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Nefertiti está bien y vive en Berlín

El célebre busto egipcio está en poder de Alemania desde que fue hallado, en 1912.

Hay peticiones que no pueden ser más inoportunas. Exactamente un día antes de que un grupo de saqueadores destruyera dos momias faraónicas en el Museo Egipcio de El Cairo, pasando con violencia por sobre la guardia de vecinos y Ejército, el gobierno de ese país había hecho un nuevo reclamo formal a Alemania, el más enérgico de todos, para que el Neues Museum de Berlín restituya a su país de origen el célebre busto de Nefertiti, una de las esculturas que más espléndidamente plasmaron en la antigüedad la belleza femenina.

Es poco probable que Occidente se atreva a decirlo con todas las letras, pero seguramente muchos habrán respirado con alivio el sábado pasado frente a la intransigencia alemana en esta pugna que ya lleva más de 80 años; incluso, los partidarios de que cada país debe recobrar lo que se produjo en su suelo y rechazan la idea del “patrimonio de la humanidad”. Por primera vez, quizá, la sombra de una duda habrá oscurecido su teoría.

El autor del reclamo al gobierno alemán fue el secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, Zahi Hawass, quien además propugna una ley para aplicar a las antigüedades egipcias las garantías que ofrece la legislación de propiedad intelectual y derechos de autor. El mismo Hawass, descorazonado, declaraba al día siguiente que “ciudadanos egipcios intentaron detener a los saqueadores y se les unió la Policía de turismo, pero algunos lograron ingresar desde arriba y destruyeron dos de las momias”.

El derecho de los países a reclamar la restitución de sus bienes culturales, sostenido en especial por la Unesco, cobró especial fuerza hace cuatro años, cuando algunos importantes museos del mundo iniciaron poco a poco la cesión de piezas a sus territorios de origen por “jus soli”, aunque sobre todo por el origen turbio, saqueo las más de las veces, mediante el cual esas obras desembarcaron en geografías más económicamente prósperas.

Latrocinio

Un caso especial, y sobre todo cuando de Alemania se habla, es el latrocinio que los nazis realizaron durante la Segunda Guerra Mundial, tanto a museos públicos como a personas e instituciones privadas.

Sin embargo, el caso de Nefertiti es diferente. Fue hallado por el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt en el sur de El Cairo en 1912 en una de sus excavaciones, origen al que se remitió la semana pasada el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit. Para Wowereit, que indudablemente adhiere al principio del “patrimonio de la humanidad”, ese busto no pertenece al “gobierno actual de Egipto”, sino que al datar del imperio egipcio de la Edad Antigua, la propiedad le corresponde a quien lo haya encontrado, según el convenio de exploración realizado en 1913. Hawass no comparte la misma idea, y dijo que el busto fue sacado de Egipto por Borchardt sin que el arqueólogo hubiera declarado nunca su auténtico valor. Hawass, poco tiempo atrás, logró que el Museo del Louvre de París restituyera cinco piezas a Egipto, provenientes de su enorme patrimonio de esa cultura.

El busto de Nefertiti, esposa real del faraón Akhenaton, “el hereje”, fue esculpido alrededor del año 1355 aC por un artista cuyo nombre la historia postula como Tut-Mose. Según algunos historiadores, se trata de la misma mujer cuyos restos pueden observarse en la tumba KV35 del Valle de los Reyes en pésimo estado de conservación (no sólo por la obra del tiempo, sino por los pocos cuidados puestos en su conservación, según denunciaron algunos observadores).

Para Alemania, el perfecto busto de la bella monarca, también llamada “la Mona Lisa de Amarna”, es berlinés sin discusión alguna. Después de haber sido admirado durante muchos años en el Museo Egipcio de Berlín, en 2009 regresó al Neues Museum tras su restauración. La ceremonia de traspaso, a la que asistió la canciller Angela Merkel, no fue muy distinta de la recepción a una celebridad mundial.

Los reclamos, con seguridad, volverán tan pronto como se normalice la situación en Egipto. Pero, hasta el momento, los admiradores del arte en el mundo se sienten aliviados de que Nefertiti no se haya subido al avión. Tan aliviados como si en 1945 las grandes obras del espíritu del hombre hubiesen estado lo más lejos posible de Berlín.

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