Espectáculos

Los civiles golpistas de siempre

En una reedición corregida y ampliada de su libro sobre la íntima vinculación entre la clase empresarial argentina y los militares golpistas del 76, Vicente Muleiro señala la correlación temporal de las políticas aplicadas por los grupos económicos concentrados.


ENSAYO/HISTORIA
1976: El golpe cívico; una historia del mal en la Argentina. Vicente Muleiro
Planeta / 2016. 480 páginas

Año tras año, las atrocidades cometidas por el gobierno de la última dictadura en la Argentina son presentadas desde algunos sectores como el accionar de un grupo de militares desbocados que, salidos de su cauce, provocaron terror, muerte, robos, violaciones entre la sociedad civil. En ese enfoque se había perdido la razón económica y cultural que había llevado a los militares a la Casa Rosada y sólo se atendían algunas cuestiones políticas. Sin embargo, muchos sectores reclamaron desde la época del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional que había razones económicas de peso que eran impulsadas por la clase empresarial argentina. Al igual que lo hicieron empresarios como Gustav Krupp, quien ayudado por los nazis se deshizo de los –para él– molestos sindicatos, muchos empresarios argentinos montaron una estrategia de largo alcance para manejar los hilos del poder.
En su libro 1976: el golpe cívico; una historia del mal en la Argentina, Vicente Muleiro rastrea hacia mediados del siglo XX el accionar ideológico de un grupo de jóvenes que posteriormente se volvieron empresarios o CEOs de empresas internacionales, quienes posteriormente delinearon la estrategia del macabro golpe de 1976, aunque habían tenido una activa participación en las asonadas previas. En sus inicios fue el Ateneo de la Juventud Democrática Argentina (Ajda), en los años 40, donde comenzó a destacarse el entonces joven Alfredo Martínez de Hoz. Luego se fueron adentrando en formaciones de perfil científico, se pusieron la ropa de economistas en organizaciones como la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (Fiel), entre otras, mientras iban tejiendo alianzas con empresas norteamericanas. Hasta que en los 70 lograron articular un frente con los militares adeptos e instituciones empresarias, como la Asamblea Permanente de Asociaciones Empresarias (Apege), y diseñaron la política económica para la dictadura. A cinco años de su lanzamiento y con una nueva edición aumentada y corregida, el texto de Muleiro se convierte en un material necesario para quienes quieren construir una Argentina hacia el futuro sin tapar el pasado. En esta entrevista analiza el impacto de su libro y las características del empresariado criollo.
—¿Cómo influyó la aparición del libro en los procesos judiciales a civiles que participaron de la última dictadura cívico-militar?
—Una fiscalía federal hizo una causa de valor testimonial enteramente respaldada en el libro, sólo tuve que ir a ratificar lo escrito. También fui citado en causas como la de Carlos Pedro Blaquier, que marcha hacia su parálisis. Sé que está como material de apoyo en otras denuncias y me parece fundamental que desde el periodismo de investigación se contribuya con la Justicia. Hay casos en los que los investigadores judiciales avanzaron lo escrito y consiguieron pruebas concretas sobre que yo no había podido documentar a fondo. Todo el ámbito de los derechos humanos está comprometido con esta gestión que cierra espacios y da un gran permiso tácito a la Justicia para que cierre causas.
—La clase empresarial argentina, ¿tiene vocación golpista?
—La clase empresarial argentina es camaleónica y fue golpista cada vez que el escenario lo requería. El apoyo de la Apege al golpe videlista fue expreso, hasta tal punto que una vez cumplida la misión la entidad se disolvió. Hasta con la reciente ley Antidespidos vemos cómo la desvaída clase empresarial argentina prefiere aliarse aún con quienes tienen controversias y perjudican sus intereses. A la hora de jugar fuerte la clase empresarial juega por derecha y el golpismo está históricamente en su menú.
—Ese grupo que se inició en los 40, liderado por Martínez de Hoz, ¿tuvo su recambio posterior?, ¿quién lo encarna actualmente?
—El grupo que tiene su origen ante el desconcierto que les generó la aparición del fenómeno peronista aportó funcionarios treintañeros en el 55. De ese grupo salieron ministros, sobre todo en el área económica aunque también en otras áreas, y que participaron en la seguidilla golpista de los 60. Con las sienes plateadas ascendieron al podio con el videlismo y finalmente se reciclaron en la democracia ocupando cargos en el “menem-delarruismo”. Hoy están apoyando a Mauricio Macri, desde las estructuras políticas que les quedan, como los restos de la Unión del Centro Democrático (Ucedé), del Partido Federal, del Partido Demócrata, de los partidos provinciales y del radicalismo rancio. La secta de los CEOs empresarios es una continuidad con notorios puntos de contacto y ciertas diferencias, pero ahí están.
—¿Existe una correlación de este grupo con los economistas neoconservadores como Milton Friedman?
—La correlación es evidente, son adaptaciones dinámicas del conservadorismo más rancio. Tienen máscaras de actualización y modernización, pero la matriz es añeja: es correcto hablar de restauración conservadora.
—¿Qué medidas económicas tomadas durante la dictadura se repitieron en democracia y en qué período?
—Hay algunas constantes en las restauraciones conservadoras que siempre se cumplen como el salto del dólar; alineamiento acrítico ante las grandes potencias; política de endeudamiento; depreciación del valor del trabajo vía devaluación, pérdida del ingreso popular, inflación y desocupación. Todo esto lo sufrimos ya en la vida cotidiana.

