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68 Modelo para recordar

Por Rubén Alejandro Fraga.- Este mes se cumplen 45 años de los efervescentes días del Mayo Francés, símbolo máximo de la rebelde década de 1960.


rubenCharles de Gaulle, una de las figuras más destacadas de la Segunda Guerra Mundial y héroe de la resistencia francesa contra el dominio nazi, había declarado una vez: “Yo soy Francia”.

Sin embargo, como presidente galo al cabo de los años comenzó a descuidar los asuntos nacionales y a comienzos de 1968 su paternalismo ya había pasado de moda.

En mayo de ese año, la policía de Nanterre, próxima a París, violó la autonomía universitaria y puso punto final a una huelga de estudiantes de sociología que protestaban contra las instalaciones y los planes de estudios anticuados.

La protesta se extendió a la Sorbona y de allí a las calles de París. Con ladrillos y barricadas, 30.000 miembros de la Nueva Izquierda se enfrentaron con 50.000 policías.

Los sucesos sorprendieron al gobierno. De Gaulle y su primer ministro, Georges Pompidou, estaban fuera del país y su respuesta fue vacilante, oscilando entre una postura conciliadora y la feroz represión.

Ante ello, obreros simpatizantes del movimiento rebelde tomaron las fábricas en todo el país. Muchos franceses pensaron que era el fin de la civilización.

En los últimos días de mayo, el dirigente socialista François Mitterrand declaró que estaba preparado para suceder al general De Gaulle.

El 30 de mayo, miles de personas ocuparon los Campos Elíseos en apoyo de De Gaulle, manifestando que habían sufrido ya suficiente “chienlit” –vocablo creado por De Gaulle, que significaba en forma peyorativa “desorden”–.

Finalmente, tras semanas de silencio, De Gaulle concedió aumentos de sueldo a los obreros, disolvió la Asamblea Nacional y amenazó con emplear el ejército. Se restableció el orden y las elecciones de junio de ese año revelaron una reacción progaullista.

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Sin embargo, el presidente sobrevaloró su fuerza al jurar que renunciaría a menos que los votantes aprobaran en un referendum un proyecto de reorganización gubernamental. Sus propuestas fueron rechazadas y el 28 de abril de 1969 renunció.

Había finalizado la era De Gaulle en Francia.

Paralelamente, en estos arrabales del mundo y también a partir de revueltas estudiantiles en Corrientes, Rosario y Córdoba, comenzaba el ocaso de otra era, mucho menos gloriosa por cierto: la del dictador Juan Carlos Onganía, quien había tomado por asalto el poder al derrocar en 1966 al presidente radical Arturo Umberto Illia.

Beatriz Sarlo escribió: “Las fotos de la insurrección parisina del 68 se sobreimprimen con las fotos del Cordobazo, que sucedió en la Argentina exactamente un año después. En ambos recuerdos, la gente es muy joven y está en la actitud de arrojar algo a la policía o a un edificio cercano. Las fotos tienen mucho humo y las imágenes están algo borrosas, porque se trata siempre de personas en movimiento, gesticulando, saltando o corriendo”.

Para la socióloga, las consignas del Mayo Francés han alcanzado una clasicidad incomparable: “Traducidas a todas las lenguas, mantienen hasta hoy su potencia sugestiva como condensación poética del deseo revolucionario, y tienen un aire de familia con el rechazo absoluto que luego formará parte de otras tribus de la cultura juvenil”.

Y un periodista francés llegó a definir la revuelta de mayo como “un largo poema político escrito sobre los muros de la Sorbona y las demás facultades”.

“Paren el mundo que me quiero bajar”, “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”, “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”, “Están comprando tu felicidad. Róbala”, “Si tienes el corazón a la izquierda no tengas la cartera a la derecha”. Las consignas de los graffitis, que Julio Cortázar iba registrando en una pequeña libreta mientras apuraba el paso por la rue Jacob, eran más de 50 y brotaban de las paredes en aquel mayo parisino de 1968.

Cortázar murió en 1984, con todas las utopías intactas. Al partir, el autor de 62 Modelo para armar seguramente se llevó consigo las frases garabateadas en aquella libreta en pleno mayo francés. Al decir de Tomás Eloy Martínez, sus célebres últimas palabras, “Denme un calmante”, parecen un resumen de aquel rebelde y lejano 1968, cuando cada ser humano creía llevar en sí la sed y el dolor de toda la especie.

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