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La Educación Sexual Integral es una pedagogía política de cuidados colectivos

Los discursos en torno a la importancia de promover el cuidado de la salud tanto en su dimensión individual como colectiva trascienden las escuelas. El Estado es uno de los principales actores que los impulsa, reforzando la necesidad de cumplir con el aislamiento


Por Antonela Di Bartolo* 

 “La vacuna somos todxs”. “Quedarse en casa es cuidarse a unx mismx y a otrxs”. “Nadie se salva solx”. Estas consignas y frases circulan con mucha fuerza y virulencia para prevenir la transmisión del Covid-19 y atender a las distintas complejidades que desató la pandemia estos últimos meses en nuestro país. La dimensión pública y comunitaria de la salud se materializa en políticas gubernamentales y en narrativas de solidaridad, contención y afectividad que se tejen para enfrentar la crisis. En este contexto vale preguntar: ¿qué puede aportar la Educación Sexual Integral para promover una pedagogía de los cuidados colectivos? ¿Cuáles son las estrategias que podrían desarrollarse desde las escuelas mientras dure el aislamiento social y preventivo y una vez que se regrese a las aulas?

Los grupos de Whatsapp de docentes desbordan de sugerencias, información, directivas y enlaces web para evitar la pérdida de la continuidad pedagógica de lxs estudiantes. Frente a estos sucesos se puede pensar, ¿qué roles juegan las escuelas en este nuevo escenario como espacio de contención y aprendizajes?

“Lo llamo por videollamada y no me atiende…”. “Seño, mi hijo está haciendo una vida como si estuviera de vacaciones…”. “El chico está ahí (en la escuela) porque quiere salir de su casa…”. Frases y más frases. Dichos y más dichos resuenan e invitan a pensar. ¿Qué sucede en esos contextos donde están en riesgos otros derechos frente al avance del virus? ¿Cómo se puede acompañar a las familias de la comunidad educativa?

El anhelo y las ganas por volver al salón “tradicional” se inscriben en los discursos que circulan cotidianamente entre estudiantes y docentes. Acostumbrarse a la educación a distancia, tener paciencia, ponerse en el lugar del otrx, reflexionar acerca qué significa enseñar/aprender ante una situación extrema y de pandemia puso en jaque ciertas estructuras que aún persisten y sostienen las paredes del actual sistema educativo. Resulta importante no pretender una cuestión resultadista, sino que ese vínculo que se establezca con lxs estudiantes y sus hogares tiene que estar abierto a contemplar una situación y un momento especial que permita conectarse con otras cosas. No vivirlo como una presión ni como un mandato impuesto.

Delinear un abordaje de cuidado colectivo cuando la estrella es la virtualidad resulta complejo, no sólo por la heterogeneidad y desigualdad de realidades en las que se encuentran inmersxs lxs estudiantes (y también lxs trabajadores docentes), haciendo que la brecha digital sea más notoria. Vale preguntar: ¿es acaso el acceso a la conectividad un nuevo derecho por conquistar?

 

La ESI como forma de vida política

Los discursos en torno a la importancia de promover el cuidado de la salud tanto en su dimensión individual como colectiva trascienden las escuelas. El Estado es uno de los principales actores que los impulsa, reforzando la necesidad de cumplir con el aislamiento y reflexionar sobre el impacto de las acciones de cada ciudadanx con el resto. El acceso a la información, a bienes y servicios básicos para resguardar el bienestar de todxs en igualdad de condiciones, las prácticas de ponerse en las zapatillas de lxs demás, de escuchar, respetar y acompañar, se tornan fundamentales para atravesar la cuarentena.

La idea de que “nadie se salva solx” es una de las premisas fundamentales que la ESI viene sosteniendo, tanto en sus ejes conceptuales como en sus propuestas y apuestas pedagógicas. Su abordaje en las escuelas parte de procesos de aprendizajes colectivos, dado que son el motor para la interpelación individual. De este modo invita a desempolvar anquilosados cimientos de la matriz escolar tradicional cuyo cuerpo, aunque arropado de las retóricas de moda, no deja de traslucir los lastres de una cultura individualista, organizada en torno a un criterio meritocrático en el que comanda el imperativo del éxito personal como respuesta última –y única– para avanzar en la carrera de la existencia.

La ley 26.150 (Programa Nacional de Educación Sexual) traspasa los marcos institucionales escolares y simboliza un paradigma en otros ámbitos de convivencia. Sus cinco ejes pedagógicos implicados, como son: ejercer nuestros derechos, respetar la diversidad, valorizar la afectividad, reconocer la perspectiva de género y cuidar el cuerpo y la salud, cruzan transversalmente toda la vida social. Pensar la problemática sanitaria en la que estamos inmersos con estas gafas habilita otras vivencias y recovecos posibles.

El derecho a la salud como bien colectivo está relacionado con la calidad de vida de una persona, que no exime los aspectos biológicos, psicológicos, culturales, sexoafectivos, éticos y jurídicos. La Educación Sexual Integral no sólo abarca estos conceptos sino que los conforma y promueve en sus prácticas cotidianas, como la ley así lo dictamina. Al tener injerencias directas en espacios educativos, tanto del ámbito público como el privado, permite que se puedan integrar las currículas dentro del contexto de cada institución como así, fuera de ella, donde los actores sociales interpelan el día a día de cada niñx y jovén y su identidad. A tal punto, que lo empírico demuestra que luego de dictarse clases de educación sexual integral, han adquirido mayor experiencia en el trato colectivo, la afectividad horizontal y la autonomía del cuerpo.

 

El amor y la ternura son la nueva escarapela

¿Hacia dónde vamos como escuela? Horizonte. Un horizonte emerge desde los primeros escalones de la pedagogía de la afectividad y la ternura: la empatía y la solidaridad florecen frente a la hostilidad que caracteriza a una pandemia en un país devastado por las lapidarias políticas económicas neoliberales de los últimos cuatro años.

Ante tal situación, Paulo Freire en su libro >Cartas a quien pretende enseñar> nos recordaría: “Es imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar. Es preciso atreverse, en el sentido pleno de esta palabra, para hablar de amor sin temor de ser llamado blandengue, o meloso, acientífico –si es que no anticientífico–. Es preciso atreverse para decir, científicamente y no blablablantemente, que estudiamos, aprendemos, enseñamos y conocemos con nuestro cuerpo entero. Con los sentimientos, con las emociones, con los deseos, con los miedos, con las dudas, con la pasión y también con la razón crítica”.

No hay dudas de que las escuelas son nuestras trincheras para hacer historia, (re)construir, (re)significar, habitar las identidades y dialogar con las contradicciones del sistema educativo. Un territorio repleto de hermosas materialidades diversas que conserva toda su fortaleza como símbolo, incluso a la distancia. Ahora, aparece la contención como guarida frente a un pantano desconocido, extraño, lleno de incertidumbres, pero donde es posible pararse sobre algunas certezas. En un escenario tan versátil, resistir en la afectividad es una decisión política y sobre todo urgente.

*Licenciada en trabajo social – Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da Circunscripción

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