Derechos Humanos y fue aceptada por el Estado provincial. A partir de ayer, cuando se hizo por primera vez, todos los 24 de cada mes se hará una visita guiada por el ex centro clandestino de detención durante la última dictadura militar donde funcionaba el ex Servicio de Informaciones de Rosario, ubicado en intersección de las calles Dorrego y San Lorenzo, donde estuvo la Jefatura de Policía. Allí, militantes políticos y sindicales que fueron secuestrados en los años de plomo en el lugar recrean de manera precisa sus propias historias y las de cientos de compañeros entre las cuatro paredes de un edificio que es un emblema de los años más oscuros de la Argentina.

Parece increíble el detalle de que en un edificio enclavado en pleno centro, con autos y colectivos pasando a escasos metros, con gente caminando y desarrollando su vida normalmente, se haya torturado y mantenido secuestrado a cientos de personas –en su mayoría adolescentes–. Ahí, a metros de la más absoluta cotidianeidad.

“Los gritos de los chicos y las chicas los escuchaban acá enfrente, en todas esas casas. Que hayan usado este lugar en pleno centro de la ciudad tiene toda una simbología. Por un lado se buscaba sembrar el terror entre la población. Por el otro dejaba al descubierto la impunidad en la cual se manejaban”, cuenta Élida Luna, de Familiares de Detenidos-Desaparecidos.

Los carteles con las caras de muchos de los desaparecidos están apoyados contra las paredes en las distintas habitaciones. Observarlos tan jóvenes, en fotos en blanco y negro, y en ese ámbito, es apabullante. Un recordatorio de vidas cercenadas prematuramente pero que no serán devoradas por el olvido. Ángel Ruani y José Luis Berra son sobrevivientes de aquellos tiempos y se encargan de contar a los visitantes qué fue lo que vivieron en ese lugar.

Una a una se van recorriendo las distintas habitaciones. En una, a la derecha, estaba el lugar donde se torturaba a la mayoría de los detenidos. “Acá había una camilla donde te aplicaban la picana”, cuenta Berra señalando un rincón vacío. La imaginación toma vuelo a cada momento, recreando situaciones. A su lado, Ruani corrige: “Es importante aclarar que igual te torturaban en cualquier lado, sin distinción”.

Subiendo las escaleras, en un piso superior, estaba lo que los propios detenidos habían denominado como “La Favela”. La Favela es una habitación pequeña donde los sentaban esposados y con vendas en los ojos. “Subir acá significaba que quedabas aguardando un destino. Nos dormíamos sentados en el piso, así como estábamos”, recuerda Ruani. Hacinados, la espera al traslado de un nuevo lugar podía durar un día, una semana, tres semanas, o lo que dispusieran los militares.

Más abajo está el denominado “pozo”. Tanto Ruani como Berra no están de acuerdo con el uso de esa palabra. “Está instalado como que el pozo era el peor lugar de este edificio pero no era así. En realidad bajar las escaleras y acceder a este lugar significaba un paso a la legalidad. Acá ya no te torturaban más”, rememora Berra.

Una de las cosas más tremendas que recuerdan Berra y Ruani está en el piso superior y tiene como protagonista la sonoridad de la pinotea. “Cuando estabas en el subsuelo sabías que se habían frenado los tormentos pero escuchabas todo lo que pasaba arriba, en los pisos superiores. El golpe de los cuerpos contra los pisos de madera, el constante taconeo de las botas y los gritos. Escuchar los alaridos durante las torturas era tremendo. En realidad, se había detenido la tortura física pero no la psicológica”, destaca Ruani.

Afuera, el sonido de un colectivo recuerda que la vida sigue su curso normal, tal como sucedía hace 34 años, casi a la vista de todos.

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