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México, golpeado por el narcoterrorismo

El ataque contra un casino en la ciudad de Monterrey hizo saltar las alarmas ante el recrudecimiento del narcoterrorismo.

El brutal ataque contra un casino de ciudad de Monterrey, la capital financiera de México, hizo saltar las alarmas ante el recrudecimiento del narcoterrorismo en el país. “Es evidente que no enfrentamos a delincuentes comunes sino a verdaderos terroristas que han superado todos los límites”, afirmó el presidente Felipe Calderón ante la magnitud del atentado, por el que 52 civiles perdieron la vida.

En una acción nunca antes vista, un grupo armado llegó en varios automóviles a plena luz del día, bajó bidones con nafta y provocó un incendio en el local de entretenimientos. Las víctimas, entre ellas señoras de la alta sociedad de Monterrey, murieron calcinadas o asfixiadas, lo que agravó la tragedia.

De acuerdo con los medios locales, hace tiempo que las bandas criminales locales perpetran este tipo de actos (aunque hasta el momento nunca con estas consecuencias), y recordaron el lanzamiento de dos granadas en 2008 contra una multitud en la ciudad de Morelia (oeste) que causó ocho muertos y más de 130 heridos. Desde entonces, en el norte de México también se registraron varios autos bomba contra policías y medios de comunicación, un crudo número de ejecuciones indiscriminadas, masacres de inmigrantes y tiroteos en concentraciones civiles.

Al respecto, en el blog narcoviolencia.com se señala que la confluencia de los estados de Chihuahua, Sinaloa y Durango, conocida como El Triángulo Dorado, es el “narcoparaíso” del “Chapo” Guzmán, cabeza del cartel de Sinaloa, parcela fértil para el cultivo de marihuana y amapola y un corredor de droga hacia los Estados Unidos. En estos tres estados se registraron desde 2006 más de 20.000 ejecuciones. En total ya son 50.000 los muertos desde que Calderón decidiera combatir a los traficantes de estupefacientes con el Ejército. La cifra supera incluso a los muertos en otras zonas rojas del planeta, como Irak y Afganistán.

En el caso de Nuevo León, estado donde ocurrió el atentado de la semana pasada, los carteles del Golfo y Los Zetas mantienen una pelea constante por lograr el dominio de la región. Otras dos organizaciones que siguen en expansión son el cartel de Sinaloa y Los Zetas, mientras que otras agrupaciones continúan dividiéndose y ampliando la violencia. No hay espacios para todos, y sólo quedará el más fuerte.

Según escribió Javier Corral en La Vanguardia de México, el narcoterrorismo tuvo su pico en Colombia durante la década de los 80. El primer atentado con un coche bomba ocurrió el 13 de enero de 1988 en las inmediaciones de la casa de Pablo Escobar, entonces líder del cártel de Medellín. El ataque perpetrado por el rival cártel de Cali desató la furia de Escobar, quien respondió con más violencia: fueron detonados más de 200 explosivos en todo el país. El mayor atentado de esa escalada costó la vida de 91 personas. Fue la toma del Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985, en el que murieron 11 magistrados.

Este tipo de violencia apareció en México en junio de 1994, cuando el cártel de los hermanos Arellano Félix colocó un coche bomba enfrente del hotel Camino Real de Guadalajara, en el estado de Jalisco, con la finalidad de matar a su rival, Ismael El Mayo Zambada, aunque el artefacto detonó antes de tiempo. Hoy en día, Chihuahua es uno de los estados más castigados.

En su momento, “para frenar el baño de sangre las autoridades de Colombia plantearon esquemas de negociación con los capos, pero no en términos de una tregua, que significaría una brutal claudicación, ni mucho menos de una amnistía, porque representaría un reconocimiento político o ideológico a los que no son más que inescrupulosos delincuentes, ambiciosos asesinos”, afirmó Corral.

“No se librará la batalla contra el narcotráfico y sus bestiales crímenes si no se atacan las causas de fondo. La corrupción que la engendra no sólo es policial, sino eminentemente política; ésta tampoco se circunscribe al ámbito de las instituciones de la seguridad o la procuración de justicia. La corrupción en México parece la gran batalla perdida de nuestra transición democrática, porque atraviesa a los distintos niveles de gobierno y a los poderes de la unión. Se simula una cruzada contra ella, que en ninguna parte arroja una sola acción ejemplar”, criticó.

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