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Educación

“La previa”, el tránsito a ser adulto entre contención y represión

Celebrar el “último primer día de clases” se instaló como modelo cultural. Entender su dinámica es clave para adoptar políticas.


La prensa suele hacerse eco en estos días de inicio de clases, de “la previa”, una celebración instalada en el país que involucra a estudiantes secundarios del último año.

La de comienzo de ciclo se denomina “último primer día” y la de fin de año se la conoce como “banderazo”. Son encuentros donde los jóvenes se convocan la noche anterior en casas particulares o en bares para festejar el último año escolar.

Estas fiestas se caracterizan por el uso de cotillón, pirotecnia, cantos y bailes y, según el grado de transgresión, puede incluir alcohol. Con las primeras luces del amanecer los jóvenes van a la escuela, generalmente disfrazados, para comenzar su último primer día de clases.

A pesar de la mirada negativa que estos eventos tienen en la comunidad, son puntuales los festejos que terminan en escándalo, más allá de la pirotecnia, que suele ser el elemento por el que más se quejan los vecinos. Este año la polémica se activó por un conflicto en una escuela de Fisherton que involucró a estudiantes, padres y alumnos.

“La previa” de los colegios secundarios se ha transformado en un modelo cultural que se instaló en la subjetividad colectiva de los estudiantes. En este contexto, es tiempo de comenzar a entender su dinámica para poder analizarla a luz de su complejidad social, y no caer en la mirada superficial con la que muchas veces se abordan los temas vinculados con los jóvenes. Lo único que suma el análisis sesgado de la realidad a un tema complejo es mezquindad, e instala un viejo discurso que estigmatiza a los jóvenes como peligrosos subversores de la paz social.

“La previa” debe entenderse enmarcada en el momento histórico social por el que están trascurriendo los jóvenes, que no es más que el reflejo social de los adultos. En este sentido, hablar de los jóvenes es visualizar cómo los adultos han ejercido la tarea educadora sobre ellos. No sólo los padres ejercen esa acción pedagoga, sino también los mayores que los circundan

El reduccionismo que considera a las familias como únicas responsables de la crianza de los hijos desconoce que son determinadas socialmente, donde cada comunidad genera los núcleos familiares que necesita para su desarrollo económico, político, institucional, etcétera.

El psicoanalista y sociólogo Erik Erikson sostiene que los jóvenes logran su autonomía luego de pasar por un largo período de dependencia de los adultos y la forma en que resuelva esta situación determinará el grado de salud mental; no sólo individual, sino también colectiva. En otras palabras, en este período, son los adultos configurados socialmente los que moldean el mundo interno de los menores.

“La lucha entre lo nuevo y lo viejo –dice la psicóloga Ana Quiroga– adquiere en el adolescente una cruel intensidad: la duda profunda, las actividades compulsivas y hasta el apartamiento psicótico deben a veces reafirmar en el adolescente solitario la omnipotencia de sus antiguas identificaciones o ayudarlo a abandonarlas bruscamente. En este particular momento del desarrollo, la sociedad se introduce en su vida exigiéndole la asunción de roles nuevos que son vividos por el adolescente como una situación de cambio”.

Los festejos de “la previa” se encuadran en el cierre de un ciclo que va más allá de la escolaridad, y se instala en un plano biológico. El paso de la adolescencia a la adultez queda claramente expresado en la finalización del secundario y el ingreso a otro nivel de educación o al mundo del trabajo.

La ruptura y el cambio se expresan también en la pérdida del grupo de pertenencia, que en algunos casos puede llegar a 15 años entre primaria y secundaria, y la necesidad de conformar nuevos espacios de copresencia con otros pares.

La doctora Liliana Moneta, presidenta de Psiquiatría Infanto Juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, dice que este tipo de celebraciones “muchas veces responde a un ritual del pasaje a la adultez” y sostiene que “son momentos de liberación, porque la salida del secundario es una etapa muy conflictiva para el chico”.

En este escenario de pérdidas y rupturas, las escuelas, como instituciones que no sólo educan en contenidos sino también en valores, deberían facilitar espacios de contención y convivencia para que los festejos se puedan realizar dentro de límites “socialmente tolerables”. Muchas lo realizan con muy buenos resultados. Son las escuelas que sostienen su estrategia con acuerdos y no con medidas coercitivas.

“La educación –dice Freire– es un acto de amor, un acto de valor. No puede temer el debate, el análisis de la realidad; no puede huir de la discusión creadora, bajo pena de ser una farsa. La paz hay que crearla superando las realidades sociales que generan sufrimiento. Sólo en la resignificación de los inmutables preceptos de ejercicio de la autoridad lograremos formar hombres democráticos que intenten resolver los problemas en diálogo, y no con sanciones coactivas y posicionamientos hostiles”.

Desde otra mirada, algunos sostienen que es con la coacción directa a los alumnos o a sus padres como se mantendrá la “paz social”. Tal es el caso, de una ordenanza de la ciudad de Casilda, que sanciona a “padres, tutores, curadores y guardadores de menores de 18 años que se encuentren en estado de ebriedad, produzcan desórdenes y destrozos en la vía pública y/o lugares de acceso al público o se encuentren en lugares y/u horarios no permitidos”.

En sintonía, un concejal de Rosario plantea que se debe penalizar estos hechos, y una manera de hacerlo es responsabilizando a los padres o encargados de los menores que participen en desórdenes en lugares públicos, en estado de ebriedad. El edil propicia la modificación del Código de Faltas, para que se sancione a padres e hijos con trabajo comunitario y asistencia a talleres de conciencia educativa.

Pero el legislador local va más allá y sostiene la necesidad de penalizar a “propietarios, moradores, inquilinos y/o ocupantes de las fincas particulares en las que se realicen reuniones de menores de 18 años y se les facilite el ámbito para la ingesta de bebidas alcohólicas, siempre que los menores transiten o se les encuentre alcoholizados en la vía pública u otros lugares públicos y protagonicen incidentes o desmanes”.

Las teorías represivas, aunque a simple vista parezcan la solución a todas las problemáticas sociales, nunca han dado buenos resultados. No se trata de reprimir para poner límites, se trata de educar en libertad, con autoestima, aceptación y amor. La antropóloga Margaret Mead sostiene: “Educar no es imponer nada a nadie, sino ayudar a ser persona, a formar el carácter y su personalidad para respetar la originalidad, unicidad e irrepetibilidad del ser humano, para posibilitar su desarrollo y su perfeccionamiento. Se trata de un proceso interno personal que nadie puede asumir por otro”.

“La previa” es una realidad instalada en los jóvenes argentinos; es necesario entenderla en su complejidad para encauzarla en un verdadero festejo. Lejos del acoso institucional, el posicionamiento conciliador y comprensivo de los adultos podría ser la llave que destrabe cualquier hecho de violencia.

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