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Sociedad

Herta Müller, un testimonio viviente de resistencia y coraje

Nacida en Rumania, enfrentó el régimen de Ceaucescu con su gran talento para escribir y una desobediencia que la llevó al exilio.


“No nos convertimos en los que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”, dijo alguna vez el filósofo Jean Paul Sartre. La escritora, poetisa y ensayista Herta Muller es un claro ejemplo de esta rebeldía con sentido y esperanza, al decir de Albert Camus. Una rebeldía fructífera que se expresa en sus creaciones literarias que nacieron por la vía de su enorme talento y de las tenebrosas vivencias y las condiciones de la existencia humana bajo la dictadura del burócrata rumano Nicolae Ceaucescu, instalado como jerarca de la órbita autodenominada comunista luego de Segunda Guerra Mundial.

Retazos biográficos

Como reseña una biografía publicada en la Enciclopedia Virtual Wikipedia: “Herta Müller nació el 17 de agosto de 1953 en Nichidorf, Banat, un lugar germano-parlante de la región de Timisoara, en Rumania. Su familia pertenecía a la minoría de origen alemán, los llamados suabos del Danubio, que llevan varios siglos asentados en esa región. Su abuelo era granjero y comerciante, y había sido expropiado bajo el régimen pseudocomunista rumano. Su padre, Josef Müller, que se ganaba la vida como camionero, fue formado como nazi y sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en las Waffen SS. Su madre, Katharina Müller, fue deportada a la Unión Soviética en 1945, donde pasó cinco años en un campo de trabajo forzado realizando tareas de reparación, eufemismo que refiere a brutales condiciones de vida. Muchos de los hombres y de las mujeres del pueblo en el que creció Herta compartieron el mismo destino que sus padres. Según testimonia la propia Herta Müller, sus padres quedaron muy deteriorados tras las experiencias vividas durante la guerra y después de ella; no hablaban mucho de su pasado y ella creció rodeada de silencio y de tabúes”.

En 1968, a los 15 años, Herta Müller debió trasladarse a la ciudad de Timisoara, distante a 30 kilómetros de su pueblo de nacimiento. Allí tuvo que aprender rumano, lo que le hizo tomar conciencia de pertenecer a una minoría cultural.

Entre 1973 y 1976, finalizados sus estudios de bachiller, se dedicó a estudiar filología germánica y rumana en la Universidad del Oeste de Timisoara. Como señala uno de sus biógrafos: “En esta época acudía a las reuniones del Aktionsgruppe Banat o Grupo de Acción del Banato, una tertulia de escritores idealistas rumano-alemanes, entre los que se encontraba Richard Wagner, su futuro marido. Este grupo se había fundado en 1972 con el poema conjunto Engagement, que todos los miembros habían firmado a modo de manifiesto en el que hacían un llamamiento a los lectores a ser políticamente comprometidos. El grupo fue disuelto en 1976 por la Securitate, la policía secreta del régimen rumano encabezado por el despótico tecnoburócráta Ceaucescu. Los autores se volvieron a reunir en el círculo literario Adam Müller-Guttembrunn de Timisoara, en el que Herta Müller era la única mujer.

Vida laboral e intelectual

De 1977 a 1979 Herta Muller se desempeñó como traductora en la fábrica de maquinaria Tehnometal. “Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso”, es el título del discurso que pronunció al serle entregado el premio Nobel de literatura en 2009, cuando describió su vida en esa época y esas vivencias como arrancadas de la novela distópica de George Orwell “1984”. Estas fueron algunas de las palabras de Müller en esa ocasión: “A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz. Durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianeidad, cada día igual al otro”.

Las condiciones de vida, salvo los himnos marciales, se replican en una multiplicidad de establecimientos fabriles en todo el mundo contemporáneo. Pero lo claro de lo que dice Herta Müller es que hay que tener coraje de decirlo y no seguir al rebaño.

Dijo también otras cosas: “La escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse”. En la misma disertación, relató cómo un día, tras dos años de trabajo en la fábrica, un agente de la Securitate se presentó en su despacho e intentó presionarla para que colaborara con el servicio secreto: “Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del servicio secreto. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que… Y entonces llegó la horrible palabra: «colaborez», es decir que aceptaba que iba a colaborar con el régimen. Esta palabra ya no la escribí”. Aquí comenzó verdaderamente su desobediencia y disidencia con el Estado.

Luego de este incidente con el agente de la inteligencia estatal, Müller comenzó a ser hostigada por el régimen. Fue detenida por las fuerzas policiales e interrogada en varias oportunidades, hasta que en 1979 decidió partir al exilio alojándose en Alemania, donde aún continúa viviendo, escribiendo y brindando conferencias.

Obras

Entre las obras de Herta Müller es posible mencionar “En tierras bajas” (1982), “Tango opresivo” (1984), “El hombre es un gran faisán en el mundo” (1986), “La piel del zorro” (1992), “La bestia del corazón” (1994) y “Todo lo que tengo lo llevo conmigo” (2009). Sus escritos han sido traducidos a unos 50 idiomas.

Como ella misma lo expresa en una entrevista: “Todos somos presa de nuestras biografías”. Desde nuestra perspectiva, razón no le falta, quizás porque como afirmaba el novelista ácrata ruso León Tolstoi, pintar la propia aldea es un modo de tornarse universal.

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