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Ex soldado de Casilda revive drama de 1982

Por: Santiago Baraldi.- Un ex combatiente de Casilda recuerda imágenes de un infierno donde el adversario no era sólo inglés.

De chico, en su Casilda natal, jugaba a ser el sargento Sanders que interpretaba Vic Morrow en la serie americana “Combate”. Cuando a las 4.50 del 2 de mayo de 1982 la primera bomba inglesa cayó a metros de su trinchera supo que allí, en las islas Malvinas, no jugaría a los soldaditos. Alberto Fernández sintió temblar el piso cuando después de aquella primera bomba le siguieron una docena más, cuyas esquirlas dieron en un soldado que “debe haber sido el primero que murió en la guerra”. Estaba de guardia y observaba la luna por nubes y al cerrado silencio de la madrugada le siguió un sonido de motor de avión. “Creíamos que era uno de nuestros Hércules, pero no, las primeras bombas las descargaron sobre nuestra posición al lado de la pista de aterrizaje, su principal objetivo para que quede inutilizada, varios Pucará quedaron destruidos”, relata 30 años después Fernández, quien estuvo 72 días soportando el embate inglés y otros enemigos implacables: el hambre, el frío y sus superiores. Alberto Fernández es uno de los 36 ex combatientes que dio testimonio de vejámenes y maltratos recibido por sus superiores y declaró en Corrientes en el año 2007, ante la jueza Federal de Río Grande, Tierra del Fuego, Lilián Herraez, en el marco de una denuncia presentada por la Subsecretaría de Derechos Humanos de aquella provincia, con el acompañamiento del Centro y la Coordinadora Provincial de ex Combatientes.

Al pozo por querer comer

“Tuve una mochila muy pesada que cargar, un silencio y un dolor que me acompañó por años. Cuando en el año 2005 vi la película Iluminados por el Fuego me cayó la ficha. Me enteré de otros casos de maltratos y estacamientos. Ahí me contacté con otros muchachos y sabía que la mayoría eran de Corrientes y Chaco. Cuando se comenzó a organizar el tema de la denuncia, como era difícil que todos viajáramos a Río Grande —donde tienen jurisdicción las islas— la jueza se trasladó a Corrientes a escuchar los casos. Ahí me enteré de historias tremendas: un soldado chaqueño asesinado por un suboficial del Ejército u otro estaqueado un noche entera por matar una oveja, o los muchachos de origen judío tratados con desprecio …”, aporta Fernández.

El veterano hace una pausa y cuenta su propio padecimiento: “Cuando veníamos a Malvinas nos dijeron que era por una semana y que luego llegaría el relevo. Nos dieron una mochila como para una semana. La ropa que teníamos era la misma con la que estábamos en la Base Aérea de Palomar. El frío y el hambre se hacían insoportables. Teníamos el dato que junto al faro había un galponcito repleto de comida. En la trinchera resolvimos que iba a ser yo quien fuera en busca de algo. Eran las cuatro de la mañana y cuando entré a ese lugar repleto de comida, de latas y paquetes que nunca habíamos visto, tomé una lata de dulce de leche y una galletitas. Cuando me doy vuelta el alférez Foch carga la pistola y me la pone en la cabeza. Me empezó a decir que yo me estaba robando la comida que era para todos, me hizo sentir muy culpable…”.

“A las ocho de la mañana me viene a buscar, me ordena que agarre una pala y con total desprecio me insultaba y me llevó entre la trinchera y el mar, en la playa a cavar un pozo bien profundo. Cuando finalicé me sacó el casco, la pistola, el fusil y me dijo que me metiera adentro. Allí estuve desde las 8 de la mañana hasta el medio día del día siguiente. Me dijo: ‘si invaden los ingleses se defiende tirando piedras…’ Se me congelaron los pies, tuve principio de gangrena, estaba entumecido. Cuando salí de ese pozo ya no era el mismo soldado. Estaba deprimido y lleno de culpa. Eso debe haber sido el 9 o 10 de junio porque a los pocos días llegó la rendición”.

