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La creación amenazada por el hombre

Por: Carlos Duclos

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Necio, de esa necedad de la que tanto hablan las escrituras sagradas, el hombre poderoso, en su afán por el rédito económico, se olvidó del rédito ético y moral, de la sustancia determinante y se condenó a sí mismo y a la humanidad. En la disparatada carrera hacia un éxito mal comprendido, el poderoso se entrega fatalmente a su propio cautiverio y, lo que es peor, a la pena de los demás hombres y todas las criaturas.

No hace falta extenderse demasiado, ni repasar minuciosamente la historia de nuestros días, para entender bastante bien aquello de lo que aquí se habla. El poder ha sido envilecido, modificada su esencia primigenia. El poder, que debería estar al servicio de todas y cada una de las criaturas del mundo,  sólo es utilizado para la humillación y sometimiento de las especies y, lo que es tan asombroso como repudiable, para el sojuzgamiento de la criatura que fue hecha a imagen y semejanza de Dios. Es decir, para esa criatura que adolece de falta de poder y las más de las veces de circunstancias que le favorezcan una vida digna. Así las cosas, mientras unos pocos poderosos hacen de las suyas y para las suyas, la mayoría de la sociedad sufre las consecuencias de esos desparpajos rayanos con la delincuencia.

La ambición de políticos, hombres de negocios y mal llamado líderes; la ruindad que se tornó   propia de su naturaleza, corrompida por las mañas de un afán desmedido y descomedido, ha sumido a la humanidad, especialmente en los últimos tiempos, en una desgracia sin precedentes.

Si bien la tecnología sirvió para la cura de muchos males, no es posible dejar de considerar que también aportó lo suyo para que se produjeran no menos desgracias por obra y gracia del poderoso. Y si se pudiera hacer un balance de lo plausible como de lo pernicioso, el contador del universo es posible que se arrepintiera una vez más de haber soplado sobre Adán y enviara un nuevo diluvio a la Tierra, reeditando una moderna versión de Noé y su arca.

Sin embargo no hacen falta diluvios, porque esos hombres del poder se ocupan no de uno, sino de mil; se especializan en sumir en la desgracia a miles de millones de seres humanos inocentes y miles de millones de criaturas más inocentes aún e impedidas de toda defensa. Todo en aras de la codicia desenfrenada.

En los últimos días, la plataforma petrolera de la suiza Zug y controlada por la compañía petrolera británica British Petroleum, ha derramado al océano cantidades monumentales de crudo y contaminando las aguas en un radio de 1.500 kilómetros cuadrados. Peces, mamíferos, aves y todo el ecosistema de una importante zona del planeta, esto es gran parte de la costa este de los Estados Unidos de Norteamérica, está en serio riesgo. No es el único caso, en aras del dinero, e impulsado por un desenfreno que no puede concebirse en mentes sanas, en todas partes se cuecen habas. En la Argentina hay minas a cielo abierto, yacimientos de todo tipo desde Jujuy hasta Tierra del Fuego que, sin importar nada, sólo la acumulación de riquezas, están destruyendo todo el ecosistema. Decía una publicación hace un tiempo atrás: “Los nuevos yacimientos mineros consumen mucha más agua y dinamitan muchas más montañas. Utilizan el sistema de extracción llamado a cielo abierto con grandes explosiones de rocas, millones de agua y sopas ácidas que contaminan el suelo, el aire y el agua”.

Como si no bastara  semejante ruindad y daño para el planeta, la piratería está sospechada de contrabando de oro en rocas que, según dicen las malas lenguas, se embarcaban hasta hace un tiempo atrás por puertos del Paraná (¿Habrá sido así? ¿Seguirá siendo así?).

Lo cierto es que por adorar al becerro de oro el ecosistema se resiente, las criaturas padecen y los poderosos ningún tesoro acumulado podrán llevarse en el último viaje, ni siquiera de contrabando. Pero la patología mental hace imposible la comprensión de esta verdad.

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