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Reflexiones

Opción chavista: entregar a Maduro para quedarse

El Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela terminó anteayer de poner en negro sobre blanco la decisión del chavismo crepuscular: imposibilitado de dictar el curso de los acontecimientos, su estrategia es, como máximo, entregar la cabeza de Nicolás Maduro con tal de no perder los jirones de poder que le quedan.


El Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela terminó anteayer de poner en negro sobre blanco la decisión del chavismo crepuscular: imposibilitado de dictar el curso de los acontecimientos, su estrategia es, como máximo, entregar la cabeza de Nicolás Maduro con tal de no perder los jirones de poder que le quedan.

La presidenta del CNE, Tibisay Lucena, sugirió anteayer, por fin, la fecha en que la oposición de Venezuela podría poner en marcha la segunda fase del pedido de referendo revocatorio del mandato presidencial. Esto es, la recolección de firmas correspondientes al 20 por ciento del padrón: será a fines de octubre.

Pero el juego del gato y el ratón, que desde hace meses dilata todo el proceso al máximo de lo permitido por la ley y por sus lagunas, no terminará allí. Una vez que se complete, en sólo tres días, aquella tarea, el poder electoral se tomará “entre 28 y 29 días” para la verificación de las rúbricas. Y el referendo se realizaría en el plazo de los “90 días continuos siguientes”, blanqueó Lucena en un acto al que fueron invitados los principales referentes de los poderes del Estado, el alto mando militar y el cuerpo diplomático.

El chavismo no está en condiciones de impedir la realización de un referendo revocatorio, una de las disposiciones más interesantes de la Constitución Bolivariana de 1999. Por un lado, porque es su propia creación, a la que Hugo Chávez sobrevivió (y de la que salió fortalecido) en 2004. Por el otro, porque la realidad hace que esa sea hoy una salida intensamente deseada por una mayoría expresiva de una población agobiada.

Que quede el vice

La alternativa, entonces, es dilatar el proceso todo lo que sea posible. La Constitución establece que si la consulta se realiza en los dos años finales del mandato de seis, este sea completado por el vicepresidente, quien es nombrado directamente por el jefe de Estado.

La fecha de corte para el comienzo del último tercio del gobierno es el 10 de enero, y todo indica que la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no podrá forzar la votación antes de febrero o marzo.

El CNE ya había dado un indicio de sus intenciones (o las del chavismo, que es lo mismo) el lunes 1° de este mes, cuando dio por válidas las firmas recolectadas en la primera etapa (uno por ciento del padrón) y reconoció a la MUD como impulsora del proceso. Eso llevó a muchos observadores y medios de comunicación a hablar de un rotundo triunfo político de la oposición. Este diario fue más pesimista: la falta de una fecha para la fase dos, un anuncio que se esperaba ese día, señalaba una dilación y un bloqueo. Así fue.

Es evidente que perder un presidente pero no la presidencia sería un alivio para el chavismo. De eso dependen cargos (los “enchufados” que denuncia la oposición) y recursos para hacer política (sea lo que fuere que esto signifique). Lo mismo da que quien quede como rostro visible de un poder que va mucho más allá de su figura sea el desvencijado Maduro u otro dirigente. Es más, al gobierno eso le daría la posibilidad de deshacerse de un lastre, de renovar expectativas y, por qué no, de soñar con un relanzamiento.

Pero, para Venezuela, las consecuencias pueden ser peligrosas.

Los riesgos de la salida

La salida de Maduro, pero la permanencia del chavismo, podría llevar a la imposición definitiva del ala militar del régimen.

Además, supondría una triple anomalía. La de un gobierno que, apoderado del aparato del Estado, es capaz de manejar a su gusto los plazos para la realización de una consulta al pueblo. La de un poder que resiste, atrincherado, a pesar de haber perdido, acaso, dos tercios del apoyo que supo tener. Y la de una oposición en la que, como espejo de un oficialismo más agresivo, primarán los radicales, los promotores de una pueblada que fuerce el cambio.

Halcones y palomas

El principal impulsor del revocatorio es Henrique Capriles, un hombre que modificó la actitud que tuvo durante el golpe de 2002 a Chávez: hoy entiende que el cambio debe ser pacífico. No hay golpe de mano posible que no termine mal en un país estragado por la caída de la economía, la espiralización de los precios y el desabastecimiento agudo; en uno en el que el chavismo controla, pese a sus dramas, la Fuerza Armada Nacional (y Bolivariana, recordemos), el Poder Judicial, el Electoral y la gran mayoría de los estados y municipios.

Ahora, Capriles la pasará mal frente a quienes ya lo venían acusando sordamente de ingenuo o, peor, de entreguista.

Apostó a la vía electoral, pero el control de la Asamblea Nacional no le permitió a la MUD ni siquiera sacar de la cárcel a Leopoldo López y otros políticos presos, ya que el Supremo Tribunal de Justicia declaró inconstitucional la ley de amnistía.

No por nada el mismo Capriles salió anteayer a mostrarse como un duro. “Toda la intención ha sido tratar de desmoralizar. Sepan que nosotros mantenemos lo que hemos convocado para el 1º de septiembre: la toma de Caracas. Vamos a hacer valer nuestro derecho constitucional”, disparó.

El chavismo decidió obturar la política y poner a Venezuela en manos de los ultras de ambos bandos. ¿Puede terminar bien una aventura semejante?

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