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Los tropiezos y las zancadillas en la Iglesia

Por: Carlos Duclos

Ya es demasiado, pero no es extraño. No es extraño que desde hace cierto tiempo la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fundada por Jesús y desvirtuada en su esencia por el Imperio Romano, ande a los tropiezos por las zancadillas de algunos de sus miembros. Mas sin embargo, no sería justo condenarla, porque ella no está constituida sólo por ciertos religiosos que la habitan y la maltratan. Hay también buena gente. Desde un punto de vista místico, bien puede decirse que podría no haber seres humanos en la Iglesia, pero aún ella seguiría siendo. Por extensión y siempre desde el mismo punto de enfoque, toda manifestación religiosa es manifestación de Dios y el hombre es prescindible. Cualquier religión es un puente tendido por la divinidad, puede no subirse nadie a el, pero ello no implica su ausencia.

Mas lo cierto es que ciertos hombres, fieles a la corrupción que arruinó la primer naturaleza, han azotado tanto a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que el Espíritu Santo estaría contrito de no ser que se sabía, desde la antigüedad, que estos escándalos habían de suceder. Y otra situación preocupante ha saltado a la luz en los últimos días. Varios obispos irlandeses han renunciado por ocultar, durante muchos años, los abusos sexuales a niños cometidos por sacerdotes. Silencio cómplice de estos prelados.

Ciertos conservadores de la Iglesia, al fin, han quedado en evidencia ¿Y los progresistas? ¡Pues que la pregunta la responda el ex obispo paraguayo y hoy presidente Lugo, tan pródigo en hijos como el supremo entrerriano! No es cuestión, como se puede ver, de corrientes de pensamientos, sino de naturaleza moral. Este es, en definitiva, el problema que acarrea la humanidad en diversos niveles de conducción. Están demás las ideologías sino hay sustento moral.

Lo que ocurre desde hace bastante tiempo en el seno de la Iglesia y con algunos sacerdotes es vergonzoso, se trata de una grave ofensa a su fundador, una afrenta a Dios. Algunos lectores de diarios europeos se han preguntado por estas horas: ¿cuántos casos más de corrupción se ocultan en todo el mundo dentro de la Iglesia? La pregunta puede ser calificada de tendenciosa, pero no deja de ser razonable.

¿Y todo por qué? Porque desde que a alguien se le ocurrió que el cura debía ser célibe, soltero, se multiplicaron los casos de corrupción sexual. Y si bien es cierto y es de estricta justicia advertir que estos casos pueden ser minoría, ello por sí sólo no alcanza para justificar nada. Lo cierto es que no se conocen sucesos por el estilo, al menos en esta cantidad, en otras religiones. Y es entonces cuando surge la pregunta, prudente, incluso de muchos católicos: ¿Hasta cuándo se mantendrá una institución que se defiende con el eufemismo de la entrega absoluta a Dios, cuando en realidad en ciertos casos no es más que el vehículo eficaz para rendir culto al demonio? ¿Hasta cuándo se mantendrá un celibato no pensado taxativamente por Jesús, no puesto en práctica por Pedro?

Pero como se decía al principio, todo esto no es extraño, fue anunciado en la antigüedad. Y lo que fue anunciado es que la Iglesia debía de soportar estos y muchos otros escándalos. Será cuestión de tiempo, no mucho tal vez, pero la Iglesia deberá sufrir su propia purificación y acaso deberá sacarse las secuelas del imperio que la salpicó quitándole la quintaesencia, esa que brilla en el apóstol Santiago.

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