Ciudad

Mirada de viejo luchador

Luis de Rosa hace 78 años que forma parte de la historia del club El Luchador. Sentado en el patio de la institución que fundó junto a dos amigos, aclara porqué quiso la entrevista ahí: “No por mí, sino por el club”.

Por: Laura Hintze

“Si te encontrás con un club vacío, no sólo de infraestructura, sino también de contenido… ¿Cómo hacés para ver la esencia? Volvés a la fuente: los fundadores”, había dicho Matías en algún momento de la entrevista. Una de esas “fuentes” puede ser Luis de Rosa, que hace 78 años que forma parte de la historia del club El Luchador. Sentado en el patio de la institución que fundó junto a dos amigos, aclara porqué la entrevista es ahí: “No por mí, sino por el club”, dice. Después, como aclarando que el club es la gente, mira a todos los chicos que lo rodean. Pibes de no más de 30 años, una mezcla de El Luchador y El Federal, que se acercaron a escucharlo.

De Rosa habla sin apuros. Desde un principio aclara que es mejor ir lento, porque ya tiene “varios casilleros llenos en la cabeza”, pero no es necesario hacerle caso. Vestido de traje, con una colorida corbata italiana, Luis desborda de anécdotas, fechas, nombres y chistes. Tanto tiene para contar, que es imposible seguir el hilo de las preguntas. No parece de 94 años y justifica su lucidez de dos maneras: por la conciencia tranquila y el hecho de no usar medicamentos. “Para vivir mejor sólo hay que dejar lo negativo y promocionar lo positivo”, dice el papelito que sacó de su bolsillo.

— ¿Cómo llegó a “El  Luchador”?

—Mis viejos nos trajeron a Rosario, hace 81 años. Yo vivía en un pueblo muy pequeño y no había forma de sobrevivir ahí. Enseguida me hice amigo de los chicos, especialmente de uno, Melchor González, que es un fundador del club. Un amigo de él, que ya no estaba en el barrio, lo vino a buscar con la idea de fundar un club, ya venía con el nombre y con la bandera. Después me buscaron a mí, de 16 años, el tercer hombre que se enteró de esto. El club se iba a fundar el 24 de abril de 1932, pero resulta que no habíamos podido resolver algunos problemas de los muchachos, y entonces quedó pendiente para el domingo siguiente, que era el 1º de mayo. Ahí se hizo la primera asamblea, en la esquina, en la calle. Y éramos 30 personas más o menos, mujeres y hombres. Ahí se formó la primera comisión, sin presidente ni vice, ya que esa era una idea un poco de la gente mayor de los sindicatos… en ese tiempo sólo había un secretario general.

— ¿Y después cómo siguieron?

—En primer lugar hicimos un reglamento. Digo hicimos porque yo participé, a pesar de haber tenido 16 años. En el año 33 ya éramos todos menores de 20 años en la comisión. Y resolvimos un montón de problemas: fijábamos una meta y la cumplíamos. En el 38 hicimos el primer estatuto. En los 50 apareció uno nuevo, que no sabemos quién lo hizo ni por qué: era trucho. Entonces, 20 años después, hicimos uno verdadero, que duró hasta ahora, y se está por aprobar otro que ya está en Fiscalía. Vendría a ser la sexta reforma. Nunca nos quedamos quietos.

— ¿Con qué actividades arrancaron?

—Empezamos con el fútbol… Era lo que más convocaba y además no nos daba el cuero para otra cosa. Resulta que cuando vinieron las camisetas, las pelotas, el inflador, me lo tiraron todo a mí, que me haga cargo. Y yo era el menor, pero bueno, ¿qué iba a hacer? Me hice cargo, con tres más que estaban tirados sin hacer nada y me ayudaron. Teníamos 5ª y 6ª división, después la 4ª y más adelante la 4ª especial, que significaba la segunda de la primera división, o sea, la reserva. Con esto tuvimos problemas, cambiamos varios lugares porque no podíamos alquilar, era muy difícil. También, y desde el primer día, nos preocupamos por una biblioteca. Nosotros teníamos 20 libros al principio, estábamos muy contentos. La biblioteca creció siempre. Hubo comisiones de biblioteca que no la cuidaron como debían, pero con el tiempo fue creciendo, sobre todo a partir del año 1947.

— ¿Por qué una biblioteca?

