País

El rock y los fierros

Pappo y el automovilismo

El próximo domingo se cumplirán 19 años de la muerte del legendario guitarrista argentino, quien supo definirse, además de rockero, como un fierrero


Alejandro Duchini

“Si yo fuera almacenero, mis canciones hablarían de salames, de mortadela, de quesos. Pero no, como me gusta el automovilismo mis canciones hablan de autos… Fierros, guitarras y mujeres bonitas, ¿para qué más?”, dice Pappo durante una entrevista en la que muestra su taller mecánico. Luego larga una carcajada. La nota puede verse en YouTube. Viene bien para recordarlo en estos días en que se cumplen 19 años de su muerte, el 25 de febrero de 2005 en Luján, provincia de Buenos Aires. Esa noche manejaba su Harley 1200 por la Ruta 5. Lo acompañaba su hijo, Luciano, quien iba en otra moto junto a su novia. Un rato antes habían cenado en una parrilla de la zona. Noche, alcohol y velocidad. Cóctel peligroso. ¿Hasta dónde forzar las cosas? ¿Cuál es el límite?

Pappo (Norberto Aníbal Napolitano, su nombre completo) tenía 55 años y estaba en un gran momento artístico. “Pero a los 55 años y a esa hora tenés que estar en tu casa cuidando a tus nietos o escuchando a los Rolling Stones”, me dice su amigo y también guitarrista Héctor Starc. Y lamenta: “Cada vez que salgo a andar con la moto pienso en que si este boludo se hubiese cuidado hoy estaría andando con nosotros y cagándose de risa”.

Fueron amigos de salidas a fines de los 60 o principios de los 70 por la avenida Juan B Justo, a la altura de La Paternal, el barrio de Buenos Aires en el que vivía Pappo y en el que había nacido el 10 de marzo de 1950. Otros refieren que su nacimiento fue en Santa Isabel, Provincia de Santa Fe. Aunque él mismo ponía en duda su origen. Sin embargo, en ese pueblo santafesino habían vivido sus padres y abuelos, según una investigación del periodista Santiago Balague que deja margen para la duda.

Aunque guitarrista -tal vez el más icónico del rock nacional-, Pappo se dedicó también al automovilismo. En la adolescencia, se juntaba con Héctor Lorenzo (Pomo, baterista de Los abuelos de la nada y después de Pappo’s Blues) para ensayar en un cuartito de la calle Artigas, en el barrio de Flores, y conversar de fierros y carreras. Empezó como aficionado, después como copiloto y por último como piloto. Primero el TC del Oeste y luego en la desaparecida Club Argentino de Pilotos. Eran los años 80, auge del rock nacional y de los excesos sobre y detrás de los escenarios. En los 90 compitió en distintas categorías, incluso internacionales. TC Pista, Supercart. Disfrutaba de la velocidad, sobre todo si era con un Chevrolet. “No me importa ganar, quiero sentir la velocidad”, se justificaba. Alguna vez se accidentó en la ruta yendo y viniendo entre pruebas clasificatorias y recitales. Su único podio fue por un tercer puesto en la categoría GTA, en el 2000, en La Pampa. Mantuvo buenas relaciones con corredores emblemáticos de los 80 y 90: Juan María Traverso, Ernesto Tito Bessone, Osvaldo Cocho López, Gustavo Der Ohanessian y Miguel Ángel Guerra. Pero su admirado era Carlos Reutemann. En su trayectoria llegó a competir con una carrocería Ford motorizada con Torino, con un Datsun 280, con una Nissan y con una coupé Chevrolet de TC 4000, entre otros.

Creció entre los fierros de la fábrica de calderas de su padre (Napolitano Hermanos), de quien tomaba “prestado” el auto y salía a dar vueltas por el barrio. Cuando llovía, le gustaba acelerar a fondo y patinar sobre los adoquines. Su anhelo era tener un karting a motor, pero sus padres nunca le dieron el gusto. De grande, se lo pudo comprar. Tuvo un Falcon gris con el que salía a buscar a sus amigos; entre ellos, el Flaco Spinetta. Consiguió un Dodge y otro Falcon, que volcó en la Avenida General Paz, que limita a la Ciudad de Buenos Aires de la Provincia. Enseguida sería el turno de los Chevrolet que tanto amaba. Llegó a hacerse una habitación en un colectivo Mercedes Benz. En los 90 la revista Gente le ofreció ser tapa de una edición especial. A cambio, no consiguió el dinero que pretendía pero al menos le dieron una coupé Fuego que nunca le gustó del todo.

Cuando Starc se quedó con la coupé Mercedes Benz V8 que había sido de Spinetta, Pappo se la quiso comprar. Pero no hubo caso. “Ese auto es de puto, comprate un auto de verdad, comprate un Chevy”, le chicaneaba. Llegó a tener un exclusivo Porsche 928 y al morirse tenía un Astra turbo diesel gris.

Starc se ríe al recordar aquella vez en que le señaló que su Harley perdía aceite. “La Harley no pierde aceite, marca su territorio”, le contestó.

En una entrevista que le hicieron para el programa Tiene la palabra (TN) se definió: “Yo no soy duro”. Y también: “Cada día que me levanto y respiro agradezco estar vivo”. Además contó que dejó de abusar del alcohol gracias a los consejos de B.B.King (“yo andaba con una botella de whisky en la mano todo el tiempo”) y que le dedicó su vida a la música. Sobre el automovilismo dijo que “es un hobby muy caro que sé que no me conviene porque me distrae de la música”.

De todas las frases originales que dijo Pappo, hay una que se me antoja más acorde a su espíritu de amante de los fierros. Es aquella en la que dice: “Hay una raza en este mundo que somos los músicos fierreros. Yo soy uno de ellos”.

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