Espectáculos

La ciudad, un artista de la vida común

El filósofo Jean-Luc Nancy interroga el espacio urbano para buscar en sus circunvalaciones, arterias, desvíos y edificaciones trazos dispersos de estos sitios que fueron construidos para vivir comunitariamente, donde radica el sentido de lo humano


ENSAYO
La ciudad a lo lejos
Jean-Luc Nancy
Traducción: Andrea Sosa Varrotti
Manantial / 136 páginas

La voz de Jean-Luc Nancy parece muchas veces adquirir la forma difusa de una búsqueda rigurosa aunque exenta de programa, o también el ritmo discontinuo de una errancia fijada como condición excluyente del estar en el mundo para acercarse a él mediante el roce de los cuerpos y las cosas. Las palabras y el mundo se enlazan y se desenlazan en ese roce, en ese pensamiento surgido de un cuerpo que actúa sobre otro, desde una diferencia irreductible.
La sonoridad rítmica de lo (en el proceso de ser) leído resbala discretamente sobre ese límite muchas veces impreciso que separa o acerca a la filosofía de la literatura, de la poesía, de ese territorio fantasmal en el que la palabra no se contenta con ser sólo el vehículo de un sentido sino que busca en cambio llegar a él por medio de un efecto ligado a lo sensible de un secreto susurrado, de una verdad sólo posible de ser alcanzada desde la especulación poética que propone dejarse arrastrar primero por la sensibilidad del contacto. “No traten de entenderlo todo”, dijo alguna vez Gilles Deleuze a sus oyentes sobre los textos de Emanuelle Kant, “sigan el ritmo de la palabra”. Y si tal idea es aceptable para la obra de aquel filósofo, lo es aún más para leer a Nancy. El ritmo de la palabra en sus textos muchas veces parece consumar el derrotero de una verdad que agujerea el sentido y que escamotea la interpretación para establecerse en su pura presencia literaria, en el roce sensible de un susurro que desliza la evidencia de una certeza siempre iluminada a medias, y justamente por eso mucho más conmovedora. No se trata, claro, ni mucho menos, de renunciar al sentido ni de oscurecerlo gratuitamente, sino de buscarlo y alcanzarlo por otros medios en la propia experiencia de esa comunicación íntima que se produce en cada ejercicio de lectura, en ese espacio común de la esfera pública generado entre el lector y el autor.
Nancy hace filosofía del cuerpo, de la comunidad, de la naturaleza y de la técnica (o de su relación dialéctica). Piensa el mundo y lo contemporáneo desde una especie de fenomenología del tacto mismo. El tacto, no tanto ya el ver, eje histórico aquí desplazado, sino en cambio el tocar y ser tocado como evidencia del habitar el mundo y de hacerlo en comunidad. Primero entonces el cuerpo, pero pensar en la certeza de que un cuerpo existe sólo si puede darse en relación a otros cuerpos, desde la certidumbre de su misma diferencia. El juego de cercanías y distancias, resistencias, rasguños, caricias, tensiones, temperaturas, y siempre la erótica disimulada de un roce como caricia en potencia. Y si hay ese roce, ese tocar o ser tocado, aunque sólo sea en un gesto contingente, existe la exposición, la amenaza, el afuera, los otros; y finalmente la comunidad, que no tendría que ver con la idea totalitaria de la comunión en el consenso, sino que sería simplemente el estar “en común”, en el que radica finalmente todo el sentido sin fines de lo humano.

Darse al mundo

Si Emanuelle Levinas proponía el reconocimiento de lo humano en el cara a cara con la alteridad absoluta, en el estar frente al rostro desnudo del otro antes de toda aparición racional del lenguaje, Nancy ubica ese reconocimiento en una instancia previa, aún anterior a todo encuentro posible: en el “darse” del cuerpo mismo a lo otro radical que es el mundo, en la exposición hacia ese afuera que son el mundo y la humanidad. Después de todo, como afirma, “la existencia no es más que para ser compartida”.
Si hay un cuerpo y un roce, si hay comunidad, ¿dónde pensarlos sino donde estos cuerpos se aventuran a esos cruces en un espacio común? La ciudad, en apariencia el espacio del “en común” por excelencia. Allí todo es cruce, encuentro, desencuentro, raspadura, vértigo, construcción y destrucción. La gran ciudad y sus arterias ya como monstruo casi lovecraftiano, cercano a un horror indescriptible, inabarcable, imposible de reducir a lo simplemente decible; pero horror cercano al vértigo de una belleza desmesurada que no por serlo deja de mostrar sus tentáculos atroces por todas partes. Entonces, ¿cómo pensarla? ¿Cómo pensar hoy la ciudad? ¿Cómo (d)escribirla? ¿Cómo dar cuenta de algo concreto que tal vez en realidad ya ni exista porque ha sido sustituido por un proceso interminable de mutaciones internas y de ramificaciones tentaculares hacia los suburbios? En La ciudad a lo lejos, Jean-Luc Nancy ensaya formas poéticas de acercarse a una idea múltiple de la ciudad que, en concordancia con el objeto abordado, es esbozada en la dispersión del movimiento constante propio de las grandes urbes contemporáneas.