—Queríamos aprender a leer. Yo no terminé la escuela primaria. Llegué a 4º grado y tenía horrores de ortografía…

— ¿Y la biblioteca los ayudó?

—¡Por supuesto!

— ¿Qué libros tenían al principio?

—Teníamos unos libros muy buenos, de ajedrez. Esos no salieron hasta que vinieron los ladrones. Y dejame pensar… teníamos textos escolares. Era sólo para los socios, pero a veces venía alguna madre o padre que los necesitaba y se los dábamos. Jamás fallaron esas personas. Nunca.

—Durante esos años, ¿qué significaba un club?

—Mucho. Nosotros nos juntábamos en las esquinas, una barra de muchachos que no tenía nada que hacer, no tenía a dónde ir porque no tenía ni una moneda… Entonces eso era el club. Mirá, en los años 40 había 700 clubes en Rosario. Ahora creo que hay 300, 360. En los últimos cuarenta años se fundieron 200 clubes, y no por los directivos… Alguno tal vez por los directivos, pero fue por los socios que no prestan atención. Por eso, eso de “no te metás” no sirvió ni sirve.

—¿Qué significó en su vida el club?

—Para mí significaba lo que para todos, aunque no todos hayan dado todo.

—Pero, ¿qué significaba para todos?

—Era una salida, porque al principio era un deporte, se venía a practicar. Después fuimos incorporando una biblioteca, la gente venía. Y significó liberarse un poco. Llenar un vacío que había. Siempre estuve en la vanguardia de todo esto. Cuando fundamos el club yo era el maestro, porque había ido hasta cuarto grado. Así era la cosa. También tuve la fortuna de no ser tímido nunca. Cuando iba a la escuela mis calificaciones eran diferentes a todas…

—¿Mejores o peores?

—Las peores.  Había un muchacho que adoptamos como secretario adjunto porque era muy prolijo. Nosotros le dábamos las notas y le decíamos: “Civilizame esto”,  y el pibe lo hacía. Y eso hacíamos. En vez de estar en la esquina estábamos ocupados en estas cosas.

— ¿Fue presidente del club alguna vez?

— Nunca. Fui cinco años secretario porque había que empezar de cero, había pasado dos veces “la inquisición”, llevándose libros, documentos, y entonces el más indicado parece que era yo. Eso sí: fui diez años presidente de la biblioteca. En estos últimos años el presidente ha adquirido relevancia, pero antes era un hombre de relaciones públicas, y eso era perder el tiempo.

— ¿Por qué el club se llamó El Luchador?

—No es como la gente cree, como algo de músculos. Eso ya está aclarado. Es un nombre que quiere promover el conocimiento, que ayuda a la gente, y que los invita a incorporarse en la institución.

—Cuando se empiezan a fundar los primeros clubes en el país eran un lugar de reunión y discusión de muchas ideas…

—Los primeros clubes, sí. En Rosario, a partir de principios del siglo pasado eran con nombres “Sol de Mayo”, “25 de Mayo”: después en los 20 están los “Sportivos…”, cosa de los italianos. Y en el año 28 comenzaron los sociales y deportivos. Nosotros fuimos unos de los primeros.

—¿Cómo fue mantener el club en épocas de dictaduras?

—Como era antes, sólo que algunos no podíamos estar en la Comisión Directiva. Nos calificaban de extremistas a todos. Yo fui apartidario toda mi vida. No apolítico. Hubo un tiempo en que  estuve en la lista negra, cuando me echaron de una empresa. La lista negra significaba que todas las empresas sabían que yo era un revolucionario, entonces no podía trabajar… pero a mí no me vencieron nunca. Jamás. En la última dictadura los partidos venían aquí a hacer las reuniones, hacíamos una comida, una cena. Y la regla era la siguiente: un solo discurso de 15 minutos. Y con eso tenían problemas: ¿quién hacía el discurso? Eso se peleaba mientras comían, y después tenían que acatar las reglas. Terminaba hablando “el del medio”, así que no decía gran cosa.

—¿Qué cambios ve entre el club que fundó usted y el de ahora?

—De los 80 para acá las comisiones han sido todas buenas. Que hayan tenido altos y bajos… eso pasa en todas partes y a toda hora. Por eso yo a esta comisión la felicito, hacía 30 o 40 años que estaba esperando una comisión de jóvenes.

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