En torno del año 1000 de la era cristiana, en la actual Francia, se produjo un movimiento popular de gigantesca dimensión. La gente, principalmente la de los sectores populares, comenzó a creer que los reyes de Francia tenían poderes curativos. Los llamados Reyes Taumaturgos debían imponer sus manos sobre los enfermos, pero la gente también se desesperaba por tocarlos. El gran historiador Marc Bloch demostró, sin embargo, que esa gran movilización estaba formada en base a rumores, similares a las actuales “fake news” (noticias falsas) del presente, que formaron parte de la cultura popular francesa del Medioevo y que, incluso, lograron cimentar la base de poder y la estructura de la monarquía. Posteriormente, Carlo Ginzburg, uno de los pioneros más emblemáticos de la Microhistoria, retomó la cuestión e indagó si es posible conocer el pensamiento, las ideas y convicciones de las clases más bajas de la sociedad a lo largo de la historia y en el presente. Ginzburg estuvo de visita en Rosario, donde recibió el título de doctor Honoris Causa, de parte del Doctorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Arte de la UNR. En ese marco, el autor de El queso y los gusanos brindó una conferencia y un seminario llamado Historia, verdad, fake news: una discusión sobre el oficio del historiador, hoy, donde además presentó sus libros Cinco reflexiones sobre Marc Bloch, y Tentativas. En diálogo con este diario el italiano analizó algunos aspectos de la cultura en la sociedad actual, además de brindar algunas opiniones sobre el oficio del historiador y mostrar su preocupación por las “noticias falsas”.
Noticias falsas
“En el caso de Donald Trump, ya se sabe que su elección estuvo condicionada seriamente por las «fake news». La cuestión es que no es posible controlar esto. En el caso de Jair Bolsonaro no tengo información sobre si está pasando lo mismo. Ante esto, es necesario analizar las distintas especificidades del tema”, explicó Ginzburg sobre si las “fake news” condicionaban el voto en Estados Unidos y en Brasil, y qué peligros representan para la sociedad actual. Sumado a esto, y ante la preocupación de que la llamada pos-verdad ocupe el lugar de la racionalidad en las ciencias sociales, Guinzburg opinó que nunca la racionalidad tuvo el monopolio del conocimiento. “Este monopolio no existió nunca… Este monopolio no existió nunca pero yo lo veo desde una posición preocupante”, explicó el historiador, alarmado ante la posibilidad de una “forma de pensamiento único”.
El problema de las fuentes
“La asimetría de la producción de fuentes, refleja la asimetría de la relación de fuerzas de la sociedad. Esto está claro y no debemos olvidarlo”, afirmó Ginzburg sobre de qué forma inciden los discursos en los sectores populares, en cómo reciben la información y la procesan para actuar, y aclaró: “Hay una expresión masse mute, y “mute” entre comillas en el sentido de cómo hablan y actúan. Pero la posibilidad de testimonio de parte de los sectores bajos de la sociedad es difícil en la circunstancia de la relación de fuerzas en la que está inmersa”. Señaló también cómo se comportan las sociedades frente a novedades y relatos que tienen influencia mundial, como la noticia de la Revolución Rusa, que implicó repercusiones planetarias como el Bienio rojo o el ciclo de huelgas en nuestro país entre 1917 y 1921. El historiador explicó: “Me di cuenta hace tiempo atrás que el archivo de la Inquisición contenía unas fuentes extraordinarias. No todas, pero como fuente en muchos de sus documentos encontramos gente que habla en un modo de constricción impuesta donde era registrado lo que decían. Con distorsiones, es cierto. En el proceso criminal durante 1800 y 1900 –naturalmente son fuentes distintas de país a país–, no sé si las respuestas de los imputados son registradas de la misma manera. Sin embargo, son fuentes parangonables entre ellas. La primera fuente a la que me tendría que dirigir sería la de los procesos judiciales. Porque, incluso, son las que siempre se conservan. Hay que recordar también que las respuestas están transcriptas. Ahora bien, en el hecho de cómo leer estos testimonios, regresamos al punto de partida. El problema de la constricción existe. Las personas hablan en un lenguaje que no es el usual pero es una fuente importante”. El problema entonces es cómo leer esas fuentes, un tema también analizado en su libro El juez y el historiador, en el que indaga en el caso de su amigo Adriano Sofri, acusado de ser autor intelectual en un atentado en los 70. En este texto, el autor se cuestiona cómo leer los relatos de un juicio pero también de qué manera cuestiona y pregunta un juez, qué comprende de lo que expresa el acusado, sumado a qué es lo que pretende decir éste último.
De qué habla la Microhistoria
“La historia social es un término amplio y vago. Uno puede decir la sociedad existe, las ciencias sociales existen y hay un gran espacio para trabajar en la historia social. El problema después es ir a ver la etiqueta y ver qué cosa se hace en concreto. Yo soy indiferente a la etiqueta incluso a la etiqueta de la microhistoria”, enfatizó Ginzburg. En el siglo XX surgió y se impuso la historia social, una forma de estudiar el pasado que pretendía alejarse del simple relato de vidas de gente importante y de enumeración de fechas. Este tipo de historia abordaba la economía y la sociedad a partir de la posibilidad de cuantificar enormes cantidades de datos. La lógica era que, para dar cuenta de una sociedad pasada, lo mejor era demostrar su situación con la mayor cantidad de datos y documentos. Por su parte, Carlo Guinzburg innovó con el estudio de un solo caso, el de un molinero friulano que fue sentenciado por la Inquisición y, cuyo texto, acaba de servir de guión para una película recientemente estrenada, Menochio. En el siglo XVI, un hombre de un pequeño poblado del norte de Italia tenía una llamativa versión del Génesis de la Biblia y de la figura de Cristo. Su forma de hablar lo condujo a la hoguera. Su juicio permaneció en el archivo de la Iglesia Católica hasta que Ginzburg lo descubrió y lo hizo libro, al que tituló El queso y los gusanos. El texto, que ya tiene 41 años de publicado, es una muestra que refleja que no es necesario contar con una innumerable cantidad de datos, sino que un caso, “extremo”, como le gustó subrayar a Ginzburg, tiene mucho que decir sobre el periodo histórico y sobre cómo pensaban los sectores populares de inicios de la Edad Moderna. Esa operación de escritura histórica tomó relevancia y fue denominada Microhistoria, sin embargo, para Ginzburg no es más que “una etiqueta”. “Es una etiqueta y es necesario ver qué cosa se hace con las fuentes halladas”, explicó el historiador.
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