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Los jardines finales

Por: Ricardo Caronni desde Ginebra

Está el famoso jardín de los senderos que se bifurcan, esa especie de laberinto que fabricó Borges y que hoy se me antoja diferente. Como si en vez de bifurcarse un solo jardín, aparecieran múltiples jardines dispersos, inconexos, superpuestos, desordenadamente extendidos, sin límites claros, sin fronteras posibles y alcanzables. Y donde uno va de uno a otro buscando no se sabe qué, o donde todos vamos de unos jardines a otros, buscando cosas que sí sabemos que queremos encontrar y que encontramos y que una vez halladas nos conducen a otras y a otro terreno cada vez más inexplorado y más desconocido, de una manera compulsiva, con una inercia irrefrenable, y que una vez saciadas las búsquedas, siempre y cada vez, conducen a un inevitable vacío final, desde siempre estipulado.

Están también los jardines secretos, llenos de mentiras no confesadas, de pecadillos más o menos placenteros o repugnantes. Y también, los productos de nuestro jardín, como gustaba decir Voltaire cada vez que le preguntaban de dónde había sacado esas ideas. Elles viennent de mon jardin, provienen de mi jardín, argumentaba muy graciosamente.

¡Uauu! Me digo desde una veta irónica de mi temperamento. ¡Qué frases que te tiraste por la cabeza, mi amigo! Te las tenés merecidas por tanta ambición, por tantos deseos y proyectos puestos en marcha. El que mucho abarca poco aprieta y al final, se le desparrama todo con más el agregado de la fábula de la lechera y el cántaro, que tanto imaginaba obtener en canje de él y que termina distrayéndose en sus sueños y el cántaro se cae, se destroza y se pierde todo su contenido y con él, todos sus sueños e ilusiones.

¿Está bien o está mal que a uno se le desparramen los jardines y los cántaros? Yo siempre creí que está bien. Porque hagas lo que hagas con todos los jardines o cántaros –o lo que dejes de hacer porque sos un hombre austero– el jardín final con gusanos propios, te llega igual.

Vuelve esa veta de mi temperamento que llamé irónica: salvo que decidas de antemano –o que otros decidan por vos– que te hagan a la parrilla o marinado, digo, en el fondo del mar, por ejemplo.

Pero, caramba, basta de tremendismo macabro y volvamos a los múltiples jardines, ya que al igual que ustedes, estoy convencido de que, se trate de lo que se trate lo que hagamos o no hagamos, el jardín del final viene solo. Y no falta jamás a la cita.

Entonces, y aquí, prepárense, porque se vienen al hilo dos citas cultísimas, que le copio de la primera página de “El corazón del tártaro”, a la magnífica Rosa Montero.

“Ningún hombre pasa por la vida intacto y sin pagar”, dijo Esquilo.

Y la otra que equilibra –a mi parecer– a la anterior.

“Intenta aprovechar la gran fiesta de la vida junto a los otros hombres”. Esto lo dijo Epícteto.

Las dos citas confirman lo que solía decir siempre mi tía Eduviges –que falleció a los 105 años–, después de hojear a la Petrona C. de Gandulfo: para sabiduría y novedades, los clásicos.

¿Quo vadis? Es decir, ¿pa’ dónde vas m’hijito con tanta perorata?

Me tengo que mudar de departamento. Entonces con la mudanza, tengo mi casa hecha un desparramo. Miren si no hay jardines múltiples allí. Me faltan completar no sé cuántas carpetas de mi trabajo. Más dispersión de esfuerzo y más jardines. Un tipo me chocó el auto estacionado, lo perseguí, lo cerré y le saqué una foto con mi celular al paragolpe de él con rastros de la pintura de mi coche. Otro jardincito, ¿no? La moza del bar se ofreció de testigo porque lo vio cuando maniobraba y me chocó. Cuando hablo con el tipo me dice que no me preocupe que él estaba dispuesto a asumir sus responsabilidades y que no haga tanto lío que él tiene un amigo mecánico y chapista que me va a dejar el coche como nuevo. ¿No son mentiras aptas para jardines secretos las de este fugitivo? Le cito a Esquilo: “Ningún auto pasa por la vida intacto y no todos los fugitivos logran escaparse sin pagar”.

Consecuentemente le digo que después vemos lo de su amigo, pero que por el momento empecemos por que me firme primero la constatación de accidente. Lo hace, mientras la moza del bar me sonríe triunfal. Me digo para mí mismo, confiando en Epícteto: Intenta aprovechar la gran fiesta de la vida, junto a algunas mujeres simpáticas y honestas”.

Me hablan desde la Argentina que acaban de internar a mi madre de urgencia. Por suerte las llamadas siguientes me dicen que está estabilizada.

Ahí fue donde se me armó la verdadera mezcolanza de jardines y sentí la inmensa necesidad de escribir algo de mon jardin.

En vez de todo lo que precede, podría haber simplemente escrito: por favor, no te mueras mamá, aunque seas muy viejita. Pero esa frase sola creo que no la publicaría ningún diario. (*)

Por el momento estoy muy feliz, porque ese ávido e inevitable jardín del final, ese bárbaro territorio desconocido de siempre y para todos y de cada día, se ha quedado hoy, sin uno de sus potenciales visitantes.

Por el momento. Quiera Dios que las cosas continúen así.

(*) Y yo quiero que, mucha gente sepa que, jardín más, jardín menos, en el Pami 1, el de la calle Sarmiento y la cortada, hay gente que trabaja muy bien. Gracias a los telefonistas. Gracias a las enfermeras y a las señoras que cuidan enfermos. Sobre todo, muchas gracias, doctor García.

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