“Modernizar”, eufemismo para traspaso de recursos

En 1976. El golpe civil, Muleiro presenta la historia de los empresarios que forjaron el último golpe militar desde sus orígenes, sus internas y el aprovechamiento del poder para hacer negocios. Uno en particular aparece como el modus operandi de una clase que se vuelve histérica cuando se hace alguna concesión hacia los sectores más postergados de la sociedad y a la vez es rapaz cuando toma el control total del poder. Por ejemplo, el autor destaca la experiencia del empresario Carlos Pedro Blaquier, uno de los más ricos de la Argentina y dueño de la empresa Ledesma, quien utilizó el mascarón de proa del gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía para quedarse con el monopolio de la producción azucarera, arrasar con los pequeños productores y producir una catástrofe demográfica en Tucumán. En esa época, los gurúes económicos que despuntaban en la escena, tales como Álvaro Alsogaray, Roberto Alemann o Adalbert Krieger Vasena (mentores de Domingo Cavallo y Alfonso Prat Gay, entre otros) hablaban de “modernizar” la economía, mientras lo que consiguieron fue hacer un traspaso de recursos de los sectores bajos y medios hacia los más altos de la sociedad. En 1975, Blaquier llevó a cabo lo que se conoció como “La noche del apagón”, donde en el pueblo Libertador San Martín, ubicado en los dominios de la empresa Ledesma, la Policía secuestró al intendente comunal y a varias personas más, además de intervenir el sindicato de cañeros y su obra social. El objetivo fue terminar con las demandas obreras y los escasos beneficios que habían logrado. Coherentemente, en 2009, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires designó a Nelly Arrieta de Blaquier como embajadora cultural porteña.

Escritor y periodista

Vicente Muleiro es escritor y periodista. Publicó libros de poesía y como novelista editó Quedarse con la dama (1994), Sangre de cualquier grupo (1996), Cuando vayas a decir que soy un tonto (2004, finalista del Premio Planeta 2003), y La balada de asador (2006). Es coautor del ensayo periodístico El Dictador (2001, junto con María Seoane). Como dramaturgo estrenó Vidé/La cinta fija ( 2009), el Ciclo de Teatro Leído del Bicentenario (2010) y Los fantasmas de la patria (2011). Compiló y prologó las obras de los poetas Roque Dalton y Antonio Gamoneda. También publicó la antología de cuentos de boxeo De puño y letras (2001). Fue premiado por la Fundación Antorchas, el Fondo Nacional de las Artes y la Secretaría de Cultura de Buenos Aires, entre otras instituciones y recibió el premio de Periodismo Rey de España en 1998.

 

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