De colimba a soldado en tres meses

Por su número de sorteo, Fernández tuvo como destino la Fuerza Aérea. Estaba creído que el Aeropuerto de Fisherton no era tan lejos como para hacer la colimba, como a muchos de sus amigos. Sin embargo, el 6 de enero del 82 se presentó en la ex Rural de Rosario y “ahí nos dividieron, la mitad a Morón y la otra a Palomar, yo ni sabía dónde quedaba.”. El veterano rememora aquellos días y agrega que integró la Compañía de Policía Militar que custodiaba la Brigada y otro grupo integraba la Compañía de Defensa de la Base. “El 2 de abril había terminado la guardia a las 8 y nos enteramos que había algarabía. La Primera Brigada de Palomar es donde se encuentran los aviones Hércules de carga y transporte, además de los Boeing y Fokker. El 6 de abril estábamos viajando primero a Comodoro Rivadavia, donde estuvimos tres días con una durísima instrucción y de ahí a Malvinas. Fuimos de los primeros en llegar a las islas.

“A mí me gustó la idea de conocer, tenía 19 años recién cumplidos y lejos de saber los que nos podía pasar. Nos dieron una mochila como para ir una semana y nos dijeron que luego nos iban a relevar otros. Nosotros usábamos las ametralladoras MAG, —metralleta automática a gas— que eran muy pesadas y yo era uno de los apuntadores y debía cargarla. Yo estaba orgulloso de ir a Malvinas, ahora cuando uno es padre, con hijos de la edad que tenía cuando fui a Malvinas entiende el dolor y la angustia por la que pasaron ellos. Pero uno de chico jugó a la guerra, me crié viendo Combate y ¿quién no jugaba a ser Vic Morrow de pibe?”

La misión que tuvo el grupo que integraba Fernández fue custodiar el aeropuerto de Puerto Argentino, “porque el objetivo de los ingleses era inutilizar la pista. Pasaban los días hasta que nos dieron la ubicación definitiva que fue la cabecera de la pista hacia el este, donde está el cabo San Felipe y su faro, ahí muy cerca estábamos nosotros en las trincheras. Pasaron los días y el frío se hacía sentir. Nosotros habíamos llegado con la ropa que usábamos en la base de Palomar, es decir que no teníamos más abrigo. En Malvinas estuve 72 días y me bañé una sola vez”.

Un chocolate de compañero

El ex combatiente guardó con orgullo cartas familiares, correspondencia de chicos de un jardín de infantes de Quilmes y lo único que llegó a sus manos a manera de mimo fue un chocolate Godet con una etiqueta que decía Suerte, Verónica. “Lo guardé en el bolsillo de la chaqueta y me acompañó toda la guerra. Sabíamos por las cartas que la gente estaba con nosotros, que mandaban ropa y alimentos que a nosotros no nos llegaban. Cuando fue la rendición y entregamos las armas, vimos un galpón repleto de comida, intacta y nosotros pasando hambre. La desorganización fue absoluta.”

Alberto Fernández rescata un par de cosas que le dejó aquella experiencia de 72 días bajo fuego. Desde su posición en la trinchera, con sus largavistas, veía en el horizonte tres buques ingleses. “Nuestra misión fue soportar todo el bombardeo naval y aéreo. Era insoportable porque no teníamos con qué tirarles, la diferencia de distancia hacía que nuestras armas no llegaran. Sabíamos que era fin de semana porque ellos cobran doble esos días y el bombardeo era tremendo. Las trincheras se deshacían con los temblores. La turba es una mezcla de arena y barro, muy húmedo y se desgranaba permanentemente, buscábamos chapas o maderas para tratar de mantener las paredes. Si llovía se nos llenaban de agua que no desagitaba y había que hacer pozos nuevos…Todo muy complicado. Recuerdo ver esos tres buques que teníamos enfrente, era muy emocionante ver tres aviones Mirage  nuestros, volando rasantes sobre el agua y de repente elevarse sobre las naves inglesas, descargaban las bombas y se elevaban en abanico…al rato veíamos salir humo de eso barcos, sentíamos un orgullo tremendo de aquellos pilotos que se jugaban la vida”.

Himno inolvidable

Otro momento que subrayó Fernández como inolvidable fue la rendición. “Estábamos muy mal, ya era el 15 de junio por la mañana, luego de la capitulación, entregamos las armas y vemos llegar unos 15 barcos ingleses en la bahía de San Carlos, decenas de helicópteros que se posaban a nuestro lado y soldados ingleses que en minutos armaban carpas, cada uno con equipos de comunicación, muy organizados. Estábamos devastados, ellos ocupando todo. Nuestros suboficiales no sabían qué hacer. Ahí lo conocí a (Mohamed Alí) Seineldín. Nos ordenó que cantáramos el himno. Nos formamos y no lo cantamos, lo gritamos. El «oh juremos con gloria morir» de ese día será inolvidable para mí. Nosotros con el himno, ellos con las islas…”.

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