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La nena ciega que quiso y pudo

Por: Carlos Duclos

¿Qué le es posible al ser humano? Casi todo. Todas las versiones de los evangelistas coinciden en señalar que, al hablar de la fe, Jesús no dejó lugar a dudas sobre el tremendo poder de esta energía. Entre tantas alusiones en ese sentido, la más conocida es ésa que dice: “Si tuvieras fe como un grano de mostaza le dirías a este monte desarráigate y plántate en el mar y os obedecería”. ¿A cuál monte, a cuál montaña, se refería el fundador del cristianismo? A ésa que se erige en nuestro rededor, que casi siempre es de carácter abstracto, intangible, invisible, pero que tantos males ocasiona al ser humano.

Esa montaña empinada, que cuesta subir, cuya cima, por momentos, supone un logro difícil de alcanzar. Ayer, en esta misma columna, al hablar de los cambios que necesariamente debe realizar el ser humano para mejorar como tal en el tránsito por este mundo, se expresaba algo muy cierto respecto de gente adulta que sabe de sus errores, pero que es reticente a erradicarlos: “Si no cambié hasta ahora, si no lo hice cuando era joven, ya no cambio más”. Todas estas aseveraciones –dijo la autora de la columna de ayer– son grandes mentiras que en realidad esconden una gran verdad: “Se puede, pero no se quiere”. Nada más cierto.

Siendo el ser humano parte de la creación y estando esta sujeta a permanentes cambios, la transformación para la evolución, para el crecimiento espiritual, es una condición natural en el hombre. Podría decirse que la modificación de la circunstancia para el bien de uno mismo y del resto, es una acción prioritaria y fundamental en la existencia humana, es su sesgo característico.

El cambio para superar una crisis, un problema, o simplemente la transformación para mejorar supone, desde luego, un esfuerzo y el sostenimiento vigoroso de tres virtudes: fe, esperanza y amor. Ayer los medios del país publicaron esta noticia bellísima, entre tantas nefastas: “La voluntad y el coraje que demostró a lo largo de seis años, María Rosario Bosch, de 11 años, tuvieron su premio mayor ayer cuando recibió la bandera de ceremonias de la humilde escuela 528, en el barrio Belgrano de Posadas. La historia parece una de las tantas que se vive en cada escuela al cierre del año escolar. Pero ésta es distinta, porque María Rosario es ciega y asiste a una escuela común. Con un promedio de 9,59 puntos, esta nena tímida y de rostro angelical, hizo derramar lágrimas a docentes y a sus propios compañeros cuando tomó con firmeza la bandera argentina”.

Muchas reflexiones se pueden realizar a partir de esta noticia, pero el tema de esta columna de hoy nos limita a ese asunto que comenzó ayer aquí y que gira en tono del querer y del poder. Sin embargo, y antes de cerrar con una breve reflexión el tema específico, hay que decir que el cursado de esta nena no vidente en una escuela común y el éxito alcanzado, debería hacer reflexionar a las autoridades educativas sobre la necesidad de velar por la integración de muchas personas a las que se las califica de hecho, y de manera aberrante, como “discapacitadas” y se las excluye.

Pero para concluir con el tema de hoy, dígase que María Rosario quiso y pudo, porque puso en acción la más fabulosa fuerza que tiene toda persona: la fe, la espera confiada, la voluntad inquebrantable, el trabajo y el amor por uno mismo y por los demás.

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