Impresiones de Los Ángeles

El punto de partida del libro es el texto A lo lejos… Los Ángeles, escrito en 1987 a modo de impresiones suscitadas por esa ciudad, una especie de diario de viaje que parte de una constatación desestabilizadora: ya no hay una pregunta sobre la ciudad, habría más bien un problema de la ciudad. Pero entonces, ¿cuál es exactamente el problema?: “¿Cómo salvar a la ciudad? ¿Cómo desembarazarse de ella? ¿Cómo dominar o bien arrasar con la ultraciudad monstruosa? ¿Se trata siempre del mismo problema? ¿Del problema que las intenciones y voluntades arquitectónicas y urbanistas desde mediados de siglo no logran no sólo resolver, sino plantear?”. Si entonces se hace difícil plantearlo como un supuesto fijado de antemano, Nancy elige vagabundear, vagar sin objetivo, perderse, sumirse en la deriva al modo situacionista o al del flaneur baudeleriano, abandonarse a una errancia que no le pida a la ciudad ningún concepto, para en cambio dejarla aparecer en toda su radical insignificancia. La cuestión evidente es que en esa aparente y tramposa insignificancia liberada por el vagabundeo desinteresado y la mirada filosa del pensador, el problema de la ciudad se ramifica en un ajetreo expansivo que no deja de plantear y replantear problemáticas superpuestas en un espesor insospechado e inabarcable. Pero la errancia, aquí, no es sólo una cuestión espacial, el escritor se abandona a un itinerario dispersivo por las ciudades y por las ideas que sobre ellas se han tejido, sobre su historia y sobre la etimología de las palabras que nombran sus partes constitutivas para revelar sentidos muchas veces ocultos.

Una totalidad esparcida

El segundo texto es el que da titulo al libro, escrito en 1999 por encargo para continuar el anterior. Sin embargo, allí ya no se ocupa de Los Ángeles, ni siquiera vuelve a ella; el foco se abre repensando aquellas impresiones para reflexionar ahora sobre la ciudad en general desde los cambios suscitados en esos años de diferencia: “Antaño la ciudad tentacular salió de la ciudad comunal y amurallada: hoy en día los tentáculos multiplicados se transforman en una reticulación arácnida que liga desligando ciudades y campo, en una proliferación fractal donde cada nudo, cada bucle de servicio o comercio, de administración o circulación se replica y penetra posteriormente cada vez más en intersticios  de una materia esponjosa o granulosa, que es la mutación del tejido urbano,  su retejido y su deshilachamiento, todo a la vez. La ciudad es una totalidad esparcida”. Y allí, en ese territorio de la ciudad que ya no es realmente un lugar sino el espacio de una fuga permanente, de un tránsito perpetuo o de un pasaje sin sosiego, la figura de la comunidad también se vuelve endeble: “En ella no reina la intimidad de la comunidad, el ordenamiento de la colectividad, ni la regulación de la asamblea. Sino que es ella, en cambio, la que da al «estar-con» su pleno régimen. El «estar-con» nombra algo torpemente eso para lo que no tenemos nombre: ni comunión, ni comunidad, ni asociación, ni grupo. La muchedumbre se aproxima a esto y pertenece a la ciudad, a menos que ocurra a la inversa”.
El resto de los textos que conforman La ciudad a lo lejos discurren sobre el mismo eje agregando diversas problemáticas y perspectivas desde esa escritura en fuga constante, resbalando siempre con soltura en ese límite impreciso que une y desune filosofía y literatura. La fotografía y la ciudad ocupan un bello capítulo. También el arte de la ciudad es abordado desde un lugar inusual: “Una ciudad debe ser una artista del vivir juntos: con ese fin fue fundada, construida, organizada”. En la mirada de Jean-Luc Nancy la ciudad se reinventa, se redefine, no hay una pregunta para hacerle, ni siquiera parece haber un problema puntual para abordar. Se trata entonces de arriesgar un roce, de darse finalmente para buscar en sus circunvalaciones, arterias, atajos y edificaciones, trazos dispersos de estos sitios que, a pesar de en lo que hoy se han transformado, deberían haber sido construidos para vivir juntos. Y allí, tal vez, esté finalmente el problema o la pregunta.

Comunidad imposible

Jean-Luc Nancy es considerado un pensador original que aborda con singularidad las sendas abiertas por Heidegger, Bataille o Derrida. Es autor de numerosas obras en las que se plantean algunos de los problemas más profundos y cruciales del siglo XX como la construcción de las nacionalidades y los nacionalismos, el cuerpo como objeto de pensamiento filosófico, las ciudades y sus emplazamientos y, entre otras, la problemática de la Modernidad. En sus textos, Nancy deconstruye el concepto de comunidad desarrollado desde el establecimiento de la sociedad. Y también menciona que la comunidad es una forma de absolutismo y por lo tanto un imposible.

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