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Esto que nos ocurrió

La Gran Guerra vista desde Santa Fe

Hace 100 años, los habitantes de la provincia comenzaban a recibir noticias de Europa y también sus catastróficos efectos.


Cuando el joven nacionalista serbio, miembro del grupo Joven Bosnia y ligado al nucleamiento nacionalista Mano Negra –que apoyaba la unificación de Bosnia con Serbia–, disparó y mató al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su esposa, Sofía Chotek, en Sarajevo el 28 de junio de 1914, pocos santafesinos comprendieron el peligro que eso implicaba para el mundo y para la economía provincial. Un mes más tarde se iniciaba lo que fue llamado por muchos años la Gran Guerra, cuando Austria-Hungría le declaró la guerra a Serbia. En esta oportunidad, los periodistas del diario Santa Fe sí encendieron las sirenas. “La guerra austro-serbia, que amenaza extenderse a toda Europa, provocando una conflagración general que sería la más grande catástrofe conocida en siglos, tiene fatalmente que influir en la situación económica y financiera de nuestro país, e influir desfavorablemente”, publicaba el matutino de la capital santafesina el 2 de agosto de 1914. Como es sabido, la cuestión empeoró cuando su puso en funcionamiento el sistema de alianzas que se había planteado previamente entre las naciones. Rusia movilizó tropas a favor de Serbia, y el Imperio Austro-húngaro le declaró la guerra. El Imperio Alemán también le inició un conflicto bélico a los rusos que recibieron el respaldo de los franceses. Pronto se unirá Inglaterra, como los otros contendientes con sus colonias, y Estados Unidos. Del otro lado, el Imperio Otomano completaría la parte dura de los denominados Imperios Centrales. De manera inteligente, la Argentina no tomó partido en la conflagración iniciando una prestigiosa tradición neutralista. Sin embargo, eso no significó que el país estuviera por fuera de las peleas, las polémicas entre aliadófilos y germanófilos que acarreó en enfrentamiento mundial.

La economía santafesina

Efectivamente la Primera Guerra Mundial significó un importante golpe a la economía argentina, y por ende a la de Santa Fe. Aunque ya se venían sintiendo serios signos de crisis del modelo agroexportador porque se había alcanzado el límite de expansión rural y porque ese sistema económico totalmente abierto mostraba su debilidad ante cualquier perturbación externa. De hecho, la Argentina del Centenario era un país que mostraba un destacado crecimiento económico, en el que sus mieles eran disfrutadas por unos pocos.

“Años antes del estallido del conflicto europeo la situación de los trabajadores en este país ya era mala, la guerra la ha puesto peor y actualmente es desesperante e insostenible. Otros años, en el levantamiento de la cosecha, los obreros que se dedicaban a esa penosa labor podían a costa de sufrimientos y privaciones economizar algunos pesos, que les daban para pasar el invierno y parte de la primavera sin trabajar, dado que no es fácil encontrar trabajo en otras ocupaciones permanentes. Pero este último año, aunque hubo una de las mejores cosechas conocidas, los patronos se aprovecharon del hambre y del sobrante de brazos, pagaron jornales irrisorios algunos y otros hacían a los obreros elaborar sus riquezas por un mínimo alimento, sin retribución alguna. Millares de hombres robustos y sanos pululan por las calles, demacrados sus rostros por el hambre y los sufrimientos, sucios y harapientos, sin techo donde cobijarse en estas crudas noches de invierno”, afirmaba el socialista Ramiro Blanco al diario La Aurora Social de Oviedo, en noviembre de 1915, también advirtiendo a sus compatriotas que la Argentina no era la panacea que algunos publicistas recomendaban.

Por primera vez en el país se conoció la desocupación. Esa característica se debe subrayar porque también, con la conflagración mundial, dejaron de arribar inmigrantes que habían venido en masa, con un total de 6 millones de personas. El saldo de entrada y salida de gente se presentaba negativo por primera vez en mucho tiempo. Hasta 1910, Santa Fe venía recibiendo unos 28 mil inmigrantes por año. Rosario había incrementado su población de fines del siglo XIX al doble en 1914, con 200 mil habitantes. Entre los mismos, cerca del 47 por ciento eran extranjeros.

En ese sentido, Rosario y, partes importantes de la provincia, vivieron la guerra cotidianamente porque en sus tierras, sus parientes se estaban combatiendo. Por esta razón, muchos decidieron volver y alistarse en sus Ejércitos nacionales. Otros fueron empujados por las empresas en las que trabajaban. El Ferrocarril Francés (en Santa Fe) y el Ferrocarril Central Argentino (de capital británico) acorralaron a sus obreros para volver a sus patrias. “Funcionarios de la embajada italiana arribaron en una ocasión a Casilda para anunciar que se daba inicio a la inscripción de voluntarios; para ellos se fletaría un tren especial hasta el puerto”, recordó Florindo Moretti, un joven socialista que se volcaría al comunismo tras la Revolución Rusa.

Blanco narra asombrado la partida de los italianos para luchar en la guerra pero al mismo tiempo se da cuenta de que los que parten no tienen trabajo en esta tierra. “No obstante esto y ser mayor la salida que la entrada de emigrantes en este país, la desocupación es enorme y el hambre y la miseria azota los hogares obreros. No se puede dar un paso en la calle sin que se tienda una mano robusta, pero temblorosa, pidiéndonos una limosna, encontrándonos en el doloroso trance de no poder socorrer por carencia de recursos”.

Aliadófilos y germanófilos

Entre las comunidades de inmigrantes, la pelea europea también sirvió de chispa para enfrentamientos locales que, incluso, terminaron en dramas familiares. En una chacra del pueblo de Santa Teresa, los hermanos de Herminia Bollentini, italianos, terminaron matando a su marido, Nicolás Gurdolich, súbdito del Imperio Austro-húngaro por disputas familiares pero también por acusaciones derivadas de la guerra. Sin embargo, entre los nativos también se produjeron polémicas. Quienes hablaban de las libertades cívicas preferían a los aliados (principalmente a Inglaterra, Francia y Estados Unidos).

Entre ellos encontramos a los socios comerciales de Londres, ligados a la Sociedad Rural Argentina, a algunos sectores del radicalismo, a demócratas progresistas y socialistas. En este último partido incluso se produjo un cisma en 1917, cuando, los alemanes hundieron dos barcos argentinos y una parte se inclinó por endurecer posturas hacia el Imperio germano, y otros prefirieron la neutralidad. El presidente Hipólito Yrigoyen mantuvo la postura de permanecer ajeno al enfrentamiento y por eso fue acusado de “germanófilo”, por muchos sectores sociales. En tanto, en Santa Fe las colectividades del bando aliado clamaban por el apoyo. Cuando, en marzo del 18, los obreros ferroviarios fueron a la huelga, varias asociaciones mutualistas italianas, como los cónsules británico y francés, pidieron que se levantara la medida, para abastecer a esas naciones.

En noviembre de 1918, con el final de la guerra, las calles de muchas ciudades santafesinas vivieron un jolgorio por el triunfo aliado al igual que Londres. El diario Santa Fe tituló el 11 de noviembre de 1918: “Con las lágrimas en los ojos”, mientras relataba que la ciudad capital había visto un festejo masivo en la vía pública, y despotricaba contra los caudillos “germanófilos”, en alusión a los yrigoyenistas.

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